Por: Gustavo Ortiz/ Esta columna de opinión va cimentada gracias a la lectura del libro “Creer, saber, conocer” escrito por Luis Villoro, no confundir con Juan, su hijo, a quien he tenido el placer de tratar, por favor. Mi dificultad acá es asimilable a haber tomado una guitarra eléctrica noventera probablemente cuyos arpegios nacieron para el abogado Mauricio Quintero y tomar de partitura una canción de Ozzy Osbourne.
En torno al ingeniero Rodolfo Hernández Suárez, es un desatino decirle actor político, se ha hecho una mescolanza entre la creencia que le damos a él, el saber que podemos atribuir y el conocimiento que siempre es colectivo y de evidencia en la realidad social con dudas. Bucaramanga sigue siendo la misma.
¿El saber implica creer? El ser buen empresario de la construcción, que no es lo mismo que constructor de una ciudad, el saber ser ingeniero que no es lo mismo decir un buen profesional y sumando estas dos proposiciones, ¿nos implica creer en el rol social determinante de Rodolfo? El ser humano acostumbra a aceptar un hecho sin conflicto, no debatir las coyunturas del contexto – Una Bucaramanga masona, por un lado, una región como epicentro de la derecha de los 80 y un parauribismo desde los 90 y por tanto darlo como verdadero. Bucaramanga es un buen vividero y si es el mencionado rico, debe ser suficiente para manejar la comunidad.
Si partimos de un saber para tener una creencia, esta creencia debe regresar a ser saber, una retroalimentación y colectiva – ¿Bucaramanga es mejor ciudad? El miércoles en la W Radio al referirse a este señor, Julio Sánchez Cristo habla de él en escenarios imposibles.
Caminemos al principio, a Sócrates y a Platón. Por el primer hipotexto o mencionado, los saberes son creencias verdaderas; en el segundo renglón y mejor dejo a Villoro, “conocer es pues poder orientar en forma acertada y segura la acción”.
Publicitariamente el equipo de Rodolfo busca validar a él en ambas lecturas citadas, por tanto, casi un dogma Todopoderoso.
Reseñar la escritura entrañable de Luis Villoro y hacer un ejercicio analítico sobre lo que hoy llamo “Caso Rodolfo”, lo valido en la siguiente cita del maestro académico, “pero el objeto de nuestro estudio son los conceptos epistémicos tal como operan en hombres concretos, reales, determinados por motivos personales, condicionados por circunstancias sociales”.
La manipulación que podemos sentir es que Rodolfo motivado muy seguramente por Socorro Oliveros, mente más cosmogónica de ego busca mostrar las circunstancias sociales como sus motivos personales, cuando en cualquier humano siempre son dos cosas distintas.
Una cosa es la creencia en algo – Rodolfo será un buen Presidente o será un buen gobernador y otra la percepción o el recuerdo que acompaña a esta creencia – Rodolfo le dijo ladrón a un Uriel, un rico dudoso a un tal Édgar. El segundo ejercicio es más fuerte que la creencia y que la realidad, más chévere y más emocional de asumir.
La maquinaria publicitaria busca motivar que la creencia está en el interior de la conciencia y no en las relaciones de un hombre o mujer en concreto con el mundo en torno. Aquí viene la historia del puente entre los centros comerciales, que están por la ruta de la oficina del ingeniero con su apartamento o sus apartamentos. Para no tener que interactuar con la gente o hacerlo lo mínimo posible hizo construir el puente de su bolsillo. Bello mito urbano presuntamente verdadero por ser mito. Recuerden que la oficina de Socorro estaba en el segundo piso casi a la salida del centro comercial y paso inevitable para el hogar presunto de los dos. Lo tenía bien vigilado. Rodolfo Hernández Suárez por lo tanto es asocial, siempre delega su voz, pero aun así salió a buscar votos en la calle cuando quiso la ciudad manejar, hay muchas fotos y videos.
En el analizar el consenso social o encuestas la maquinaria publicitaria se aprovecha de las fronteras de los conceptos y Villoro lo concreta así, “En las encuestas que han tratado de medir actitudes no se distingue expresamente entre preguntas referidas a creencias y otras referidas solamente a afectos, valoraciones e intenciones”.
Las creencias – Rodolfo es un hombre políticamente serio – solo se pueden medir en su relación con una realidad social y no motivada por los afectos individuales que sumadas hacen un colectivo de unos más unos y no es lo mismo que un colectivo. Podría hablar de cuántas firmas urgentes en un instituto público para menores colecciono de él. Ah, la maravillosa década de los ochenta. Ah, arquitecto Ruiz Cardoso extrañamente defensor en sus columnas de Rodolfo. Guardo firmas de ambos núcleos familiares para determinarme.
Todo regresa a un poco de la biografía y de la historia. Ese detalle que cualquier psicólogo no pasaría levemente, aunque Rodolfo es una persona que sabe y maneja buenas lecturas de urbanismo, pero tiene un serio detalle que en declaraciones de prensa no recordaba bien y fallaba con mucho error los tiempos de aquel secuestro por todos conocido. Así sumo como construye sus nociones de familia.
Ahora tomemos uno de los grandes problemas de la sociedad, la corrupción. Que yo diga que no soy corrupto no es suficiente y no significa algo sino hago acciones contra la corrupción. Hacer no es lo mismo que decir, o denunciar, es llevar a un resultado social – por favor anotar Emiro.
“Los motivos no pueden considerarse como causas directas de las creencias, explican las argucias con que la voluntad interviene en la justificación de las creencias”. Así que si me siento junto a Tobón Sanín no hace de mi discurso el mismo que el del académico por ejemplo o si en mis grupos Facebook posteara alguien llamado Danovis no hace que yo alimente la lucha contra un estatus quo.
Genéticamente en mi discurso tengo un mismo problema que Rodolfo, soy un analista perfeccionista, así que le dejo una invitación a un carajillo o dos o tres a él para charlar sobre Gillo Dorfless, eso sí sin grabaciones no permitidas. Juro sentarme de manera correcta en el sofá de la sala.
*Profesional en Estudios Literarios Universidad Nacional de Colombia.
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