El presidente sirio Bashar al-Assad supervisó una represión implacable de una rebelión prodemocrática que se transformó en una de las guerras más sangrientas del siglo.
El domingo 8 de diciembre, mientras los rebeldes entraban en la capital, un observador de la guerra siria afirmó que había abandonado el país, en lo que podría significar no sólo el fin de su mandato de 24 años, sino la caída del reinado de cinco décadas de su clan.
Tras enfrentarse a protestas en todo el país que exigían su destitución y a una rebelión armada que prácticamente aplastó, Assad había recuperado el control de gran parte de Siria en la guerra civil que comenzó en 2011.
De carácter tranquilo, Assad se había apoyado durante años en sus alianzas con Rusia, Irán y el grupo libanés Hezbolá para asegurarse el poder.
Mientras dirigía una implacable guerra de supervivencia para su gobierno, se presentaba ante su pueblo y el mundo exterior como el único líder viable de Siria frente a la amenaza islamista.
Pero una ofensiva rebelde dirigida por islamistas que comenzó el 27 de noviembre arrebató ciudad tras ciudad el control de Assad.
El domingo 8 de octubre, los rebeldes anunciaron que habían entrado en Damasco.
Poco tiempo después, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos afirmó que Assad había abandonado el país, mientras que los propios rebeldes afirmaron que el «tirano» había «huido».
Sin oposición real
Durante años, Assad se había erigido en protector de las minorías sirias, en el escudo contra el extremismo y único garante posible de la estabilidad de un país asolado por la guerra.
En las múltiples votaciones celebradas a lo largo de los años, organizadas únicamente en territorio controlado por el gobierno, se llevó la gran mayoría de los votos, entre acusaciones de países occidentales y grupos de defensa de los derechos de que las elecciones no fueron ni libres ni justas.
En las reuniones oficiales, durante las entrevistas e incluso en el frente de batalla, este oftalmólogo de 59 años se comportaba con calma.
Sin embargo, tras esa fachada se escondía una asombrosa capacidad para aferrarse al poder en medio de múltiples oleadas de violencia y cambios transformadores en Siria y en toda la región.
Barajar las cartas
Un periodista, que se reunió con Assad en varias ocasiones antes y después de que estallara la guerra en 2011, dijo que Assad es una «figura única y compleja».
Bashar al-Assad tiene «las mismas cualidades» que su padre, Hafez al-Assad, que gobernó Siria durante casi tres décadas hasta su muerte en 2000, dijo el periodista, que declinó dar su nombre.
Hafez al-Assad, jefe del Partido Baaz, impuso en el país un régimen hermético y paranoico en el que la más mínima sospecha de disidencia podía llevar a uno a la cárcel o algo peor.
Bashar al-Assad nunca estuvo destinado a ser presidente, pero su vida cambió radicalmente cuando su hermano mayor Bassel, que estaba siendo preparado para heredar el poder, murió en un accidente de tránsito en 1994.
Bashar al-Assad abandonó sus estudios de oftalmología y se marchó de Londres, donde había conocido a su esposa Asma, británica-siria y musulmana suní que trabajaba para la empresa de servicios financieros JP Morgan.
De vuelta a casa, hizo un curso de estudios militares y recibió clases de política de su padre.
A la muerte de su padre, Bashar al-Assad se convirtió en presidente por referendo, se presentó sin oposición y ganó un segundo mandato en 2007.
Assad, que juró el cargo a los 34 años, fue visto inicialmente por los sirios que anhelaban libertades como un reformista capaz de acabar con años de represión e introducir la liberalización económica.
En los primeros días, se veía a Assad conduciendo su propio coche o cenando en restaurantes con su esposa.
Relajó algunas de las fuertes restricciones que existían bajo el mandato de su padre.
Una represión mortal
Pero su imagen inicial de reformador se evaporó rápidamente cuando las autoridades detuvieron y encarcelaron a académicos, intelectuales y otros miembros de lo que entonces se conocía como el movimiento de la Primavera de Damasco.
Cuando la Primavera Árabe llegó a Siria en marzo de 2011, estallaron manifestaciones pacíficas pidiendo un cambio.
Assad, que también era comandante en jefe de las fuerzas armadas, respondió ordenando una brutal represión de los manifestantes y la guerra civil no tardó en estallar.
Durante la guerra, que mató a más de 500.000 personas y desplazó a la mitad de la población, la postura de Assad respecto a los manifestantes y la oposición no cambió.
Ante Siria y ante el mundo, justificó los bombardeos y las campañas militares como una guerra contra los «terroristas».
Mientras tanto, su aparato de seguridad aplicaba un brutal sistema de encarcelamiento de disidentes en una red de centros de detención y cárceles repartidas por todo el país que se han hecho famosas por sus abusos.
Fue objeto de innumerables caricaturas de artistas disidentes que lo representaban como un asesino, sobre todo tras los ataques químicos de 2013 contra bastiones rebeldes en los alrededores de Damasco.
Desde el inicio de la ofensiva rebelde liderada por grupos islamistas, Assad se ha hecho eco de su postura de siempre de que el conflicto en Siria está maquinado desde el exterior.
«La escalada terrorista refleja los objetivos de largo alcance de dividir la región y fragmentar a los países que la componen y redibujar el mapa de acuerdo con los objetivos de Estados Unidos y Occidente», declaró Assad el pasado lunes.
Bashar al-Assad es padre de tres hijos. Su esposa, Asma, fue calificada de “rosa en el desierto” por la revista Vogue antes de la rebelión.