Por: César Mauricio Olaya/ Recientemente se instalaron en la UIS y en la UDES dos importantes obras artísticas, que se suman a las que ya existen en los campus respectivos y que coadyuvan con el espíritu que dicta el carácter universal, principio rector de cualquier centro de educación superior.
En la UIS, mediante concurso por invitación en el que participaron una docena de artistas santandereanos, el maestro Guillermo Quintero de Piedecuesta, fue el seleccionado con su obra Sietenario, para adornar el nuevo edificio de laboratorios de ingeniería mecánica. Cuatro tótems metálicos que sugieren la relación entre la tierra (el metal) y el hacer del hombre (la ingeniería).
En la UDES por su parte se instaló la obra María Mulata del recientemente fallecido artista cartagenero Enrique Grau y precisamente en torno a esta obra, es donde quiero sentar mi reflexión sobre esa posibilidad del artista por hacer visible lo corriente, lo cotidiano, lo que está justo ante nuestros ojos y que solo el artista logra visibilizar y con su pincel, su cincel o un soplete de corte, volverlo bello.
Cuando se visita Cartagena, es común verlas saltando de un lado a otro, rebuscando comida en las arenas de la playa, incluso a veces atosigando al turista, acercándose a donde el descuidado deje cualquier residuo tirado. Su nombre científico es Quiscalus mexicanus, una especie de la amplia familia de los ictaridaes y por ende, prima hermana de otras especies que viven en el interior como el mismísimo turpial, el bello cardenal y por supuesto el chango llanero (Quiscalus lugubris), ese pájaro negro, que vemos por montones al final de la tarde en el parqueadero del Centro Comercial Cañaveral. Una especie invasora que desde hace unos años llegó a Santander para quedarse y de paso, convertirse en un peligro para las especies nativas, pues en su afán de ampliar sus territorios, destruye nidos y expulsa los huevos de otras aves.
A la Maria Mulata, Grau la observó, fijó su mirada de artista y primero la llevó a sus telas y luego, en un ejercicio de síntesis plena, la volvió escultura, detallando en sus formas, la posición de su cuerpo en esa actitud de saeta, proyectada hacia el infinito de los cielos.
Por estos días, estando en Cartagena, me detuve por primera vez y apreciarla. Por momentos se me ocurrió verla casi como una incómoda ave; más luego, intentando ponerme en el papel del maestro Grau y con mi lente, busqué el encanto que me había seducido el ver la obra expuesta a cielo abierto en la Udes y créanme lo logró con absoluta facilidad.
La vi saltando en la arena, a veces entre las rocas de los rompeolas, otras escondida entre los árboles, delatándose por su trino escandaloso y por último, la vi coqueteando en las muralla y al verla la mirada seducida del artista, me ratificó el don y la maestría con que el arte vuelve bello lo invisible.
Volviendo al plano de nuestra ciudad, debemos reconocer que no existe una cultura del arte, a pesar de que sobran artistas de calidad y que con certeza, sería justo convocarlos a hacer visible lo invisible, dejar tanto al azar o a una ocurrencia de político novato, como recientemente lo viene haciendo Jorge Figueroa, presumible candidato a la alcaldía, que anuncia que para celebrar los 400 años de Fundación (que no fue tal) de Bucaramanga, levantará un gigantesco obelisco al mejor estilo Buenos Aires o Washington.
Se me ocurre preguntarle al pichón de candidato, ¿estaría mejor dispuesto a honrar a los artistas locales y a convocarlos a que se dispusieran a mirar la ciudad, su naturaleza, los componentes invisibles que solo ellos pueden ver y con su capacidad de hacer magia, proponer una obra realmente innovadora en el tiempo, la historia y las vivencias de estos 400 años?
En conclusión, menos falos y más arte, candidato o candidatos, por supuesto, maestros artistas. Ustedes tienen la palabra.
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