Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ “Bibliófilo” es un término poco usado que refiere a alguien que es literalmente “amante de los libros” o un “enamorado de los libros”. Es un término casi en desuso porque seguramente son pocos quienes se identifican con él, pocos en comparación con otro tipo de gustos, seguramente habrá más “enamorados de los autos” o “enamorados de los reality show”.
Suelo visitar librerías de nuevos y de usados con frecuencia, el poco dinero que manejo se suele gastar en comprar nuevos libros, siempre estoy antojado de un libro que no he comprado. Ese tipo de cosas son las que hacen que crea que quizá encaje en ese término, tal vez soy un bibliófilo. No estoy diciendo que sea un gran lector; de hecho, me considero un lector regular, lo que estoy afirmando es que me gustan los libros y me preocupo por ellos.
He venido reflexionando sobre los libros porque me cuestiona un poco el futuro de los mismos, no de los libros como forma de transmisión de diferentes mensajes en papel, sino del futuro de los libros que ya están impresos y vendidos, de los libros que están en mi biblioteca o en la de quien lee esta columna, ¿cuál será el futuro lejano del libro que está en mi mesa de noche?
La semana anterior estuve en Quevedo, una librería de usados en Chapinero, y me encontré con una joya. Resulta que habían llegado dos bibliotecas a aquella librería y las estaban organizando para venderlas, dentro de esas dos bibliotecas venían las obras completas de Kafka en una edición sencilla y con una buena traducción. En resumen, ¡compré la obra completa de Kafka en excelente estado por ciento cincuenta mil pesos!
¿Habría imaginado el primer dueño de esos libros que luego serían revendidos así? ¿Quiénes eran los dueños de las dos librerías que llegaron?, ¿serían personas que quebraron y tuvieron que vender sus libros?, ¿personas que decidieron migrar a algún otro país y dejaron todos sus libros? ¿o acaso serían de un difunto cuyos hijos decidieron venderlos?
En mi caso hago un poco de trampa al hacer esta pregunta frente a mi biblioteca porque tengo claro que, en principio, mis libros quedarán para la comunidad, puntualmente para la biblioteca del convento donde perezca o la casa de formación donde sean más pertinentes. Esta es una tradición que habla de la importancia que tienen los libros para los dominicos desde siempre. Aunque tampoco sé si los libros dejarán de ser míos antes de mi deceso.
Con todo esto en la cabeza, decidí hacer una especie de encuesta en mis redes sociales donde preguntaba: “¿Qué harían con la biblioteca de un difunto cuyos libros no les interesan o ya tienen en su haber?”. Las respuestas fluctuaron entre venderlos y donarlos, incluso hubo quien dijo que “los guardaría como un tesoro”.
No tengo idea de quién fue el dueño anterior de la obra completa de Kafka que compré, tampoco sé que pasará a ciencia cierta con ellos después de que dejen de ser míos ni porque dejarán de serlo. Lo que sí sé es que pienso darles buen uso mientras los tenga y procuraré que se reúnan de vez en cuando con Coetzee, Sanín, Ospina, García Márquez, Gray, Restrepo, Nietzche, Aquino, Pizarnik, Acosta, Piglia, Quintana, Vanegas, y tantos otros que conviven en las mismas repisas.
Apuntaciones:
– Estoy impactado y muy conmovido con las imágenes de Mykhailo Dianov, soldado ucraniano liberado después de meses de cautiverio en manos de Rusia. Debería ser simplemente vergonzoso para toda la humanidad.
– La fundación Justapaz cumplió treinta años de trabajo por la paz del país y lo celebró con un evento académico de tres días. Les agradezco haberme invitado al panel “El sector religioso y sus aportes al legado de la comisión de esclarecimiento de la Verdad”.
– A sus ochenta y seis años, la querida Totó la Momposina se despidió de los escenarios. Gracias a ella por todo el aporte cultural que nos deja, ¡que viva la cumbia!
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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