Por: Jhon F Mieles Rueda/ Jorge Mario Bergoglio no fue un pontífice cualquiera: el primer papa latinoamericano fue un pastor que, desde su primer instante en el solio pontificio, rompió moldes, acercó el Vaticano a los más humildes y humanizó una institución milenaria a veces percibida como distante y severa.
Con su estilo directo, su sencillez franciscana y su decidida apertura a temas delicados, se convirtió en uno de los líderes religiosos más queridos y polémicos del siglo XXI. Ahora, con el cónclave convocado para el próximo 7 de mayo, los cardenales tienen sobre sus hombros una responsabilidad histórica.
No se trata simplemente de elegir un sucesor, sino de definir qué Iglesia quieren para las próximas décadas. ¿Una que continúe el camino de apertura, misericordia y reformas que trazó Francisco, o una que retorne al orden y la rigidez doctrinal que caracterizó a sus predecesores más conservadores?
Francisco no fue un revolucionario en el sentido rupturista del término, pero sí un reformador valiente. Se atrevió a hablar de una Iglesia «en salida», criticó con firmeza la cultura del descarte, defendió a los migrantes y cuestionó sin temor las lógicas de poder internas del Vaticano.
Promovió una mirada más compasiva hacia los divorciados vueltos a casar, abrió el diálogo sobre la posibilidad del diaconado femenino y reconoció la necesidad de revisar ciertas estructuras de poder. Fue también el primer Papa en encarar frontalmente la crisis de abusos sexuales con una actitud de perdón, pero también de acción, aunque no exenta de críticas.
La pregunta que hoy divide a los sectores internos de la Iglesia es: ¿hasta dónde puede continuar esta línea de cambio? Algunos sectores eclesiásticos ven con recelo las reformas de Francisco, a las que consideran una amenaza para la doctrina tradicional. Otros, en cambio, consideran que apenas se ha dado el primer paso y que el próximo pontífice debería ser aún más audaz, abriendo las puertas de una Iglesia verdaderamente universal, más participativa y sensible a los signos de los tiempos.
En este contexto, emergen nombres que podrían representar una continuidad o una vuelta al conservadurismo. Entre los favoritos se encuentra el cardenal Pietro Parolin, actual Secretario de Estado del Vaticano, un hombre de perfil diplomático, moderado, conocedor del aparato interno y con experiencia en los equilibrios necesarios dentro de la Curia.
También suena con fuerza el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, cercano a la sensibilidad de Francisco y símbolo de una Iglesia joven, con fuerte presencia en Asia, el continente con mayor crecimiento católico en los últimos años. En el otro extremo ideológico, se mencionan cardenales como Robert Sarah, defensor de la tradición litúrgica y la ortodoxia doctrinal.
Sea quien sea el elegido, su pontificado estará marcado por retos gigantescos. En primer lugar, deberá hacer frente al proceso de secularización que golpea con fuerza a Europa y América Latina. El catolicismo pierde fieles cada año en regiones que fueron su corazón espiritual durante siglos. El nuevo Papa tendrá que repensar la evangelización en un mundo donde los jóvenes cada vez se sienten menos representados por las estructuras tradicionales.
También deberá tomar posición frente a demandas que ya no pueden seguir postergándose. El papel de la mujer en la Iglesia es uno de los debates más urgentes: ¿seguirá la institución negando el acceso de las mujeres al diaconado o incluso al sacerdocio, pese a la creciente presión interna y externa? La postura hacia las personas LGBTIQ+, aunque más abierta bajo Francisco, sigue siendo un terreno minado para muchos católicos. ¿Se podrá avanzar hacia una pastoral verdaderamente inclusiva?
En el plano interno, la lucha contra los abusos sexuales y la corrupción en la Curia Romana seguirá siendo otro frente delicado. A pesar de los esfuerzos de Francisco, todavía hay zonas grises en la rendición de cuentas y en la prevención de nuevos casos.
El nuevo Papa deberá también definir cómo posicionarse políticamente ante un mundo cada vez más polarizado. Francisco fue claro defensor de la paz, del multilateralismo, del cuidado del planeta (con su encíclica Laudato Si’) y de la justicia social. ¿Mantendrá esa voz profética quien lo suceda o adoptará un perfil más neutral y diplomático?
Más allá de los nombres, lo que está en juego es el alma de una institución que influye en más de mil millones de personas en el mundo. No se trata solo de teología, sino de humanidad, de presente y futuro. La Iglesia de Francisco fue una Iglesia cercana, compasiva, profundamente pastoral. Su sucesor tendrá que decidir si continúa caminando entre la gente o si retorna a los pasillos del poder.
Es un momento histórico que encierra riesgos, pero también enormes posibilidades Progresismo VS Tradición. Que el Espíritu Santo inspire a los cardenales para elegir a quien, más que un príncipe, sea un pastor. Alguien que no tema ensuciarse los pies en el barro del mundo real.
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*Profesional Agroforestal, escritor y político local.
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