Por: Jesús Heraldo Rueda Suárez/ “Mambrú se fue a la guerra, que dolor, que dolor, que pena, mambrú se fue a la guerra no sé cuándo vendrá…”
Recuerdos de una infancia cuando al entonábamos esta canción en la escuela a viva voz mientras nuestra imaginación volaba en esas guerras de soldados e indígenas o las del oeste, cuando imaginar que tuviésemos que vivir todo el horror de la guerra en nuestros campos y ciudades, pasar de esa inocente imaginación a saber cómo es una guerra aunque en menor magnitud de las que se viven en Siria o la que vivió la antigua Yugoslavia, Yemen, Afganistán, Irak, Beirut, hemos visto tristemente en nuestros campos, niños, soldados y campesinos mutilados por minas antipersonales, tomas de poblaciones por parte de grupos al margen de la ley (guerrillas, paramilitares), luego vivimos como ese horror se trasladó a nuestras ciudades, narcotraficantes estallando bombas donde miles de colombianos inocentes murieron, una guerra sin sentido por más de 50 años que ha dejado cerca de 9 millones de muertos. Épocas oscuras en nuestro país.
La guerra es la capacidad de causar dolor, destrucción y muerte, solo con el objetivo de doblegar al oponente, a su vez, causando daños colaterales a quienes se encuentran en medio de ese conflicto, solo con el propósito de eliminar la resistencia recurriendo al arma de la destrucción, del dolor, el sufrimiento y la muerte.
La muerte provoca miedo en los vivos que la contemplan y eso lo saben quiénes la propician, buscando así evitar que la resistencia se amplíe o que encuentre simpatías. Especialmente por el lado del atacante se exhibe la capacidad de hacer daño, porque es esa exhibición la que provoca miedo. Y el miedo es una pasión que paraliza e inhibe la acción, creando sumisión.
Los poderes políticos han recurrido históricamente a su capacidad de causar dolor y de infundir miedo, recordemos que la política es poliédrica y cada uno ha de ver lo que dice y como lo dice desde el prisma que le convenga y a su vez defenderá sus posiciones y dirá que ese el verdadero camino hacia la paz, unos se inclinarán por el combate y otros por el dialogo.
Una cosa es clara, las consecuencias de la guerra no son solo materiales, eso sí, entendiendo que cada conflicto es distinto, lo que sí es claro es que sus efectos se notan mucho más en la población que está en la primera línea de la guerra, campesinos y civiles que huyen de la guerra para salvar sus vidas y las de sus familias que se ven obligados a refugiarse unos en otros países o ciudades dejando atrás su arraigo, sus costumbres, su vida todo por culpa de la guerra, eso, eso es fracturar su vida e implica un antes y un después forzado, donde ese después jamás será igual esas personas seguramente tendrán otra óptica del conflicto y de la búsqueda de la paz que el que lo ve por televisión u opina desde su celular.
Si bien es cierto los acuerdos logrados en Colombia para la búsqueda de la paz tienen errores, por ello las dos posiciones unos que hablan de unos malos acuerdos y una falsa paz y otros que dicen que es mejor unos acuerdos con errores que continuar con una guerra sin sentido, y acá traigo a colación el estribillo de la canción donde se refiere a la guerra que dice: “la guerra que dolor, que dolor que pena”.
Todos hemos visto en el mundo como por culpa de la guerra se destruyen ciudades, y en nuestro país hemos visto poblaciones destruidas, campos fértiles convertidos en terrenos áridos ausentes de campesinos que los cultiven, rostros sumidos en la tristeza y el dolor, una diáspora sin rumbo, ¿esa es la postal que queremos seguir viendo?
Pero esas son las consecuencias materiales, ¿y las otras? El efecto psicológico, el desarraigo, la depresión, la ansiedad, la inseguridad y la desconfianza, se convierten en sentimientos permanentes adquiriendo un gran peso en la vida de esas personas, hombres, mujeres y niños, todos ellos colombianos de bien que su vida les cambio por algo que no estaban pidiendo ni propiciando y esto requiere de otro proceso de recuperación, de reconstrucción física y mental para quienes huyen de la guerra.
Es innegable la presencia de la violencia en Colombia, la cual ha penetrado todas las esferas afectando la vida nacional en todos los campos, convirtiéndose en un tema usado en discursos de campañas políticas, de promesas, incluso en factor decisorio de elecciones presidenciales, en conversaciones de cafés, una violencia usada para desviar la atención de temas relevantes para el país, lo que nos lleva a una pregunta, ¿a quién o a quienes les conviene la guerra?
Censuro el actuar durante décadas de quienes llevaron al país a este conflicto usado para cometer toda clase de vejámenes, violaciones, masacres, narcotráfico, desplazamientos, secuestros, etc. Y nada excusa ese actuar, por ello es importante el reconocer los errores, pedir perdón y aceptar el castigo que se acordó y quienes desde su celular piden guerra, invitarlos a que debemos entregar un mejor país a nuestras futuras generaciones las cuales deben crecer sin odios.
Todos en algún momento de nuestras vidas hemos cometido errores, eso sí, asumiendo las consecuencias, quizá una reflexión sencilla entre el camino de la paz o de la guerra, en la paz no hay violencia, en la guerra si, en la paz hay más nacimientos, en la guerra más muertes, la paz es equilibrio, la guerra es un desequilibrio, la paz es un valor la guerra todo lo contrario un anti valor, la paz evita el sufrimiento y la guerra genera sufrimiento.
Invito a la no violencia, siendo diferentes, pensando diferentes podemos construir un mejor país, las agresiones verbales y físicas no conducen a un final feliz y nuestro país merece un mejor futuro donde todos vivamos en paz disfrutando de las riquezas que el creador le otorgó a esta bella nación.
Parodiando a un gran periodista deportivo, el gran Édgar Perea decía: “Sigan siendo felices, Édgar les dice”.
*Profesional en Mercadeo
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