La abuela de Camilo opina e ironiza sobre política de forma tan sencilla y tajante que este le llama «La Cuchilla» en alusión a la Navaja de Ockham, y estas son sus historias.
Por: Edwin Fernando Suárez Cadena/ Luego de desempacar adornos, series de luces y las figuras del pesebre guardados en cajas y bolsas llenas de polvo, La Cuchilla se dio a la tarea de revisar qué servía aún y qué era necesario cambiar.
Todo el sistema de luces era una maraña de la que únicamente se podían ver los enchufes que, al ser conectados, mostraron utilidad solo para un muy probable incendio casero por corto circuito. También las figuras de los reyes magos y de san José, ya sin orejas o narices, pedían a gritos un relevo, y por ello la anciana decidió tomar su bolso, un tapabocas y salir de compras al tradicional almacén de artesanías de la ciudad.
El sitio era todo un paraíso de lo referente a la Navidad. Fascinaban desde la entrada los más novedosos alumbrados, muñecos de todos los tamaños, guirnaldas de colores brillantes, y aunque un poco fuera de contexto, hasta las imitaciones de nieve para poner en los tejados.
Enseguida que la anciana ingresó, escuchó al fondo la voz de trueno de quien claramente era la dueña del lugar, que con un tono agrio le ordenaba a una trabajadora atender a la recién llegada cliente.
Una dócil jovencita se acercó algo tímida demostrando que era nueva en el oficio, y siguiendo el libreto de atención le ofreció a la anciana su compañía y asistencia; por su parte La Cuchilla se mostró amable con ella y tomando una canasta plástica empezó su exploración.
Lo primero que seleccionó fueron un par de juegos de luces con música incluida que debía ser navideña pero que ella nunca había escuchado.
–¿Por qué no les pondrán a esas luces villancicos de por acá? –preguntó casi desilusionada la anciana.
–Son productos que en su mayoría se hacen en Asía, y fíjese que desde allá se prefieren tradiciones europeas y norteamericanas –dijo la joven vendedora, no sólo resolviendo la incógnita, sino mostrándole a La Cuchilla un buen nivel de educación.
Agradada por la respuesta continuó su recorrido por la zona de los pesebres y fue allí que su fascinación estalló. En materiales cerámicos y hasta en fina madera había los más bellos y creativos conjuntos de figuras para imitar los acontecimientos de Belén. De allí escogió uno hecho delicadamente en barro del que la vendedora acotó que era una artesanía realizada por un grupo de madres cabeza de familia.
Después de que a la canasta fueran a parar también pequeños arreglos de cintas, el rumbo de la anciana fue el del lugar de pago a donde llegó acompañada de la muchacha. Del otro lado de la vitrina la dueña que fungía como cajera la recibió con sonrisa impostada, y mientras La Cuchilla pagaba los productos la jovencita inició el proceso de empaque.
Era tal la presión que ejercía la dueña sobre la trabajadora que envolvía en papel periódico los productos, que en un momento determinado llegó a vociferar un «tenga más cuidado con esa pieza» con el peor de los resultados: La perturbadora voz hizo temblar las manos de la jovencita y nada más ni nada menos que el niño del pesebre terminó estrellado contra el suelo y partido en tres pedazos.
No fueron muchos los segundos de tensionante silencio y la patrona emprendió una sarta de desmedidos improperios contra la muchacha que pasaron por un irónico «Pero, ¿qué se puede esperar de estos universitarios públicos que todo lo destrozan?», y terminaron con la despótica orden de traer escoba y recogedor.
–Descuide, señora…nosotros le reponemos la figura –quiso conciliar la dueña a pesar del inexistente reclamo–, y permítame que yo misma termino de empacar sus productos –y al tomar una hoja de periódico, y para tratar de justificarse, la extendió sobre la vitrina mostrando una noticia y exclamó:
–Mire…es lo que digo: Ahí está que van a dejar en libertad a esos delincuentes de la primera línea que el año pasado acabaron con todo. ¡Me parece el colmo! Si están presos es por algo. Uno no puede ser así de alcahueta como este gobierno…si alguien hace destrozos que pague con toda.
La Cuchilla que hasta ese momento había contemplado la situación en calma y silencio tomó por fin la palabra:
–Jummm… Menos mal usted no presiona con actitud despreciativa a sus trabajadoras –le ironizó a la sorprendida dueña– ¿Se imagina cuántos daños habría donde los tratara mal? –complementó–. ¡Ya qué! El daño está hecho –y dirigiéndose a la jovencita que ya barría los tres pedazos le dijo:
–Mire, mi chinita…me gustaría que usted misma me repare la figura. Qué bonito tener en mi casa una imagen que me recuerde que los seres humanos la podemos embarrar, pero también arreglar. Le dejo mi número y me llama cuando la tenga lista
De inmediato se giró a la dueña y concluyó:
–Mi señora…le voy a pedir el favor que no le cobre ni a esta muchacha ni a los jóvenes de la primera línea lo que los más adultos les hemos empujado a hacer. Déjelos que reparen en la medida de las causas y consecuencias, y sobre todo deles la libertad comprendiendo sus circunstancias porque eso es lo que ellos necesitan. ¿No es acaso ese el mejor gesto de Navidad?
Entonces la atónita dueña y la ya serena muchacha vieron una tierna sonrisa en el rostro de La Cuchilla que justo en ese momento se empezó a dirigir a la salida.
…
*Licenciado en Filosofía (USTA) y Magíster en Filosofía (UIS).
Twitter: @edwinfernando_
(Esta es una columna literaria de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor)