Por: Andrea Guerrero/ Durante el último mes, las calles han sido el escenario de la protesta. Probablemente, a estas alturas hemos perdido la cuenta de los hitos, embarradas y tragedias que han acontecido en este mes de paro. Haciendo un breve recuento de los acontecimientos gubernamentales podemos ordenarlos así: el 15 de abril, el gobierno presenta una reforma tributaria al Congreso que genera el rechazo de la población; el 2 de mayo el presidente ordena el retiro de la reforma y al día siguiente renuncia el ministro Carrasquilla; el 10 de mayo inicia el diálogo entre el Comité del Paro – a quien nadie llamó, ni nadie le hace caso y con quien nadie se siente representado – y el Gobierno Nacional.
Así mismo, es evidente que han sucedido incontables episodios vinculados al exceso de la fuerza por parte de miembros de la Policía Nacional, que han desembocado en la disminución de la confianza de los colombianos hacia esa institución.
Como consecuencia de estas situaciones, han surgido múltiples teorías que señalan como precursora de la protesta a los líderes de la izquierda colombiana, para comprobar esto último basta con ver la portada de una revista de Semana que se titula “Petro, ¡Basta ya!”.
De igual forma, la protesta ha sido asociada con la Revolución Molecular disipada, puesto que se encuentran similitudes entre la tesis de esta doctrina y la realidad colombiana. Sin embargo, esta teoría es una visión muy reduccionista del problema, debido a que, tal y como señala Ariel Ávila, “no da cuenta de la complejidad que se está viviendo en las calles”, y, además, se corre el riesgo de ver a los manifestantes como enemigos del Estado que merecen ser eliminados por “querer desestabilizarlo”.
Ahora bien, toda esta problemática nace a partir de la pérdida de credibilidad hacia el Estado. Las instituciones han sido incapaces de preservarse a sí mismas, el apoyo que algún día les otorgaron los ciudadanos se ha perdido gracias a su propia incompetencia y corrupción. Por lo tanto, echarle la culpa a alguien más en una autoentrevista puede resultar un poco inútil para solucionar el problema, enmendar los errores y recuperar la poca legitimidad que le queda al Estado.
Se supone que un Estado se consolida con armas ideológicas, pero en Colombia se ha optado por establecer como únicos pilares a las armas de fuego, siendo así que los civiles que pretenden defender a las instituciones han pasado por encima de ellas, buscando “justicia” por mano propia y atacando a los demás civiles.
Finalmente, no se puede optar por una salida facilista que consista en que un tercero expíe las culpas de un gobierno que se ha dedicado a ser incoherente con sus palabras y acciones. Así mismo, la peor solución sería que el Estado recuperase su poder mediante el derrame de sangre de sus ciudadanos.
Por ahora, lo más razonable verdaderamente es el diálogo abierto con quienes lo reclaman y no con un comité que nada que ver.
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*Estudiante
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