Por: Óscar Prada/ El proceso constructivo de una edificación amerita siempre la cooperación y diligencia de aquellos que lo integran y se construye en la medida del ideal o la imagen que se quiere, es decir, existiendo un previo imaginario de lo que se desea obtener.
A medida que se avanza, los embates de la imprevisión producto de la realidad, actúan como agente modificador de ese ideal de constructo. Todo ello depende de la interpretación y la toma de decisiones fundamentadas en la protección del propósito principal del proyecto.
De manera análoga, nuestro constructo como sociedad es el proyecto más ambicioso que tenemos como nación; empero, a diferencia de las edificaciones que basta mayoritariamente para medirlas con una rígida escuadra; nuestra sociedad en ejecución, de forma contraria, ostentando un pensamiento que difiere de lo plano y fácil de medir; requiere más bien una plantilla de Lesbos, que es aquella que se adapta a sus múltiples formas, creando una precisión de la irregularidad social.
Es absurdo pensar que únicamente con rectitud un proyecto llegue a buen término, necesita de manera imperiosa las adaptaciones necesarias para superar las dificultades que acontecen. En nuestra nación, donde el lema libertad y orden, impresos en su escudo insignia, pareciere que difieran; de forma contraria se comportan como el yin y el yang que configuran de manera precisa un equilibrio necesario.
Quizás se pregunten, ¿a dónde quiere llegar el autor con tan extenso preámbulo?, la verdad, quisiese que se analizara lo suficiente para tener la capacidad de responder objetivamente los siguientes cuestionamientos. ¿Es posible concebir una sociedad donde todos pensemos igual? ¿Expresar divergencia y cuestionamiento es perjudicial para el constructo social? Reconocer el aspecto lánguido de nuestra sociedad a través de nuestra mirada objetiva. ¿Es dañino para el constructo de la misma?
Lo anterior depende del ángulo en que se observe; para preguntas tan abiertas, se necesita una lectura crítica de las mismas, un análisis enriquecido con fundamentos lógicos y en síntesis razones valederas sustentadas de verdad en términos lógicos y discretas de pasión. Las personas queremos lo que deseamos, y el deseo cargado de emociones que sentimos, nos impide pensar objetivamente. Para lograr arribar a conclusiones objetivas, es fundamental el vehículo de la educación; de manera pues que siendo la educación como fuente generadora de herramientas que facilitan nuestro sentido crítico, es posible obtener sustento a nuestros cuestionamientos en general.
Es muy llamativo, el incidente acontecido con una docente de Ciencias Sociales en un plantel educativo en Cali, donde el formular a sus estudiantes una serie de preguntas que abordaban un tema escabroso de nuestra realidad como nación, fuera generador de un aluvión de ataques y críticas con pobre fundamento por parte de los padres de familia.
Dichas críticas se basaban en el posible adoctrinamiento por parte de la docente, dejando al descubierto su postura ideología; en yuxtaposición, pregunto a los lectores, ¿es ilícito cuestionar?, una porción de la sociedad quiere solo cuestionar lo que favorezca sus propios deseos, con lo que puedo equiparar, como aquellos que se miran al espejo y omiten que sus particularidades imperfectas hacen parte de todo su conjunto. Somos una sociedad reticente a reconocernos, queremos mostrar lo mejor para impresionar a las visitas, ocultando detrás de nuestras ropas oscuras, la enfermedad que nos aqueja y de la cual hacemos negación.
El pensamiento propio, como dimensión ilimitada donde solo nosotros imperamos y donde tenemos libertad absoluta, es el manantial de nuestra personalidad; tenemos la libertad de elegir, siempre y cuando no dañemos al otro; sin embargo, queremos extender nuestro imperio mental y colonizar las mentes ajenas creyendo que nuestra propia verdad es absoluta; quizás, ¡sí!; absoluta para nuestras propias realidades; empero, cada realidad es inmensamente distinta, como lo es al igual cada percepción.
Ahora sintetizo de manera concreta los cuestionamientos realizados en esta única pregunta, ¿es posible construir la sociedad con una regla rígida?; lógicamente, ¡no! Aquellos cuya pretensión sea reglar y generalizar, aplanando la sociedad cortando sus curvas; circunscriben en su pretensión, una premisa ilógica, donde el egoísmo gobierna y propone una realidad única, la cual es totalmente inexistente. Es tan válida la anterior condición, como el asegurar que el terreno donde se construirá es totalmente plano, sin siquiera mirarlo.
Ninguna verdad es absoluta, y mucho menos si tiene como sustento el actuar azaroso de seres imperfectos como los seres humanos en el ámbito político. Existe en nosotros ese anhelo de querer para las personas de nuestros afectos lo mejor; sin embargo, basándonos en nuestros propios postulados que sustentan nuestra verdad individual, no podemos pretender cercenar de forma reglada el pensamiento de nuestros allegados; más bien debemos adaptarlo y comprenderlo, encausando sus curvas de manera ordenada a través de nuestro sentido crítico actuando como verdadera plantilla de Lesbos.
La libertad de pensar es una facultad maravillosa que tenemos todos los seres humanos; no obstante, que se busque reglar el pensamiento, es una intención que colapsa con su propio peso. Quizás los colombianos asociamos que el ejercicio de cuestionar, es sinónimo de perjudicar, y sucede todo lo contrario, el responder con fundamento un cuestionamiento genera solidez en la tesis que queramos exponer.
Es importante entender la libertad de catedra como sustancia indivisible del ejercicio de la docencia, la cual es un derecho protegido según la Corte Constitucional, en sentencia T-588 de 1998 que dicta así:
“La Corte Constitucional ha señalado que la libertad de cátedra es un derecho del cual es titular el profesor o docente, con independencia del ciclo o nivel de estudios en los que desempeñe su magisterio”.
Prosiguiendo con el ultimo abordaje, la libertad de catedra tiene como varios derechos constitucionales sus propias limitaciones, enseñadas por la misma corte:
“La independencia y autonomía que la libertad de cátedra otorga al docente está sujeta a los límites que surgen del respeto de otros derechos constitucionales y de la conformación misma del proceso de aprendizaje. Este proceso se desenvuelve en un sentido abiertamente participativo y dinámico del que hacen parte los profesores, los estudiantes, los padres de familia y, en general, los miembros de la comunidad”.
Al igual abordando el alcance constitucional que tiene el artículo 68 de la Carta Magna, los padres esta en todo el derecho de escoger que tipo de educación desean para sus hijos menores:
La facultad que el artículo 68 de la norma fundamental concede a los padres de familia, «está referida a la selección de las mejores opciones educativas para sus hijos menores, en el sentido de excluir toda coacción externa que haga forzoso un determinado perfil, un cierto establecimiento, una ideología específica, o que niegue a los progenitores la posibilidad de diseñar, según sus propias concepciones, la orientación pedagógica y formativa que estiman deseable para su mejor porvenir”[1]
Donde podemos ponderar dos fundamentos que pueden perfectamente controvertir, y que perfectamente si realizáramos una lectura reglada de estos, resultarían casi irreconciliables, en el sentido de pensar que solo pueden respetarse estos dos derechos si las ideologías de los padres, profesores y planteles educativos son convergentes.
Esto nunca sucederá, es dispendioso abordar las ideologías individuales, y los pensamientos cambiantes que abordan una sociedad igualmente cambiante. Si todo fuese monolítico y estático, la lectura de la situación podría dimensionarse con una rígida regla; por el contrario, la realidad difiere de lo anterior y necesita una lectura más adaptativa, donde las opiniones no se basen en ataques sin fundamentación sino todo lo contrario, donde existiendo un margen de tolerancia, regule un espacio valido para que las partes tengan la opción de argumentar, escuchar y lograr un mutuo consenso para construir.
Que mejor que abordar el disenso en los planteles educativos (siendo este el germen moderador de la convivencia por excelencia); implicando a la familia y los docentes, que son los constructores de la sociedad, solventando las discrepancias en un ambiente abierto a la materialización de ideas discordantes, que lleven a una sustancial mejora en la educación de las futuras generaciones.
De manera comparativa es tan equivalente como si los arquitectos, ingenieros civiles, maestros y ayudantes no se escucharan en el trascurso de una obra y no pusieran de acuerdo sus múltiples ideas para mejorar el proyecto; de ser así sería el caos, no se llegaría a buen término; por lo tanto, el disenso es fundamentalmente necesario para mejorar nuestra convivencia armónica como comunidad.
Para concluir, los pensamientos e ideologías particulares son cambiantes, y dicha dinámica se maximiza aún más, si estas concepciones abordan el ámbito social y político, es posible inclusive que nuestras ideas sean parte de una efímera mayoría que pudiese convertirse en minoría y viceversa; por lo cual no es procedente regirnos bajo un sistema omnímodo y recto; porque de ser así es negar nuestro propio reflejo como sociedad plural.
Es posible proteger y pregonar nuestro libre pensamiento siempre y cuando este no dañe a los demás, por ende, no podemos menospreciar el pensamiento del prójimo, detentando una autoridad proferida por nuestras propias reglas morales, lo que es prácticamente sacar ese dictador que llevamos dentro para someter al prójimo, menoscabándole su propia dignidad. Ustedes, ¿qué opinan?
*Ingeniero Civil y Estudiante de Derecho.
Twitter: @OscarPrada12
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor)
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[1] Sentencia T-662-99