Por: César Mauricio Olaya/ Que no nos cojan sin confesarnos, decían nuestras abuelas, haciendo referencia a la posibilidad de que la parca les llegara y ellas, sin aviso de por medio, no hubieran cumplido con el sacro beneficio del perdón, vía confesión. Hoy cuando vemos al errático alcalde de Bucaramanga, muy tieso y muy majo, saludando a un auditorio inexistente en gentil correspondencia a la sugerencia del fotógrafo oficial, que desesperado intenta cumplir las instrucciones del asesor de imagen del mandatario, creemos que la ciudad le llegó la parca y la pilló sin confesión.
Y es que la ciudad al parecer le tocará pasar por las llamas del purgatorio, porque la suma de pecados sin confesión, hacen relamer al patas que espera a los impuros que no recibieron la bendición para que sus culpas fueran perdonadas.
La primera y más grave de las confesiones se llama ingenuidad. Solo un pueblo ingenuo se le ocurre votarle al candidato que pone un ex alcalde que por todas las razones del mundo fue separado de su cargo, con argumentos que si se le para tantico de bolas, dan para escribir el mayor de los legados de torpeza: “hay que votar por un ingeniero”, “Juan Carlos no habla, yo hablo por él”, “Si Juan Carlos gana, seguiremos derrotando a los corruptos”, y así sucesivamente, la historia sin fin, no tendría fin.
Pero qué le vamos a hacer, fue elegido y ahora con su chalequito azul, caminando a pasos largos por las calles previamente decoradas de guirnaldas para saludarle y con un séquito que hace llorosear al más In de los protagonistas de novela, va exponiendo sus virtudes de gobernante que no tiene idea de gobernar. Decretando normas por aquí y por allá, desoyendo consejos y concejales, hablando erráticamente de cifras que nunca coinciden, cumpliendo con dejar terminar lo mal hecho por sus antecesores e incluso, permitiendo que se viole la ley y se entronice el principio impuesto por su anciano elector del “va porque va”.
Los medios con algún nivel de libertad le exponen sus yerros, pero no los escucha porque los trombones y timbales que hacen sonar sus asesores; por cierto, un grupo tan errático y desconocedor del hacer público, que el título de “kínder” les queda excesivamente grande. El medio de comunicación mayor en su desespero evidente ante la crisis económica que lo asola, en silente acompañamiento de sus yerros y los ciudadanos, en medio de ese triángulo de las Bermudas que los hunde en la incertidumbre de saber que les tocó pagar el infierno y que no hay remedio que los salve.
El capítulo más grave de esta historia está por venir. Mientras que con frases de marketing el alcalde del chaleco azul anunciaba que la ciudad le estaba ganando la batalla al Covid-19, el enemigo silencioso como perro por su casa, expandía sus mortales garras, a sabiendas que esa confianza que intentaba vender su alcalde aliado, le abría puertas a contaminar a sus anchas. Y mientras el bicho se incubaba a sus anchas, ni una sola acción se tomaba en materia hospitalaria necesaria para atender los casos críticos. Se anunciaba con avisos luminosos la campaña de búsqueda vía pruebas extensivas por toda la ciudad y las tales pruebas nunca llegaron.
Los alcaldes del área metropolitana se reunían con el gobernador para mirar acciones conjuntas para atender la crisis y el del chaleco azul, organizaba una peluquería en el auditorio del edificio de la alcaldía. Las noticias de rebrotes en todo el mundo se extendían y se daba por hecho que la apertura de espacios con dificultades para conservar las distancias era la causa de este renacer de la pandemia y acá los genios asesores lo mostraban haciendo pruebas pilotos para sacar los restaurantes a las calles.
Señor alcalde o señor ingeniero (por esto lo eligieron), no dudo que usted sea una buena persona, por lo menos su imagen lo hace ver así; pero por favor, una cosa es gobernar para el marketing y la satisfacción del hacedor de encuestas en ábacos de chocolate y otra bien distinta, es gobernar para una ciudad que lleva cuatro años embarcada en un discurso de tilín tilín y cero paletas en materia de infraestructura urbana, atención a la inseguridad, el caos vial y la muy escasa inversión en salud, un sector que hoy hará del temido purgatorio, donde muchos quizá caeremos por cuenta de una errática política de construcción de ciudad y gobernabilidad.
No se siga creyendo el guion de que Bucaramanga, como Medellín, tiene todo bajo control para atender el pico de la pandemia, que llegó a sus anchas, se posesionó y ahora lo veremos llevarse por los cachos a una cantidad de paisanos, que lamentablemente no se confesaron a tiempo.
*Fotógrafo.
Twitter: @maurobucaro