Por: John Anderson Bello Ayala/ Estamos en la era del “supuesto” políticamente correcto, parece ser que hoy en día hemos olvidado el valor sobre el respeto: respetar a quien es diferente por su condición; respetar las reglas del sistema democrático; respetar aquellos que no piensan como nosotros, respetar a nuestros padres como muestra de gratitud; respetar las leyes como un deber en nuestra sociedad, son infinidades connotaciones que traemos a nuestra mente.
“Respetar” es una palabra que se esgrime con más soltura de la que se maneja, y para muestra la más rabiosa actualidad – Jaime Ruiz-. Esta paradoja tiene nombre: Sesgo endogrupal y explica por qué nos resulta más sencillo aceptar las premisas, de aquellos que más se parecen a nosotros, comparten nuestro modo de vida o votan al mismo candidato político.
Pero pedir respeto desde la intolerancia carga un peligroso germen de totalitarismo: Si no podemos escuchar al prójimo, ni este hará el esfuerzo de atender a nuestras palabras, ni podremos avanzar como sociedad. Ya lo dijo Churchill: “Valor es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también es lo que se requiere para sentarse y escuchar” y esto último es imprescindible entre compañeros de armas y también entre adversarios.
Resulta evidente, pues, que el único modo de confrontar ideas en busca de un beneficio mutuo de las partes, es a través del diálogo, que todo lo soporta menos con la utilización de la fuerza y/o su imposición y es justo lo que debemos enseñar a nuestros hijos.
Al pasar de los años, el respeto por las instituciones públicas ha ido en decadencia, esto directamente proporcional al sentir de la gente, pues efectivamente han existido errores por parte de las instituciones, que han provocado que su credibilidad sea escasa, sino es que podríamos afirmar nula, no obstante una fuente fundamental para que exista el civismo en Colombia es el respeto a dichas instituciones, sobre todo por parte de nuestros dirigentes políticos, quienes lideran la brújula de la gestión pública, con el pleno compromiso social y la búsqueda de la igual entre los desiguales.
Pero la realidad es otra, nuestros líderes hoy en día, se han encargado deslegitimar el respeto por las instituciones públicas, con la simple aplicación agresiva de su autoridad, exterminando el dialogo entre sus opciones, para lograr una propuesta populista entre lo permitido, es por ello, que no podemos aceptar a una sociedad que se encuentra en proceso de paz y reconciliación, con aquellos que algún momento de la historia fueron nuestros verdugos, desarraigar la palabra “respeto”, con el simple hecho de desafiar el sistema.
Si algo caracteriza a la democracia bien practicada, en cualquier tiempo, lugar o situación de que se trate, es la cultura del respeto a las opiniones, a las acciones y a las diferencias que se manifiesten conforme a los cánones que establece el ordenamiento legal. En abierto contraste, con lo que es común en los regímenes autoritarios y totalitarios, del color y de la línea que fueren, lo que el régimen democrático exige, es que se erradiquen todas las formas de abuso y todas las maniobras de imposición, ya que democráticamente hablando lo que debe funcionar sin cortapisas ni artificios, es el pluralismo natural y normal.
Parece lógico creer que el respeto requiere de empatía, y este, a su vez, es imprescindible para alcanzar nuestros objetivos éticos, políticos y sociales como comunidad. Sobra decir, no obstante, que, como cualquier otro concepto en el que la subjetividad y la emoción nos guían, este supondrá una significación distinta para cada persona, y para la muestra tenemos el Internet, que a través de las redes sociales, en donde una amplia mayoría considera que la libertad de expresión acoge chistes de mal gusto, humor negro sobre las diferentes situaciones del sistema, del dolor ajeno, o cualquier otra figura política, y otros tantos, considerarán que tales acciones deberían quedarse encerradas en el pensamiento; a diferencia de aceptar la imposición agresiva de otras opiniones, con la simple búsqueda de maniobras populistas.
Es incomprensible que nuestra sociedad colombiana, sigamos aceptando los episodios desafiantes y pintorescos del señor Alcalde Bucaramanga frente a sus servidores, como ejemplo de líderes que atacan la corrupción a costa de su imposición de autoridad; a su vez, es incomprensible los hechos ocurridos en la ciudad de Cali, en donde una mujer golpea salvajemente a dos agentes de tránsito, en medio de un procedimiento, por el hecho de estar en desacuerdo con el comparendo; pero es más incomprensible de quienes deben preservar el respeto y la convivencia ciudadana, hoy en día son quienes promueven la violencia o más llamada utilización de la fuerza legal, en aplicación a los procedimientos policiales.
Estamos frente a unos hechos indignantes, que desvirtúan totalmente el concepto de “respeto”, frente al desempeño de las instituciones públicas y la confianza que ha genera a la ciudadanía.
Como lo precisa la psicología, “si todos queremos que nos respeten, debemos ganarnos ese respeto”, no es fácil, cuesta mucho trabajo, aquí debemos aplicar un compromiso de actores, participar activamente en la institucionalización del “respeto” en la sociedad, desde nuestros hogares hasta las instituciones públicas; su transformación progresiva requiere de políticas debidamente programadas a partir del sistema. En eso hay que trabajar de manera disciplinada y consensuada, para que los buenos frutos puedan irse viendo lo más pronto posible.
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