Por: Sebastián Aristizábal/ El paro nacional que inició hace una semana ha dejado diversas sensaciones en los colombianos, de una parte, lograr que la reforma tributaria, a todas luces impopular, sobre todo por la situación de desempleo y crisis que atraviesa el país consecuencia de la pandemia, sea modificada en gran medida y, por otro lado, un profundo sentimiento de tristeza y desesperanza de lado y lado. Los manifestantes que se han sumado argumentan válidamente su inconformidad con el manejo del país en materia de salud, economía y seguridad, pero de otra parte el costo de hacerse escuchar es cada vez más alto.
La Defensoría del Pueblo informó que van 24 personas muertas, 11 de estos casos relacionados con la policía y la mayoría en la ciudad de Cali; además se registran 87 desaparecidas, de las que, según anunció la DIJIN ya se han encontrado 47. Estos muertos y desaparecidos se han dado porque las manifestaciones se salen de control, la fuerza pública también se extralimita y en una guerra de odios nos terminamos matando entre colombianos, una violencia que no tiene sentido.
Pero esta violencia reinante, sumada a la incapacidad de formalizar un diálogo entre las partes, solo prolonga la angustia de los manifestantes, de la fuerza pública y de los colombianos que empiezan a sentir la falta de abastecimiento y los perjuicios de los daños a la infraestructura. El presidente convocó de nuevo, como en 2019, a un diálogo con los representantes del Comité del Paro Nacional para llegar a acuerdos en temas como la salud, de la cual se tramita una cuestionada reforma, la reactivación económica y la protección a líderes sociales.
Sin duda los daños materiales y a la infraestructura se superarán, a veces hay que llegar a los límites para ser tenidos en cuenta, pero la muerte y los enfrentamientos nocturnos desdibujan tanto la protesta como el actuar de la policía y el ejército, se pasa de defender derechos a matarse entre ciudadanos, y este espiral de violencia ha llegado al nivel de celebrar las muertes de uno y otro bando, cuando el único triunfo en una situación así es el de la sevicia.
Y de nuevo, las posiciones que toma cada quien se reducen a la eterna discusión del uribismo y el petrismo cuando esto debería ir más allá de campañas electorales; esta dinámica de nuevo pone etiquetas políticas, si se defiende la marcha y sus causas se es petrista, si se respeta la protesta pero también a la fuerza pública se es uribista. Lo que debería existir sobre todas las cosas, es un consenso, un acuerdo, donde el ciudadano sea escuchado y tenido en cuenta en la toma de decisiones de las políticas públicas en el marco de la institucionalidad.
Destaco una postura a la que me sumo así me tilden de tibio, y es que la vida está por encima de cualquier bando, tener o no uniforme no le quita ni le pone dignidad a nadie, somos humanos y sentimos miedo, angustia y rabia, somos colombianos que necesitamos cambios urgentes para no tener que continuar saliendo a incendiar el país para que nos escuchen, además, es un mensaje de que tenemos que votar bien para ser mejor representados en Congreso y el ejecutivo.
Esperemos que las manifestaciones violentas y las reacciones inapropiadas de la policía cesen y se cambien los golpes por palabras, los lacrimógenos por argumentos y la zozobra por diálogo, el país no aguanta más dolor ni más vandalismo de lado y lado: el abuso de autoridad es vandalismo y el ataque a las ciudades y a los policías también lo es; por eso me declaro del lado de la paz.
*Comunicador social, especialista en comunicación estratégica. Asesor de campañas políticas y productor de podcast.