Por: Erika Bayona López/ En Colombia, como en muchos países atravesados por la religiosidad, hemos normalizado lo inaceptable: lavar crímenes con agua bendita mientras las atrocidades continúan bajo las sotanas o los trajes de los pastores. El caso del pastor José Ramírez, acusado de violar a su hijastra, indigna no solo por el crimen, sino por la defensa que recibió de su iglesia: alegaron que «estaba poseído».
¿De verdad estamos dispuestos a aceptar que una supuesta posesión demoníaca justifica la violación de una menor? ¿Hasta cuándo vamos a permitir que los templos sean refugios para depredadores, mientras los fieles los aplauden cegados por la fe?
Esto no fue un acto del demonio. Fue un crimen. Un acto consciente, violento y pervertido. Y quienes lo encubren, también son culpables.
Un patrón que se repite
Cada año, cientos de menores son víctimas de abuso dentro de contextos religiosos. Y demasiadas veces, los agresores reciben apoyo incondicional de sus comunidades. En Colombia, hemos visto cómo líderes de diversas denominaciones enfrentan denuncias por abuso sexual, maltrato y explotación. Su poder no viene de la espiritualidad, sino del control emocional y mental que ejercen.
No se trata de atacar la fe. Se trata de desenmascarar a quienes la usan como escudo para delinquir. Porque proteger a un abusador solo porque predica desde un altar es una traición a las víctimas y una afrenta a la justicia.
El silencio institucional también es crimen
La historia de los niños abusados en el ICBF debería habernos escandalizado colectivamente: un hombre encargado de cuidarlos los violó sistemáticamente. Algunos contrajeron VIH. Las instituciones miraron hacia otro lado.
¿Qué futuro espera a esos niños? ¿Quién responde por las secuelas físicas y psicológicas que arrastrarán de por vida?
Vivimos en una cultura de impunidad donde la justicia llega tarde, o no llega. Mientras tanto, las víctimas son silenciadas, culpadas o abandonadas.
Urge legislar con perspectiva de género (y sin miedo)
El Código Penal colombiano castiga los delitos sexuales, pero cuando ocurren en contextos religiosos o institucionales, los procesos judiciales se enfrentan a obstáculos como el silencio institucional, la manipulación de testigos y la revictimización.
Necesitamos:
Reformas legales que castiguen también a quienes encubren estos crímenes.
Protocolos de denuncia seguros que protejan a menores y víctimas.
Supervisión estatal efectiva sobre templos e instituciones de acogida.
Las iglesias y centros de bienestar no pueden seguir operando como si estuvieran por fuera de la ley. Nadie debe estar por encima de la justicia.
A las víctimas, justicia, no excusas
Ayudar a la comunidad no otorga licencia para destruir vidas. No hay oración que borre una violación. No hay sermón que redima a un depredador.
Las víctimas no necesitan más silencio. Necesitan reparación. Acompañamiento. Justicia.
Porque quien calla, otorga. Y quien protege a un abusador, participa del crimen.
¿A quién estamos siguiendo?
¿A enviados de Dios o a depredadores disfrazados de pastores? No es que “se les meta el diablo”. Es que el diablo vive cómodamente en quienes abusan de su poder y se ocultan tras la fe. Y peor aún: les dan micrófono, autoridad y seguidores.
La violencia sexual, venga de donde venga, debe ser castigada con todo el peso de la ley.
Toda violencia sexual debe ser denunciada con fuerza, sin excusas, sin rodeos y sin miedo.
Lo que ocurrió con los niños del ICBF no tiene perdón: es una herida abierta que nos desangra como sociedad. Es una atrocidad imperdonable que exige justicia real. No puede haber ni silencio ni impunidad cuando los más vulnerables, los niños en custodia del Estado, son ultrajados por quienes debían protegerlos.
El representante a la Cámara Julián Peinado, del Partido Liberal, fue claro: a estos criminales “deberían castrarlos sin anestesia”. Esa frase puede sonar extrema, pero refleja con precisión el hartazgo colectivo ante crímenes tan atroces y repetidos. Y sí, hay quienes dirán que suena duro. Pero es que la indignación ya desbordó los límites del lenguaje correcto. La rabia es legítima. Porque si no duele, no cambia.
El Instituto Colombiano de Bienestar Familiar debe ser puesto bajo investigación inmediata. No se trata solo de capturar a los agresores, sino de revisar la cadena completa de omisiones, encubrimientos y negligencias que permitieron que esto ocurriera. Los protocolos fallaron. Las alertas no se escucharon. Y el silencio institucional es, en sí mismo, cómplice.
Propongo que se cree la Ley Infancia Intocable, una legislación que imponga cadena perpetua efectiva, sin redención de pena, para violadores de menores que estén bajo custodia del Estado, iglesias, hogares sustitutos o instituciones educativas. Esta ley debe contemplar también la inhabilitación de por vida para cualquier tipo de contacto con menores, sanciones penales para los encubridores y la obligación de reparación integral a las víctimas.
Colombia no puede seguir premiando con traslados o silencios a los violadores. Que tiemble quien levante una mano contra un niño. Que se quiebre el sistema antes que una infancia más.
Si conoces a alguien que ha sido víctima de abuso en un contexto religioso o institucional, existen recursos para ayudar: Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF): Línea nacional 141, disponible las 24 horas. Fiscalía General de la Nación: Línea 122, para denuncias anónimas y orientación legal. Red de Apoyo para Víctimas de Abuso Religioso: Organizaciones que brindan asesoría y acompañamiento legal.
«Si esta columna te impacta más que los hechos que denuncia, el problema no está en el texto, sino en tu tolerancia a la injusticia. No más pactos de silencio. No más excusas disfrazadas de fe. La única posesión aquí es la del poder corrupto, y ha llegado el momento de arrancarlo de los espacios donde se usa para callar, someter y destruir vidas».
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*Business Data Analyst – IT & Logistics / MBA & Máster en Project Management. Auditor interno BASC. Administradora de Negocios Internacionales y Especialista en Mercadeo Internacional de la Universidad Pontificia Bolivariana.
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