Por: Gloria Lucía Álvarez Pinzón/ El pasado miércoles 6 de noviembre de 2024, sobre las 3 pm., cayó un fuerte aguacero con descargas eléctricas y granizo en el norte de la capital, de aquellos que suelen darse en el invierno de fin de año, que es el más fuerte y, tras una hora de precipitación, la autopista norte se inundó y la ciudad literalmente colapsó.
El bloqueo vial que produjo la inundación se prolongó hasta la madrugada del día siguiente y las personas que normalmente se movilizan por el norte, tuvieron que vivir una odisea sin precedentes buscando llegar a sus hogares; la autopista mostró un panorama desolador con vehículos completamente cubiertos por el agua, la angustia de quienes fueron atrapados por la corriente del río Torca, personas caminando entre la inundación, niños atrapados en sus colegios o en la ruta escolar, trancones de más de 7 horas para llegar a casa, y un caos vial de tal magnitud que hizo que colapsara por completo la ciudad, porque se congestionaron también otras salidas, como la carrera 7a., La Conejera y la calle 80.
La hoy mal llamada “autopista” construida hace más de 70 años, ya no lo es, porque los gobernantes que han manejado la ciudad durante los últimos 20 años se han dado a la tarea de bloquear la ejecución de las obras públicas que se tenían previstas, imponiéndole un castigo al norte de la ciudad, por considerar que allí viven “los ricos”, y convirtiendo esta zona en verdadero embudo vial que hay que padecer para movilizarse, o para entrar y salir de la ciudad hacia los municipios dormitorio de Chía, Cota, Cajicá, Sopo, Zipaquirá y más allá.
Todos en Bogotá sabemos que la autopista fue construida atravesando los humedales de Torca y Guaymaral a la altura de los cementerios, eso no es una novedad, pues ese diagnóstico se hizo hace más de 2 décadas; lo patético de esto es que, a sabiendas de la situación, los gobiernos no han hecho nada para solucionar el problema que en cada invierno se agrava más y las autoridades ambientales han impedido las obras que pueden superarlo, negando o demandando las licencias ambientales, exigiendo más y más estudios y con escusas absurdas, que denotan una clara intención política de llevar la ciudad al colapso.
Esto, unido al racionamiento del servicio de acueducto que, como lo dije en otra columna, llegó para quedarse por no haber ampliado los embalses y al agua frecuentemente amarilla que ahora distribuye el acueducto de Bogotá, a los constantes cortes de energía y a los anuncios de corte de gas, demuestra que la gigante Bogotá, la gran metrópoli que no para de crecer, la ciudad de las oportunidades, se ha convertido en un lugar caótico e insoportable, donde pululan las obras públicas a medio hacer, los escándalos de corrupción y la inversión de grandes capitales, muchas veces de dudosa procedencia, que desarrollan nuevos e innecesarios proyectos de vivienda que la gente compra compulsivamente por inversión.
Se ha perdido por completo el prestigio de la empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, antes considerada la mejor del país, con la mejor calidad de agua, que tenía capacidad parar prestar el servicio a más de 10 municipios de la sabana y que en algún momento pensó en abastecer hasta la Provincia del Tequendama; por ello, hoy es necesario retomar la idea de construir acueductos regionales para ellos.
La densificación urbanística que estamos viviendo es brutal y se está desarrollando sin planificar la capacidad de las vías, del acueducto y el alcantarillado, y lo peor, sin concebir el manejo de las aguas lluvias, lo que se convierte en un detonante porque cuando un terreno que otrora era rural y permeable se llena de concreto y pavimento, se convierte en un área impermeable que impide que el flujo natural de las lluvias y que estas drenen hacia el subsuelo, lo que genera que deambulen sin rumbo claro por calles, calzadas y avenidas urbanas, buscando una salida hacia los ríos y las partes más bajas del territorio, convirtiéndose en la causa de tantos estragos en las ciudades.
Si los gobiernos no entienden que el crecimiento de las ciudades como conglomerados humanos y de otras especies, tiene necesidades y e incrementa los riesgos naturales que hay que atender con inversión pública, esto es, nuevas vías y mejorar las existentes, acueducto, alcantarillado sanitario y pluvial, seguiremos cada día involucionando más y estando de mal en peor.
Indiferentes a esta situación, políticos y funcionarios que actúan en nombre de Bogotá, intentan ahora carcomerse los municipios vecinos con la idea de absorberlos y extinguirlos para convertir la región central del país en una gigantesca área metropolitana, que cada día es más inviable en materia de servicios públicos y de movilidad.
Mientras tanto siguen utilizando el cambio climático como herramienta política perfecta para evadir las responsabilidades y por eso, repiten como loros, que hay crisis climática y que es la culpable de todo.
Hoy se destina más presupuesto público a la propaganda ambiental que a la inversión en vías, acueductos y alcantarillados sanitarios.
Los presupuestos públicos se están malversando en explotar pública y mediáticamente la imagen de naturaleza, la biodiversidad y los desastres naturales, para vender la idea de que el clima está descontrolado y eso no es así; el clima es cambiante, claro que sí, pero el desenfreno está en el apetito voraz de políticos y urbanizadores que están construyendo más allá de las reales necesidades de la población, que quieren confinarla a vivir en espacios cada vez más reducidos e inhumanos que hoy pueden ser hasta de 17 m2, a precios elevadísimos, así como en permitir que las ciudades crezcan sin control y sin planificación de los servicios básicos y manejo de los riesgos.
Los ciudadanos debemos reflexionar y mirar más allá de los que se dice en medios de comunicación, dejar de echar culpas, de comer cuentos y pregonar que el “cambio climático” es el responsable de cualquier tragedia.
El cambio climático, es un fenómeno natural que demuestra que la naturaleza está viva, es dinámica y cambiante y que se manifiesta en unas partes, a través de estaciones y aquí en Colombia y en general, en el eje ecuatorial, en dos inviernos o períodos de lluvia y dos veranos o períodos de sequía al año, que nunca son idénticos.
El riesgo aumenta cada anualidad, pero no por el “cambio climático”, eso no es así. La situación cada día es más grave por el crecimiento desbordado e irresponsable de la ciudad, en la que a nadie se le niega una licencia urbanística para convertir una finca en un conjunto residencial ni para transformar una antigua casona en un rascacielos.
Sin conocimiento y adecuada planificación, sin embalses y sin alcantarillados pluviales, los desastres serán cada invierno o cada verano mucho peores.
Y si no nos educamos correctamente y reflexionamos, seguiremos permitiendo que gobernantes demagogos e irresponsables y lectores desprevenidos de noticias, sigan echándole la culpa de todo al cambio climático.
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*Abogada, docente e investigadora en Derecho Ambiental.
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