Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ El desplome económico que ha sufrido Colombia es innegable, aunque esto ha sido un común denominador en el resto del mundo. Latinoamérica sufrió a nivel general en los ajustes y reajustes que las distintas de bioseguridad requerían. Los medianos y pequeños empresarios, y por extensión los trabajadores que movilizan estos procesos de producción, a nivel general han tenido que soportar un golpe en su economía que ha resultado en el cierre total o en despidos en la mayoría de los casos.
Estos empresarios realmente tienen más en común con sus empleados de lo que la lógica de la competitividad puede aparentar, puesto que esta última genera la fantasía de crecimiento constante de la empresa, es decir, vende la apariencia de que un vendedor de maquinaria mediano a nivel nacional puede generar un impacto global y mundial desde los recursos que dispone en lo local, algo que realmente en la práctica es en demasía difícil o de plano requiere de un nivel imposible de suerte. El crecimiento de una empresa pequeña o mediana requiere, así como el crecimiento de la riqueza de una familia que nace en pobreza o en un estrato medio, de una gran cantidad de años, tanto así que dicho “estado de riqueza” no llega a ser disfrutable por los actuales administradores.
Es ahí donde entra una simetría entre empleador y empleado, ambos se encuentran en un devenir económico que los pone con un pie dentro de la estabilidad y otro en la catástrofe económica. Contrario al gran empresario, para quien las reestructuraciones administrativas suelen resultar en una sencilla tanda despidos y una posterior reconfiguración de las responsabilidades en los empleados contratados (recargándolos con el doble o triple de tareas), de modo que los gastos que puedan aparecer sean suplidos vía despido de personal. Dentro de la gran empresa existe una asimetría que genera una abstracción de la administración, lo cual desemboca, normalmente, en injusticias hacia el trabajador.
La idea de una reactivación económica no es más que la oficialización de las microeconomías locales del rebusque. Realmente, lo que ocurrió en Colombia fue una suma lógica de la incompetencia administrativa regional y nacional que se ha heredado históricamente. El país no ha tenido (o no a querido) generar una estabilidad económica en los ciudadanos, concibe al trabajador como un sujeto que debe atarse a un empleo por miedo a perderlo, precariza no solo el trabajo sino la adquisición de este, de modo que se genere un agradecimiento hacia el empleador y se acepte el sacrificio que este me pida que normalmente se expresa en explotación.
La normalidad económica que sigue es la de la precarización, como dice Boaventura Santos: “Lo más probable es que cuando finalice la cuarentena, regresen las protestas y los saqueos, sobre todo porque la pobreza y la pobreza extrema aumentarán. Al igual que antes, los gobiernos recurrirán a la represión en la medida de lo posible y, en cualquier caso, intentarán que los ciudadanos reduzcan aún más sus expectativas y se acostumbren a la nueva normalidad”.
La normalidad por venir no es más que la aceptación de la explotación por medio de una política pública interesada en el bienestar de la administración de la gran empresa que por la clase media-baja que moviliza los consumos locales necesarios para el sostenimiento de esos hogares periferia que existen para el Estado solamente para censar y para votar.
Es por esto que la movilización ciudadana se va a convertir en una herramienta fundamental a la hora de pensar los tiempos post-pandemia. Es menester tener presente la dignidad y el respeto por la vida humana a la hora de pensar cómo hemos de vivir la “normalidad” una vez se deba volver a salir al mundo.
*Filósofo.
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