Por: Carlos A. Gómez/ El desprecio por la vida es una de las cosas que se han visto en las últimas semanas en varias partes de país. No es sólo por el paro que se desencadenó con ocasión al inconformismo de muchos colombianos por la falta de gobernanza del mandatario actual, sino también porque la gente se cansó de las muchas brechas de desigualdad que cada año son mayores en una sociedad tan rica como la nuestra.
No es la primera vez que mueren jóvenes menores de edad en enfrentamientos con la fuerza armada. En meses pasados en un bombardeo hecho en Casanare por la fuerza aérea, murieron 8 niños y jóvenes. En ese momento, el nuevo ministro de Defensa, Diego Molano, los calificó como máquinas de guerra. Fue extraño escuchar esas palabras de un hombre que había sido director del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, que vela precisamente por los derechos de los niños, niñas y adolescentes en este país.
Sin embargo, hay que ir años más atrás para que se las tristes cifras de reclutamiento ilegal, violaciones, asesinatos y desapariciones de jóvenes hicieran parte de las más de 8 millones de víctimas que hay en Colombia.
No significa que si son niños o jóvenes que mueren por un conflicto o por manifestarse en las calles tratando de hacer materializar su inconformismo tenga mayor peso que si muriera un adulto o adulto mayor. Se trata del valor que hoy se siente por la vida independientemente de la edad, género, raza, etc. Parece que tiende a devaluarse lo más preciado que tiene cualquier persona que viene a este mundo.
Esta sociedad se acostumbró a ver y oír cada día que siguen muriendo personas de manera violenta y no hay indignación por esos hechos. Pasa a ser una noticia más que el periodista informa con la normalidad del caso.
Durante años, se ha visto que hay una incapacidad de tolerancia por las diferencias del otro, se insiste en aseverar que se tiene la verdad absoluta y no hay espacio para escuchar los argumentos de quien está al frente. Hay un afán por ser el primero en tener la razón. Ciertamente nadie la tiene, porque siguen existiendo con el pasar del tiempo nuevas formas de aceptar e interpretar las circunstacias que cada ser humano está haciendo en el lugar donde nació.
Con cada niño muerto, muere una ilusión. Con cada joven muerto, muere un sueño y con cada adulto muerto violentamente, muere una historia.
El luto es interno, es privado. Cada persona que sufre la pérdida de un ser amado de manera violenta enluta no solo un hogar sino también enluta una historia y muchas vidas. Llevar el luto privado a lo público por lo hechos que han acontecido en el último mes en Colombia lleva a pensar que lo que sentimos por la vida no es amor sino desprecio.
La vida de los jóvenes y de los adultos que murieron violentamente actualmente o antes son irrepetibles, no nacerá otra persona igual, cada ser humano es un molde único en el universo y eso es uno de los principales valores que tiene la vida.
Hay más monumentos a la muerte que a la vida. Son más grandes los cementerios que los hospitales, hay más dolor por la muerte que alegría por la vida. En general se vive teniéndole más miedo a la muerte que celebrando la vida con menos temor a la muerte.
Es necesario parar. Pensar que toda lucha gira alrededor de la vida, pero no puede ser posible que esa lucha termina por silenciar, una voz, una mirada, un respiro, un latido. No se lucha para morir, se lucha para vivir.
Los líderes militares y del gobierno informan la muerte de hombres o mujeres que viven al margen de la ley como un logro. En medios informan que se dieron de baja a ciertos cabecillas y se reconoce el actuar de los militares como si matar al otro haya sido un logro. A eso se ha acostumbrado el país: a ver la vida del otro sin un valor, simplemente porque la circunstancia para ese guerrillero no fue la misma ofrecida a quien ve la noticia en la sala de su casa.
La vida es una oportunidad, todos la tienen, todos la viven; se puede morir en cualquier momento, por un hecho violento, por un hecho natural, o porque alguien decide acabar con su propia vida.
La siguiente imagen, tomada con permiso de su autora que la publicó en Twitter, deja un mensaje superior a esta columna:

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*Ingeniero Industrial y Magister en Responsabilidad Social y Sostenibilidad
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