Por: Jhon F Mieles Rueda/ La integridad se convierte en ese superpoder que, aunque invisible, es más poderoso que cualquier traje de superhéroe. Si nos detenemos a analizar, la integridad no es simplemente “portarse bien” o seguir las reglas por simple inercia.
Es el compromiso con nosotros mismos de actuar con honestidad, incluso cuando nadie nos ve. Es elegir hacer lo correcto, aun cuando nos cueste, aunque duela, aunque parezca que nadie lo reconoce. Y sí, mantener la integridad en un mundo donde la trampa parece ser la norma que no pasa de moda no es nada fácil.
Piensa en esas pequeñas decisiones diarias. ¿Redondeas hacia arriba cuando pasas gastos a la empresa? ¿Le das tu palabra a alguien sin la intención de cumplir? ¿Cerras los ojos ante una injusticia porque “no es tu problema”? La integridad no es una gran acción heroica que ocurre una vez en la vida, es un hábito que se forja en lo cotidiano, en lo minúsculo, en esos momentos donde podrías doblar las reglas, pero decides mantenerte firme.
Las adversidades muchas veces nos ponen contra las cuerdas. Es fácil decir “yo nunca haría eso” cuando el refrigerador está lleno y las cuentas están pagas. Pero cuando la necesidad aprieta, la línea entre lo correcto y lo conveniente se vuelve digamos que un tanto borrosa.
Aquí es donde muchos justifican lo injustificable: el fraude, la mentira, el engaño. Y ojo, esto no es un juicio moralista, porque la vida puede ser dura y a veces la desesperación nos empuja a caminos impensados. Pero aquí es donde la integridad brilla con más fuerza: cuando se elige con consciencia, cuando se lucha por lo correcto aun cuando el panorama es oscuro.
La tentación es otra gran enemiga. Nos acecha en todas sus formas: la posibilidad de ganar más con menos esfuerzo, de sacar ventaja sobre los demás, de construir un éxito sobre cimientos tambaleantes. Y a veces es seductora, nos hace creer que nadie se enterará, que una pequeña mentira no hace daño, que todo el mundo lo hace.
Pero ahí está el engaño: cada vez que cedemos, perdemos una parte de nosotros mismos. Porque la integridad no solo es algo que le debemos a los demás, sino a nosotros mismos. Si no nos mantenemos fieles a nuestros principios, ¿entonces qué nos queda?
Hay quienes ven la integridad como una desventaja en un mundo competitivo, pero la realidad es otra. La integridad es lo que construye confianza, reputación y respeto. Es lo que diferencia a aquellos que solo buscan un beneficio inmediato de aquellos que construyen un legado.
Porque, al final del día, las personas recuerdan cómo las trataste, cómo actuaste cuando nadie te obligaba a hacerlo, si tus palabras y tus acciones estaban en sintonía. Y esa es la verdadera riqueza: poder dormir tranquilo sabiendo que hiciste lo correcto.
Mantenerse íntegro en este mundo no es fácil, pero sí es poderoso. La integridad es el reflejo de quiénes somos realmente, más allá de lo que mostramos a los demás. Es una inversión a largo plazo que, aunque no siempre se vea recompensada de inmediato, tarde o temprano da frutos.
No se trata de perfección, porque todos somos humanos y cometemos errores. Se trata de la intención, del esfuerzo, de reconocer cuando fallamos y corregir el rumbo. Así que, la próxima vez que la vida te ponga a prueba, cuando la necesidad apriete, cuando la adversidad te golpee o cuando la tentación te susurre al oído, recuerda: la integridad es tu superpoder.
Y aunque a veces parezca que no tiene recompensa inmediata, su valor es incalculable. Porque al final, lo único que realmente tenemos es nuestra conciencia y la tranquilidad de saber que, pase lo que pase, nunca traicionamos lo que realmente somos así materialmente tengamos poco. Recuerda que «El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho; y el que es injusto en lo poco, también es injusto en lo mucho. (Lucas 16:10)
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*Profesional Agroforestal, escritor y político local.
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