Por: Manuel Fernando Silva Tarazona/ Hablar de acuerdos con grupos como el ELN, las disidencias de las FARC, los paracos, grupos como el clan del golfo y todos los grupos al marguen de la ley, es caminar por un campo minado de desconfianza y resentimiento histórico. Para algunos, la paz con estos actores es simplemente imposible; para otros, es la única manera de romper el ciclo de violencia que nos ha condenado por generaciones. Y tienen razón ambos, porque lograr la paz no solo depende de las buenas intenciones, sino de reconocer y sanar las profundas raíces de este conflicto.
A lo largo de la historia, tanto los grupos armados como los gobiernos han compartido responsabilidades en la perpetuación de la violencia. No podemos ignorar cómo la desigualdad, el abandono estatal en regiones apartadas y la corrupción han empujado a comunidades enteras al margen de la legalidad.
Poco se habla de las primeras guerrillas liberales, si hermano, ese partido tradicional fue forjador de las primeras guerrillas dado que los conservadores se atornillaron al poder y mataban a todo aquel que pensara diferente, dando paso a las primeras guerrillas.
Tampoco podemos justificar los actos de terror, las masacres y el dolor que estos grupos han causado. En el fondo, la solución no pasa por identificar quién es más culpable, sino por aceptar que el conflicto es una deuda que todos debemos saldar juntos.
¿Por qué es tan difícil llegar a acuerdos?
Cada intento de diálogo con los actores armados ha enfrentado obstáculos monumentales. Para el gobierno, las exigencias de cese al fuego o de reconocimiento político chocan con las demandas de justicia por parte de las víctimas. Para los grupos armados, cualquier paso hacia la desmovilización conlleva el temor de la traición, como ocurrió con líderes de las FARC que fueron asesinados tras el Acuerdo de Paz de 2016.
Además, la fragmentación de estos grupos hace aún más complejo cualquier intento de negociación. No es lo mismo dialogar con un grupo centralizado como lo fueron las FARC, que con redes difusas como el Clan del Golfo o las disidencias o peor aún algo como el ELN que es asambleísta donde cada persona debe estar de acuerdo sin excepción alguna. A esto se suma la desconfianza generalizada entre los actores: los gobiernos temen perder apoyo popular por parecer «blandos», mientras que los grupos ilegales desconfían de un Estado que históricamente no ha cumplido sus promesas.
¿El Gobierno Petro nos metió carreta?
La administración de Gustavo Petro llegó al poder con una promesa ambiciosa: la paz total. Un concepto que, aunque inspirador, ha enfrentado desafíos en cada esquina. La reciente pausa en los diálogos con el ELN es un recordatorio de lo complejo que es este proceso, pero no debe verse como un fracaso definitivo.
El gobierno ha intentado replantear la narrativa de la paz, enfocándose en atacar las causas estructurales del conflicto: la pobreza, la falta de acceso a la educación y la salud, y la necesidad de una reforma agraria real. Sin embargo, los cambios estructurales son procesos lentos y enfrentan resistencia de sectores privilegiados que no ven con buenos ojos una redistribución más equitativa de los recursos.
A pesar de las pausas, los errores y las críticas, el gobierno Petro al menos ha abierto un camino que muchos otros no se atrevieron a recorrer. La paz total no se alcanzará en un solo mandato presidencial, pero necesitamos líderes que sigan comprometidos con este objetivo, sin importar las dificultades.
Un sueño compartido, responsabilidad colectiva
La paz no es solo responsabilidad del gobierno o de los grupos armados. Es un llamado a toda la sociedad colombiana para que cambiemos nuestra manera de relacionarnos con el conflicto. Debemos ser críticos, exigir justicia y reparación, pero también estar dispuestos a perdonar y a trabajar juntos.
Desde las aulas de clase hasta las redes sociales, desde los barrios populares hasta las élites, necesitamos construir una narrativa donde la paz no sea vista como debilidad, sino como un acto de valentía. Porque Colombia no puede seguir siendo un país donde la guerra sea más rentable que la convivencia, donde las armas hablen más fuerte que las palabras.
La paz total no puede quedar como una frase de campaña debemos llevarla sin importar nuestro ideales políticos.
La paz total no es un lujo ni un capricho, es una necesidad para que Colombia pueda salir del ciclo de violencia que ha marcado nuestra historia. Sí, es difícil. Sí, llevará tiempo. Pero cada paso, por pequeño que sea, nos acerca a ese sueño compartido.
El gobierno de Petro puede no lograr la paz total, pero tiene la responsabilidad de sentar las bases para que los futuros gobiernos continúen el trabajo. Es hora de que como país dejemos de lado las divisiones y trabajemos juntos para que la paz sea algo más que un eslogan político.
No nos debe importar el color o partido político que tenga cada ciudadano, pero la paz debe ser prioridad, en las próximas elecciones del 2026 quede derecha, izquierda, centro o lo que sea la paz, debe ser prioridad, porque la gente que más sufre la guerra no son los familiares de lo políticos o de los que vivimos en las grandes ciudades, son esas personas en la zona rural de Colombia, donde son sus hijos la carne de cañón de esta guerra sin fin y nosotros desde la comodidad de la ciudad creemos ser lo suficientemente consientes para entender lo que esta gente vive en estas zonas, la paz en Colombia es una obligación y debe verse de esa manera para las personas que lleguen al poder.
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*Estudiante
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