Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ La historia está llena de emperadores, dictadores y gobernantes ególatras. Siempre he pensado que, para ser gobernante, a menudo se requiere una base de egolatría, egocentrismo y narcisismo. Esta manifestación se ha visto en casos moderados y en manifestaciones más brutales, como las dictaduras de Hitler, Stalin y Mao Tse-Tung en el siglo XX donde el creciente nacionalismo del siglo XIX continuó en el siglo XX, y estos mas exacerbados durante la Segunda Guerra Mundial llevaron a la xenofobia. El odio hacia las nacionalidades no nace únicamente en esta época, ya que como humanos y seres territoriales, siempre intentamos establecer fronteras en todos los espacios en los que sociabilizamos.
El siglo XX vio la exacerbación de la xenofobia a través de los nacionalismos extremos que condujeron a la Segunda Guerra Mundial. El régimen nazi en Alemania llevó la xenofobia a su expresión más extrema con el Holocausto, en el que seis millones de judíos fueron asesinados por el simple hecho de ser considerados una amenaza para la «pureza» de la raza aria. Este odio irracional se extendió a otras minorías, como los gitanos, homosexuales y personas con discapacidades, resultando en una matanza sin precedentes en la historia moderna.
La xenofobia no solo genera discriminación y exclusión, sino que también puede conducir a la violencia y la muerte. Los casos históricos mencionados demuestran cómo el miedo y el odio hacia el «otro» pueden ser manipulados por quienes están en el poder para justificar actos de extrema crueldad. La deshumanización del extranjero facilita la aceptación de políticas genocidas y de limpieza étnica, dejando tras de sí un rastro de dolor y devastación.
Hoy en día, la xenofobia sigue siendo una amenaza. La crisis de refugiados, el terrorismo y los conflictos políticos han avivado el miedo al extranjero en un mundo globalizado. Los discursos nacionalistas y la retórica del «nosotros contra ellos» resurgen, alimentando divisiones y tensiones sociales. Es fundamental reconocer estos patrones históricos para evitar que se repitan los mismos errores, en nuestro caso, los colombianos hemos vivido esta xenofobia con nuestra diáspora.
En el caso de Bucaramanga, el alcalde Jaime Beltrán ha implementado una política de expulsión de migrantes venezolanos que ha sido criticada por su enfoque xenófobo. Beltrán, conocido por su postura dura contra la delincuencia, ha intensificado las acciones para deportar a migrantes venezolanos. Esta medida ha sido comparada con prácticas autoritarias y ha generado un aumento significativo en la xenofobia en la ciudad.
Sin embargo, el que escupe para arriba, la gravedad hace su trabajo, ya que el entrenador venezolano Rafael Dudamel ha llevado al Atlético Bucaramanga a lograr su primera estrella de la liga, y en contraste el impone una política antimigrante, direccionada a los coterráneos del entrenador.
El alcalde ha polarizado a la comunidad y ha suscitado debates sobre seguridad y derechos humanos. A pesar de las críticas, Beltrán defiende su enfoque como necesario para proteger la ciudad, argumentando que la población migrante es responsable de una mayoría de los delitos, aunque los índices muestran lo contrario y revelan que muchas de las estructuras del crimen ya existían previamente a la llegada de la diáspora.
Este fenómeno no es exclusivo de Bucaramanga. La exalcaldesa de Bogotá, Claudia López, también fue involucrada en una polémica al asociar a los migrantes venezolanos con la criminalidad en Bogotá. Tras el asesinato de un policía presuntamente a manos de venezolanos, López afirmó que los migrantes estaban detrás de muchos actos violentos y criticó el Estatuto de Protección Temporal para venezolanos. Estas declaraciones fueron vistas como un giro xenófobo en su discurso, mostrando cómo abandonó su agenda más inclusiva para adoptar una postura más tradicional y conservadora.
En Colombia, la cobertura mediática de delitos destaca la nacionalidad de los delincuentes, particularmente cuando se trata de venezolanos (situación que nos pasa a los colombianos en otros países), tiene el potencial de crear una imagen distorsionada de la realidad. Al centrar la atención en la nacionalidad de los delincuentes en lugar de en los actos criminales en sí, se fomenta la percepción de que la migración es sinónimo de criminalidad. Este sesgo no solo contribuye a la discriminación y al rechazo hacia los venezolanos, sino que también ignora las complejas causas sociales y económicas que pueden llevar a la delincuencia.
La xenofobia, en cualquiera de sus formas, es un veneno que corroe las bases de la convivencia humana. La historia nos enseña que este miedo irracional puede conducir a la violencia y la muerte, destruyendo sociedades enteras. Reconocer y confrontar nuestros propios prejuicios es esencial para construir un mundo más justo y pacífico, donde la diversidad sea celebrada y no perseguida.
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.