Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P./ Esta columna la escribo en medio de la despedida de fray Tiberio Polania Ramírez, O.P., un hermano de comunidad que siendo opita le entrego mucho al gran Santander como misionero en el Catatumbo, en algunos cargos administrativos y académicos de la Universidad Santo Tomás, entre otros espacios a lo largo de su vida.
Muchas veces escuchamos o leemos sobre este asunto de “dejar huella”, de llegar algún día a la plenitud de la existencia, plenitud que sería el resultado del trabajo realizado con nuestra propia vida. Personalmente no creo que se deba llegar a la realización, es mejor, en palabras de un viejo sabio, ser un hombre proyecto, asumir cada día y ser feliz en ese transitar. Se dice también que “todo muerto es bueno”, frase satírica algo injusta en su generalización frente a aquellos que realmente fueron buenos. Posiblemente todos tenemos recuerdos de alguna persona que nos ha dejado una enseñanza con su actuar, que ha dejado una huella y quizá, tengamos referentes comunes como Jesús, Gandhi o Mandela.
Ahora bien, si es difícil comprender el rastro que dejan otros en nuestra vida, es aún más complejo asumir de forma consciente la posibilidad que tenemos de marcar vidas ajenas. Podemos influenciar a otros de forma positiva o negativa de acuerdo a cómo nos presentamos, comportamos, o compartimos con ellos. Sin embargo, es necesario tener presente que también tenemos una relación directa con el medio ambiente y los animales, a veces olvidamos estás ultimas relaciones o simplemente las menospreciamos.
Llegados a este punto vale la pena preguntarse ¿qué tipo de huella estamos dejando a nuestro paso?, ¿las personas nos recordarán con cariño o simplemente querrán olvidarnos?, ¿el planeta será un lugar mejor después de nuestro paso por él?
En el caso de fray Tiberio, percibí mucho agradecimiento por parte de personas que lo conocieron en diferentes etapas de su vida; asimismo, pude observar un reconocimiento por parte de muchos frailes que vivieron con él, frente a su fraternidad y preocupación constante por la vida conventual, por su hábitat.
Si les preguntaran a las plantas que nos hemos cruzado en el camino de la vida o a los animales que nos han visto caminar, ¿qué tipo de huella ha dejado esa persona (usted que lee o yo que escribo)? ¿dejamos huellas que dañan el entorno o que se hacen parte del hábitat?, ¿qué responderían? Somos habitantes de un mundo que se transforma a nuestro paso y deberíamos ser conscientes de ello.
Volviendo al tema de la realización y de si es necesario sentirse realizado o no, sigo creyendo que no, así como ya referí prefiero estar en constante construcción de un sí mismo que soy yo, solamente así podemos marcar nuestra vida, dejar huella en ella y de paso la de quienes nos rodean, como bien lo supo hacer el querido Tiberio, tomando conciencia de lo que nos gusta y lo que no, comprendiendo lo que puede beneficiar o no nuestro entorno de cara al futuro propio y compartido.
El llamado de este escrito, que en parte quiere ser homenaje, es a tomar las riendas de nuestra propia existencia y asumirla. El planeta sería diferente si todos los sujetos que lo habitamos fuéramos conscientes de que lo habitamos; es una conciencia que nos lleva a un desarrollo pleno de nosotros y de los otros, que nos permite generar nuevas formas de relacionamiento y nos hace dejar huella o “dejar de dejarla” si es necesario.
La vida se hace necesariamente en comunidad, nacemos en una y decidimos participar o dejar de participar en otras, me refiero a optar por pertenecer a un círculo de amigos, a una familia religiosa, pertenecer a un club social o no, entre otras posibilidades.
A veces, esas comunidades entran en tensiones unas con otras y las personas que las integran se ven afectadas; por eso, es necesario entrar en procesos de diálogo constante que terminen moldeándolas y moldeándonos a su paso.
Esas comunidades también dejan huella en nosotros y nosotros en ellas. Fray Tiberio fue “fray” precisamente porque decidió hacerse hermano, miembro de una comunidad particular que lo marcó y en la que dejó una gran huella.
Como colombianos pertenecemos a una sociedad, lo que corresponde a ser miembros de una misma comunidad.
Aspiro que en las elecciones venideras seamos conscientes de la decisión que vamos a tomar, todos y cada uno, porque, aunque cada uno vota, al final, todos elegimos a uno solo, dejamos una sola huella.
Ojalá tengamos presente también en nuestra mente a aquellos que habitan el país pero que no votan, a los niños, a la fauna, a la flora, los páramos, los océanos, los que no quieren votar y tantos otros miembros de nuestra comunidad de vivientes.
Es tiempo de pensar y pensarnos todos y en todo, de buscar el verdadero bien común por encima de la tiranía del sí que solo se quiere realizarse sin pensar en el otro, tiempo de que nos asumamos como proyecto humano a ejemplo de grandes humanos que han dejado huella en nuestra existencia.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor)