Por: Diego Ruiz Thorrens/ El siguiente artículo estaba pensado como un espacio, una oportunidad, para visibilizar y también denunciar algunos aspectos de la llamada “reactivación económica” en tiempos de post pandemia en la ciudad de Bucaramanga (no sé si sea correcto hablar de “post” pandemia cuando las cifras de nuevos contagios y fallecidos por Covid–19 siguen su ascenso en otras latitudes del mundo) y cómo esta se ha convertido en escenario para reafirmar la exclusión de sectores sociales vulnerables (mujeres cabeza de hogar, personas de ambos sexos mayores de 40 años con o sin preparación educativa y/o profesional) y otros históricamente excluidos (sectores que ya eran excluidos mucho antes de la pandemia, pero que con la misma se acentuó aún más) como son los sectores LGBTI.
No obstante, algunos sucesos que ocurrieron en últimos días me invitan a repensar este escrito. La siguiente es una denuncia sobre un hecho que, en lo personal, logró afectarme por la severidad de lo acontecido, impulsándome a evidenciar una serie de hechos que continuamente transgreden la humanidad y la vida de un sector social doble/triplemente excluido: las mujeres pertenecientes a la población trans trabajadoras sexuales, ubicadas en la zona centro (comercio) de la ciudad (algunas mujeres son migrantes, con edades que no superando los 24 años) víctimas de las más brutales agresiones físicas.
La historia es la siguiente: en días pasados recibí un mensaje de una reconocida activista en derechos humanos quien cordialmente puso en conocimiento una grave situación que afecta a las mujeres trans que bordean la plaza de mercado central en la zona centro de Bucaramanga.
Inicialmente imaginé que esta sería una denuncia que (por enésima vez) buscaría poner en relieve un contexto que sigue sin solución y que vincula a muchos, demasiados sectores sociales, que confluyen en un mismo territorio. Pero no. La denuncia trató sobre una problemática donde el nivel de gravedad de los hechos exige que sean tomados decisiones urgentes, rápidas y contundentes.
Un paréntesis: para todas aquellas personas que siguen sin tener claridad sobre qué significa ser trans, o qué es la identidad de género, compartiré una definición súper concreta que podemos encontrar en algunos informes sobre derechos humanos y diversidad sexual: hablar de identidad de género es “hablar del género con el que cada persona se siente identificada, independiente del sexo asignado al nacer”. Por esta razón, a pesar de los imaginarios sociales, del machismo y la patanería heteropatriarcal, cuando hablamos de mujeres trans hablamos sencillamente de mujeres. Y así lo debemos entender.
Continúo. No obstante, debido precisamente a muchos aspectos que se escapan de mi comprensión, existen sectores sociales que se sienten con el derecho y potestad de abusar a niveles inhumanos de este sector poblacional. Y lo que encontré dialogando con tan solo unas pocas mujeres trabajadoras sexuales de la zona de la plaza de mercado, fue sumamente aterrador: algunas llevaban consigo marcas de golpes, moretones y lo que al parecer también eran signos de tortura, violencia promovida por personas que dicen sentirse “amenazados” por la presencia de estas mujeres pero que en la realidad son ellos la verdadera amenaza, incluso para la sociedad.
La abrumadora evidencia de violencia física a las que son sometidas es difícil de describir. No existen palabras para relatar con detalle cada golpe, cada embestida. Pareciera por un instante que estuviese ante una escena de una película donde las actrices son víctimas de algún accidente de carretera. Las marcas sobre los cuerpos son sumamente perturbadores, imposibilitando la concentración y el dialogo con las víctimas, dejando un sentimiento de infinita preocupación.
Y para aumentar el nivel de desasosiego, estas mujeres identificaron y denunciaron dos tipos distintos de agresores: por un lado, a vigilantes de la zona quienes han sentido el ‘impulso’ (así lo mencionó una de las mujeres) por “golpearlas a más no poder”. Los segundos, son precisamente aquellas personas que deberían ser garantes de la protección y la seguridad: algunos patrulleros del comando metropolitano de policía de Bucaramanga.
A pesar que en nuestro dialogo algunas mujeres afirmaron que son groseras con ellos, manifestaron que la razón para serlo es porque en múltiples ocasiones han debido protegerse de los malos tratos y la violencia verbal. Por ello, actualmente, sienten bastante temor porque son conscientes que, tanto en Colombia como en el resto del mundo, las mujeres trans son asesinadas sin ningún tipo de razón o móvil. El miedo es notable, palpable, y a pesar que muchas de ellas dicen que se defenderán de cualquier agresión “cueste lo que cueste”, temen que se repitan algunos sucesos como uno que ocurrió días antes de la entrevista, donde varios vigilantes de empresas privadas (más de 4) agredieron físicamente a una única mujer porque, según comentarios, ellas “no debían estar cerca a la plaza de mercado”. También existe el temor a denunciar por las posibles represalias.
La situación es sumamente desconcertante. Por esta razón, ellas exigen que les presten mayor atención y protección en una zona, un territorio, que es al mismo tiempo de todos y de nadie, y donde en cualquier momento puede ocurrir una nueva tragedia como las acontecidas en 2019, donde dos mujeres de la población trans fueron violentamente apagadas.
Este artículo es un grito, un llamado de auxilio. Es hora que Fiscalía, Policía, Defensoría, Personería y demás instituciones tomen cartas en el asunto, reconociendo y promoviendo el respeto por la vida de las personas LGBTI, aplicando el reconocimiento del enfoque de género y diversidad sexual.
Es sumamente importante recordar que están en juego las vidas de muchas mujeres que, precisamente, debido a esa falta de oportunidades que históricamente las persigue, realizan una labor que implica riesgos que podrían ser minimizados si pudiesen contar con una policía, una autoridad, que verdaderamente desease garantizarles proteger la integridad y a la vida. Es hora que exista un cambio en la mentalidad machista de una institución que continuamente atropella a la diversidad sexual. Y ojalá que los agresores, una vez sean identificados, les caiga todo el peso de la ley.
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*Estudiante de maestría en derechos humanos y gestión de la transición del posconflicto de la escuela superior de administración pública – ESAP Santander.
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