Por: Diego Ruiz Thorrens/ El pasado viernes 03 de septiembre, el presidente Iván Duque (quien se encuentra ad portas de finalizar el periodo presidencial más nefasto, fatídico y accidentado de la historia de Colombia, elegido por el que dijo Uribe) se pronunció rechazando ‘con contundencia’ la decisión tomada por la Corte Constitucional que declaró la aplicación de la cadena perpetua para violadores de menores de edad como inconstitucional. Recordemos que ésta fue precisamente una de sus mayores promesas de campaña, buscando priorizar el castigo y las penas “ejemplares” a las acciones orientadas a la prevención del crimen.
Tanto en Twitter como en otros medios digitales, el presidente manifestó lo siguiente: “¿Cuántos Garavitos más se necesitan? ¿Qué pensarán los papás de Yuliana Samboni, de tantos niños que han sido abusados? ¿Qué pensarán también tantos niños que se demoraron años en denunciar estos abusos? La batalla continua y seguiremos buscando el fervor del pueblo colombiano en esa tarea”.
Esta declaración es sumamente grave puesto que responsabiliza a la Corte Constitucional de ‘no hacer nada’ frente a una problemática cuyas raíces son demasiados profundas, muchas veces normalizada por nuestra sociedad. También, es una clara estrategia para quitarle peso y (por supuesto) responsabilidad a las instituciones encargadas de brindar el correspondiente acceso a la justicia, de investigar diligentemente el delito y de proteger a las víctimas y sus familiares, instituciones dirigidas casi en su totalidad por alfiles afines al partido político de su gobierno.
En distintas ocasiones, Duque ha insistido en la necesidad de la implementación de la cadena perpetua para asesinos de menores debido a que, según él, este es un mecanismo que permite efectuar “castigos ejemplares”, ‘frenando’ el aumento de la criminalidad y la posible proliferación de asesinos en serie como Garavito, encarcelado por aniquilar las vidas de 200 personas (195 niños y 5 adultos, aunque probablemente el número de víctimas superen las 300). Y para sustentar este argumento, cita a los países del continente europeo (algunos que ciertamente ni cuentan con esta figura o que existen solo de manera simbólica).
El problema con este argumento es que no tiene un verdadero asidero y en cambio presenta diferentes problemáticas: prestemos atención a un país que aplica este tipo de sentencia, que cuenta con uno de los más estrictos sistemas judiciales y penales del mundo: los Estados Unidos.
En el país del norte, algunos estados han permitido recrudecer e imponer castigos más severos para este tipo de delitos cometidos contra menores de edad. Sin embargo, esto necesariamente no se traduce en la reducción de la criminalidad. Es más, (un dato plus o extra): los Estados Unidos es el único país del mundo que permite juzgar y castigar a los menores de edad como adultos, algunos que actualmente cumplen con cadena perpetua.
Para el caso colombiano, es necesario recordar que Garavito recibió una sentencia de 1853 años y 9 días que luego fue conmutada a 40 años de cárcel por su colaboración en la identificación de otros asesinos seriales y buen comportamiento.
En su mensaje vía Twitter, Duque menciona a la familia de la pequeña Yuliana Samboní. Su asesino, Rafael Uribe Noguera, fue acusado por los delitos de “feminicidio agravado, secuestro simple, acceso carnal violento y tortura”. No obstante, curiosamente (por obvias razones), el presidente olvidó señalar que fue el mismo sistema judicial colombiano (el mismo que tanto defiende) quien revictimizó a la familia de la menor asesinada. También, permitió que la familia de Rafael Uribe Noguera utilizase todas las estrategias legales posibles para dilatar e incluso solicitar la reducción de la condena del asesino.
Según el portal “Las 2 Orillas” en su artículo del 02 de diciembre de 2020, “los Samboní siguen a la espera de un subsidio de vivienda que el Gobierno les prometió tras la muerte de Yuliana pero que nunca llegó. Solo recibieron del Ministerio de Agricultura 30 gallinas, bultos de cemento y 200 ladrillos”. A fecha actual, la familia continúa esperando el apoyo prometido.
Por más que Duque insista en que la cadena perpetua no puede ni debe ser catalogada como populismo punitivo, la implacable evidencia y el rotundo fracaso de dicha medida en países que sí aplican este tipo de condena (algunos con sistemas judiciales muchísimos más estrictos que el nuestro) es una señal que no debemos ignorar.
En Colombia existen leyes que castigan con severidad estos delitos, desde hace mucho tiempo. Por esta razón, aquí deberíamos hablar (más que de la aplicación de la cadena perpetua) del respeto por el cumplimiento de la Ley, lo cual implica que cada institución asuma su responsabilidad (Policía, Fiscalía, Medicina Legal, etc.) para investigar los delitos de manera diligente, reduciendo posibles dilaciones que puedan llevar a la impunidad y siempre, siempre, respetando el dolor de las víctimas. Otro aspecto es eliminar la existencia de posibles ‘negociaciones’ que permitan la reducción de las condenas (el feminicidio no es un delito ‘negociable’, esto debe quedar claro).
Una mayor condena o un castigo “ejemplar” no se traduce, desafortunadamente, en la reducción de dicho delito en nuestra sociedad. En cambio, invertir y promover acciones orientadas a la prevención de los crímenes; identificar de manera temprana los casos de violencia sexual en niños, niñas y adolescentes; mejorar en el acceso (sin barreras) a la justicia, reconociendo y aplicando el enfoque de género y los procesos de no revictimización, permiten una más rápida y mayor acción de contención ante posibles agresiones contra niños, niñas y adolescentes.
Proteger la vida de los menores es responsabilidad de todos nosotros, como sociedad. Escuchémoslos. Empecemos garantizándoles el acceso a la salud, la educación, la justicia. Nunca olvidemos que cuando carecen estos derechos, estamos abriendo la puerta a mayores y más profundos peligros.
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*Estudiante de maestría en derechos humanos y gestión de la transición del posconflicto de la escuela superior de administración pública – ESAP Santander.
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