Por: Jhon F Mieles Rueda/ Es una pasión que llevamos en la sangre, desde que aprendemos a caminar, ya hay un balón rodando cerca, en la cancha del barrio, en la calle o incluso en un potrero esperando ser pateado con la ilusión de convertirnos en el próximo crack de la selección.
Y es que, en Colombia, el fútbol no es solo un deporte, es casi una religión. Un fenómeno que lo atraviesa todo: la cultura, las conversaciones diarias, las celebraciones y hasta los momentos de tristeza, ya que, aunque la selección nos decepciona una y otra vez, nosotros seguimos ahí, firmes con nuestro apoyo.
El fútbol es el mejor remedio para olvidar nuestras problemáticas que hemos encontrado. No importa si estamos en la costa, en los Andes o en la Amazonía, cuando hay partido, todos compartimos el mismo lenguaje: el del gol.
La selección colombiana, esa camiseta tricolor que nos hace vibrar de orgullo, se convierte en el punto de unión. Durante los partidos de la selección el país se paraliza y todos tienen una opinión sobre el once ideal, el esquema táctico y, claro, los infaltables reclamos al árbitro, especialmente cuando la selección va perdiendo.
Porque no se trata solo de ganar o perder, sino de cómo vivimos el partido, cómo compartimos el momento con quienes nos rodean. Y claro, ¡cómo gritamos el gol! En Colombia no existe el gol tímido. El gol se grita con el alma, con el cuerpo, con todo lo que tenemos dentro.
Pero esta pasión por el fútbol no es algo nuevo gracias a lo que han conseguido James o Falcao. Ya en los años 90, Colombia dejó una huella en el mundo del balompié, con aquella generación dorada que nos regaló momentos que aún hoy recordamos.
¿Quién puede olvidar el estilo de Carlos «El Pibe» Valderrama todo bien, todo bien, con su melena inconfundible y su toque mágico en el medio campo? O los goles de Faustino Asprilla el primer rockstar de nuestro país, con su potencia y habilidad, que hacían levantar de sus asientos a los aficionados. René Higuita, con sus locuras y su mítico «escorpión», nos enseñó que el fútbol, además de una competencia también es una diversión.
Claro, no siempre ha sido fácil ser aficionado al fútbol en Colombia. Hemos tenido nuestras decepciones. Partidos que nos rompieron el corazón, eliminaciones que nos dejaron con un nudo en la garganta. Pero ahí está la magia del fútbol: siempre hay otra oportunidad. Después de cada derrota, hay un nuevo comienzo, un próximo partido que nos devuelve la ilusión. Y esa capacidad de seguir adelante, de levantarse tras la caída, es algo que va más allá del deporte. Es una lección de vida.
Hoy los nuevos ídolos del fútbol colombiano siguen escribiendo historia. James Rodríguez, con este inolvidable gol en el Mundial de Brasil 2014, nos recordó que somos capaces de grandes hazañas. Y luego está Luis Díaz, el guajiro que con su talento nos hace soñar con un futuro lleno de éxitos. Cada generación tiene sus héroes y estos jugadores, a través de su sacrificio y dedicación, se convierten en símbolos de esperanza para millones de niños y jóvenes que sueñan con seguir sus pasos.
Y no podemos dejar de lado el fútbol femenino. A pesar de haber sido ignoradas durante años, las mujeres colombianas han demostrado que ellas también pueden brillar en este deporte. El equipo femenino se ganó corazones y abrió un camino que antes parecía cerrado. Hoy en día, las niñas de todo el país tienen modelos a seguir a quienes admirar, jugadoras que, como Linda Caicedo, a través de su talento y dedicación, han demostrado que el fútbol no es sólo un deporte de hombres.
El fútbol en Colombia es también una herramienta de transformación social. En muchas comunidades vulnerables, el deporte ha sido el refugio, el espacio donde los jóvenes encuentran un camino alternativo a la violencia y la pobreza. Proyectos sociales y fundaciones han usado el fútbol para enseñar valores, promover la educación y generar oportunidades. En las canchas, no solo se forman futbolistas, sino ciudadanos con sueños y esperanzas.
Así que, cuando hablamos de la pasión por el fútbol en Colombia, no estamos exagerando. Este país respira fútbol. Está en el ADN de los colombianos. Cada vez que la selección sale al campo, sale con ella la esperanza de todo un país.
Esperamos que esta pasión influya para que Colombia algún día pueda ser anfitriona de un mundial masculino de mayores y porque no, ganarlo también. Gritamos, sufrimos y celebramos juntos. Porque, más allá del marcador final, lo que importa es cómo el fútbol nos une, cómo nos hace sentir vivos, cómo nos permite soñar.
Y tal vez, al final del día, es lo que importa: seguir soñando, siempre.
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*Profesional Agroforestal, escritor y político local.
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