Por: Jesús Heraldo Rueda Suárez/ Como dice la canción de José Barros, también me dijeron que navegaba en el Cesar una piragua, tuve la fortuna de crecer al lado de mi abuela, a quien llamábamos “mamá abuelita” (Leonor Rueda Díaz) de Zapatoca ella. Es esta columna un motivo para hacerle un homenaje a ella y a todos esos bellos abuelos con quien mi generación creció.
Mi abuela y todos esos abuelos con quien tuve gracias a Dios la oportunidad de compartir mi infancia, allá por esas cuadras de mi barrio y en especial la cuadra donde crecí, llena de amigos y casas de puertas abiertas, donde podía entrar y abrir la nevera, sentarme a escuchar los consejos e historias de las mamás y abuelos, mientras nuestros amigos se alistaban para irnos a la escuela, o al partido de futbol, al río, en fin.
Contaba mi abuela cómo en esos tiempos, el respeto por los mayores, la fe religiosa, los padres, los abuelos, los maestros, el cura y las autoridades respectivas, eran de gran valor, importancia y cumplimiento.
De ahí se desprendían muchas historias, unas muy serias, y otras de fantasías, espantos y leyendas urbanas, las cuales nos emocionaban y nos transportaban al oírlas, fijo terminaba uno durmiendo en la cama con ellos presa del miedo, las serias empezaban con esas frases que no podían faltar “no es como ahora”, “en mis tiempos esas cosas no pasaban”.
Es así como al hablar de historias serias nos contaban como a los padres, a los maestros no se les podía contradecir, o contestar y estaban en toda la autoridad de reprendernos, ese reprender ya sabemos que era, “un correazo o un reglazo”; nos contaban las travesías para ir a la escuela en alpargatas o chocatos, cruzando quebradas, caminos, al llegar de su jornada escolar ayudaban a sus padres en las labores de casa y de su trabajo, en el caso de mi abuela en el fabriquín, (elaboración de tabacos).
Contaban los abuelos de la cuadra y mi abuela historias de terror o leyendas urbanas como: La viuda, la llorona, el duende, la patasola, esta última hablaba de una señora que antes de convertirse en espanto era una mujer bonita y cruel que le hizo daño a muchos hombres, se les aparecía, los engañaba y les robaba todo (hoy creo existen muchas patasolas jajaja). La viuda era una señora hermosa que aparecía de noche en parajes solitarios e invitaba a los hombres a su casa a seguir tomando en su casa que era una mansión con pisos de mármol, paredes pintadas de blanco, muchas estatuas, la sala era grande y muy cómoda, ahí ella los empezaba a abrazar era muy fría, y luego ellos sentían que algo tibio les recorría la espalda, era sangre, poco a poco quedaban sin fuerza y se desvanecían, y no recordaban nada más, y al día siguiente despertaban en una tumba del cementerio todo rasguñado y lleno de sangre, y ellas remataban con la frase “mijo eso les pasaba por borrachín y mujeriego”.
Contaban como, y a que jugaban, ellas no tenían muñecas, jugaban a saltar laso, la tangara, a la pelota, al escondite, a la pita, al naipe, al trompo o con pelotas de trapo, en navidades a los aguinaldos y a contar historias.
Como no recordar esas comidas, esos desayunos y almuerzos, (eran caldo con huevo, arepa amarilla, tamal, chocolate con queso del de hoja, pan, o un almuerzo con sopa, arroz seco, pastas, papa o yuca, un guiso, carne o pollo y jugo) pues nos tocaba dejar algo y ahí venía esa frase, que como me gustaría volver a oírla, “mijo, pero si no has comido nada”.
Y así nos hablaron de los días de mercado, de la rigurosa ida a misa los domingos, de la celebración de semana santa, de las navidades con sus aguinaldos, natillas, tamales y reuniones familiares, del respeto por el campo y el campesino, por los recursos hídricos, por la fauna y flora y en general por la naturaleza.
Esos hermosos abuelos con el tiempo se fueron haciendo más viejos y nos empezaban a contar algo que ya le habíamos oído decir y al final preguntaban: ¿mijo, esto no te lo había contado nunca, cierto?
Nunca he encontrado un lugar más seguro en mi vida que las naguas de mi abuela, cuantas veces corrí a alcanzarlas y hacerme detrás, unas lo logré, otras no pude porque ya llevaba dos correazos encima, gracias mamá abuelita por salvarme muchas veces y por tanto, pero tanto amor, y de ahí también salía una frase, “mijo su papá lo quiere, pero pórtese bien, él lo reprende por su bien”.
En la Zapatoca de esa época y en general en Colombia la vida política se debatía entre liberales y conservadores, es así como los pueblos por tradición eran unos de mayoría de un partido y otros de otro partido, nunca le oí mencionar la palabra corrupción, y en medio de esas llamadas diferencias de ideas políticas les transcurrió la vida, se convivía en paz, salvo algunas riñas al calor de unas copas, cuando el tema era político.
Quise recordar a los abuelos por los momentos que está viviendo nuestro país en esta época electoral, donde el respeto, la tolerancia se perdió, en honor a esos buenos abuelos que nos inculcaron amor, respeto, integridad, responsabilidad, los invito a que hagamos un alto, reflexionemos, hagámoslo desde el punto de vista actitudinal y de comportamiento, abandonemos las agresiones y respetemos las diferencias, construyamos sobre esas diferencias y hagámoslo en paz.
llamémoslo, esencia, energía, voluntad, intuición, niño interior, alma, corazón… da igual…la cuestión es dejar de lado nuestras limitaciones, desconfianzas, muros y reinventarnos, para que desde cada uno de nosotros, en las labores que realizamos, en nuestra familia, desde lo que verdaderamente somos, construyamos un mejor país partiendo de ser honestos con nosotros mismos y mostrar al mundo nuestras reales habilidades y competencias y a su vez le mostramos al mundo lo que realmente es Colombia un país maravilloso que puede y debe cambiar.
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*Profesional en Mercadeo
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