Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P./ Como cada cuatrienio, desde hace un par de semanas, se ha empezado a mover todo el panorama político de forma oficial. Poco a poco van surgiendo candidaturas de todos los sectores políticos para las próximas elecciones.
En medio de ese variopinto escenario quiero dejar aquí una preocupación general frente a estas nacientes campañas; se trata de una serie de elementos que parecieran procedimentales pero que, en realidad, ponen en entredicho las intenciones reales de quienes están detrás de estas.
En Colombia desde que se hace política partidista o quizá un poco antes, se entiende como «discurso político» a una exposición de ideas en las que una persona, por lo general un candidato o candidata, busca deslumbrar las poblaciones a las que se dirige con diversas soluciones a las problemáticas que estos pueblos afrontan, generando así grandes expectativas que por lo general no se transforman en hechos.
Este tipo de alocución es denominada también «discurso veintejuliero» y tiende a ubicarse, dentro del imaginario colectivo en plaza pública, se espera que sea dirigido en forma de grito y que incluya en la medida de lo posible, un par de chistes flojos y unas cuantas acusaciones injuriosas en contra de los contendientes.
Teniendo en cuenta estas ideas, el político es entonces comprendido para el electorado como una especie de juglar, que en vez de entretener con su canto, se dedica a recrear al público a punta de arengas en un volumen que algunos senadores llaman «tono mayor», es todo un espectáculo que, en lo personal, parece cada vez más mandado a recoger y que muestra la ignominia a la que han llegado después de los años quienes se dedican al oficio de la politiquería nacional, aquellos que han olvidado el arte que fue alguna vez el ejercicio de la política.
Lo curioso es que, el político, o mejor, el politiquero, responde a lo que el pueblo quiere y espera. Es por ello que, somos responsables de tener la clase política que tenemos, somos responsables de votar por los mismos perpetuándolos en el poder, culpables de premiar el grito sobre el argumento, de aplaudir a quien despotrica contra su rival con argumentos falaces dejando por el suelo cualquier regla de la ética, llegando incluso al irrespeto por la mínima lógica discursiva.
Somos los electores quienes alimentamos estas formas de hacer política que hoy no tienen distinción alguna de partido ni orilla ideológica pues al parecer nadie quiere bajar el tono y debatir con argumentos.
Además del discurso, es tiempo también de repensar la forma en que las campañas despliegan su publicidad, eso que llaman «marketing político» porque, así como el discurso político se vuelve aturdidor, la publicidad visual suele ser absurda en todos los rincones del país, las campañas se convierten en contaminación visual y auditiva.
Nos obligan a ver sus caras sobre las piedras, en vallas, en televisión, en internet, en todos lados, rostros de candidatos y candidatas de todos los colores, sabores, tamaños, y posturas; se trata de un abuso publicitario, una apuesta que más que publicidad se convierte en el equivalente a una relación toxica de los candidatos con el pueblo que perdura incluso hasta después de las elecciones.
Asimismo, debemos empezar a concientizarnos de la relación de estos excesivos gastos en las campañas son, en buena medida, parte de la causa del déficit que se terminará cubriendo luego con las coimas y otras formas de desvió del pecunio estatal en favor de quienes sirvieron de financiadores a sus correrías preelectorales.
Ojalá comprendamos como electores que, el hecho de ver repetidamente a un candidato en una imagen no nos dice nada de sus propuestas ni de su idoneidad para el cargo al que aspira, ya es hora de asumir nuestra responsabilidad, debemos exigirles a esos mismos personajes que gasten menos dinero en publicidad y más en generar procesos serios que se vean reflejados en verdaderos planes de gobierno que sean escritos en procura del bien común.
En miras a concluir esta columna puede estar esperando el lector o la lectora que yo presente aquí alguna alternativa política particular, alguna solución, que exponga quizá «mi candidato ideal» pero no tengo tal, solo busco hacer un llamado a la conciencia de unos y otros, de candidatos y electores para que juntos superemos por fin esa forma nefasta de hacer política y logremos dejar de gritar para pasar a escuchar.
Se trata de una apuesta a que al fin podamos participar en verdaderos espacios donde el debate se centre en argumentos, donde no se desprestigien unos a otros ni acudan a aquel tono mayor como recurso para otorgarse victoria alguna; campañas que se centren un poco más en las propuestas que en el marketing, campañas que retornen a la política entendida como una oportunidad de construir un mañana mejor.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino
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