Por: Manuel Fernando Silva Tarazona/ Metrolínea llegó a nosotros prometiendo ser la solución que tanto requerimos en la región, pero desde sus inicios estuvo plagada de irregularidades. Las licitaciones amañadas, los sobrecostos y decisiones irresponsables nos trajeron a este fracaso ya anunciado.
Uno de los nombres que resuena con fuerza en este hueco es Freddy Anaya, un personaje controversial conocido por su influencia en la región y su habilidad para mantenerse a flote pese a los constantes cuestionamientos. Aunque no ha sido el único actor en este teatro de la infamia, su participación en diversos contratos y negociaciones de alto calibre no deja dudas sobre su rol en el desmoronamiento de este proyecto.
Cambiando de tema, ¿dónde quedan estos alcaldes inútiles? Desde Luis Francisco Bohórquez, Rodolfo Hernández y Juan Carlos Cárdenas, cada uno prometió soluciones que nunca llegaron. Las mesas de trabajo, los estudios costosos y las promesas de restructuración terminaron siendo humo, dejando al sistema tambaleándose sobre sus propias cenizas.
La liquidación de Metrolínea es la confirmación de que hicieron las cosas lo peor posible. Pero esto significa en términos simples, es el cierre definitivo de una empresa que ya no tiene salvación financiera. Los pasivos acumulados, las demandas laborales y la pérdida de confianza por parte de la ciudadanía hicieron inviable su continuidad. Esto implica también que los usuarios quedamos en el limbo, sin un sistema de transporte que realmente funcione y viendo un chispero.
El panorama es desalentador. Sin Metrolínea, el caos vehicular en Bucaramanga empeorará. Los buses tradicionales, que nunca desaparecieron del todo, seguramente volverán a dominar las calles, contribuyendo a la contaminación y el desorden. Las autoridades locales tendrán que responder rápidamente con soluciones concretas, aunque, siendo realistas, es difícil esperar algo distinto a más improvisación y más esperando algo del pastorcito que tenemos de alcalde que cada día se mete en algo nuevo.
El caso Metrolínea es una llamada de atención sobre cómo se manejan los recursos públicos en Colombia. Es también un recordatorio de cómo la falta de transparencia, la corrupción y la negligencia administrativa afectan directamente la calidad de vida de los ciudadanos. Pero, sobre todo, es una invitación a no olvidar los nombres de quienes, con sus acciones u omisiones, contribuyeron a este desastre y castigarlos en las urnas.
La pregunta que queda es: ¿aprenderemos de esta cagada monumental? ¿O dejaremos que los mismos de siempre se salgan con la suya y repitamos la historia con otro proyecto condenado al fracaso? La pelota está en la cancha de las autoridades y de los ciudadanos, pero, por ahora, Metrolínea es un ejemplo más de cómo el sueño del progreso puede convertirse en una pesadilla por cuenta de unos cuantos.
Si algo nos ha enseñado este caso es que el olvido es el mejor amigo de los culpables. Y, en Bucaramanga, ya estamos cansados de olvidar.
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