Por: Manuel Fernando Silva Tarazona/ Llevamos más de 60 años en conflicto armado. Esa es más de media vida de nuestros abuelos, más de tres generaciones que han crecido con la guerra como banda sonora. Más de nueve millones de víctimas, más de 450,000 muertos, millones de desplazados. ¿Y para qué? ¿Qué hemos ganado? Absolutamente nada. Solo más muerte, más odio y más división.
Hemos intentado negociar antes. Algunos procesos han sido exitosos, otros han terminado en traición y violencia:
– En 1984, el gobierno de Belisario Betancur firmó un acuerdo con las Farc, pero el exterminio de la Unión Patriótica (partido político derivado de la guerrilla) lo hizo colapsar.
– En los 90, el M-19, el EPL y otros grupos dejaron las armas, con avances importantes en la Constitución del 91, pero las Farc y el ELN se mantuvieron en la guerra.
– En el 2000, Pastrana intentó negociar con las Farc en el Caguán. Fracaso rotundo.
– En 2016, Santos logró el Acuerdo de Paz con las Farc. ¿Funcionó? A medias. Miles de excombatientes dejaron las armas, pero otros decidieron volver a la guerra, mientras sectores políticos se empeñaron en torpedear su implementación.
Y ahora, con Petro, la famosa «Paz Total» ha sido una promesa difícil de cumplir. La negociación con el ELN se cayó, las disidencias de las Farc siguen sembrando terror, y el Clan del Golfo y otros grupos paramilitares tienen más control territorial que el mismo Estado. La paz parece un espejismo.
La otra guerra: los paramilitares no se fueron
En Colombia, el conflicto armado no es solo cuestión de guerrillas. Si bien las FARC fueron el grupo insurgente más grande del país, el paramilitarismo ha sido igual o más violento. Y sigue más vivo que nunca.
Los grupos paramilitares nacieron en los años 80 como un ejército ilegal financiado por narcotraficantes, ganaderos y políticos para combatir a la guerrilla. Se fortalecieron en los 90 con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que cometieron algunas de las peores masacres de nuestra historia. Oficialmente, las AUC se desmovilizaron en 2006, pero la verdad es que nunca desaparecieron, solo cambiaron de nombre.
Hoy tenemos al Clan del Golfo, Los Caparros, Los Rastrojos, Las Autodefensas Gaitanistas y otros grupos que controlan el narcotráfico, la minería ilegal y el desplazamiento forzado. No son guerrilla, pero tampoco son “defensores del pueblo” como algunos quieren hacer creer. Son ejércitos criminales patrocinados y cuidados por las esferas del poder colombiano que siembran terror en comunidades enteras.
En departamentos como Antioquia, Córdoba, Chocó y el Magdalena Medio, el poder de estos grupos es absoluto. Cobran «vacunas», controlan rutas del narcotráfico, imponen toques de queda y asesinan líderes sociales. No hay paz posible si el Estado no enfrenta esta realidad.
La paz no es imposible: otros países lo lograron
Es fácil pensar que Colombia es un caso perdido, que somos un país condenado a la violencia. Pero la historia demuestra lo contrario. Hay países que han vivido guerras igual o más sangrientas que la nuestra y lograron salir adelante:
Sudáfrica superó el Apartheid con un proceso de reconciliación que, aunque no resolvió todos sus problemas, permitió una transición sin más guerra.
Irlanda del Norte, tras décadas de conflicto entre unionistas y republicanos, firmó el Acuerdo de Viernes Santo en 1998. Hoy, aunque siguen existiendo tensiones, no hay una guerra activa.
El Salvador y Guatemala, países que vivieron conflictos armados internos, lograron procesos de paz en los 90. Aunque enfrentan otros problemas como el crimen organizado, dejaron atrás la guerra entre Estado y guerrilla.
Entonces, ¿por qué en Colombia no ha funcionado? Porque aquí los procesos de paz siempre terminan secuestrados por los políticos, por los intereses de los grupos armados y por una sociedad que, en muchos casos, prefiere la venganza a la reconciliación, pareciera que les encanta esa guerra que ellos mismos financian y se lucran hablando directamente de esos políticos que están totalmente relacionados a estos grupos. La paz no es firmar un papel, es un trabajo de años que necesita compromiso de todos.
¿Queremos paz o queremos venganza?
Es fácil caer en la trampa de pensar que la guerra es la solución. Cada vez que un gobierno habla de negociar con un grupo armado, aparece el discurso de «con los criminales no se negocia», como si la otra opción (seguir matándonos) fuera mejor. Pero la realidad es que llevamos décadas matando guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes, y nada ha cambiado.
La paz no es un favor que se les hace a los violentos. Es una necesidad para que el país pueda avanzar. No se trata de ideologías, de izquierda o derecha, de Petro o Uribe. Se trata de que la guerra nos ha hecho miserables y no podemos seguir repitiendo la historia.
Un soldado que muere en combate es un colombiano menos. Un campesino desplazado es una familia destruida. Un niño reclutado por un grupo armado es un futuro perdido, están injusto que los que decidimos el rumbo del país y más en este caso tan especifico vivimos, en capitales del país, muy alejados de todo este derramamiento de sangre, nuestros hijos y jóvenes de las grandes ciudades no son los que reclutan forzadamente ni los que ponen de carne de cañón del ejército, siempre son los “nadie” quienes ponen los muertos de lado y lado. Cada bala que se dispara nos aleja más del país que queremos.
Exijamos la paz, siempre
Si la «Paz Total» de Petro no funcionó, no significa que debamos rendirnos. Significa que el próximo gobierno debe intentarlo, y el siguiente también, hasta que lo logremos. La sociedad no puede conformarse con gobiernos que administran la guerra. Tenemos que exigirles que trabajen para acabarla.
Porque si algo es claro, es que quien no conoce su historia, está condenado a repetirla. Y Colombia ya ha repetido la misma historia de muerte demasiadas veces.
…
*Estudiante
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