Por: Adrián Hernández/ En la comunidad de Illescas en Toledo (España) vive Pepe Rodríguez, quien tiene un restaurante que se llama el Bohío, distinguido con una estrella Michellin. Pepe saltó a la fama por ser presentador del programa Masterchef. En una entrevista para la revista Misión confesó: “Nunca me he emocionado al comer, y, al comulgar, sí. El alimento espiritual no tiene comparación”. En esta misma entrevista, compara lo que sus clientes le manifiestan al comer sus apetitosos platos con lo que él siente al vivenciar su religiosidad.
No podríamos con exactitud ubicar el momento preciso en que el ser humano empezó la búsqueda de un sentido de plenitud a su propia existencia y a sentir placer desbordante no solamente con la satisfacción del vientre a través de la ingesta de alimento o con la consecución de logros sino también de aquellas vivencias interiores. Hay quienes opinan que todo se dio con la misma revolución cognitiva. Lo cierto es que desde ese instante también “aquello interior” se ha convertido en búsqueda capaz de ser saciada y con placer, esto es la espiritualidad.
De acuerdo con los neurocientíficos, nuestro cerebro evolutivamente hablando ha desarrollado todo un potencial asociado a las áreas del placer de tal manera que incluso nuestra misma realidad es alterada. El neurocientífico español Francisco J Rubia en su libro El cerebro Espiritual, explica cómo la humanidad ha buscado trascender la realidad diaria para lo cual ha creado cerebralmente hablando dos realidades: la realidad como tal o cotidiana y una segunda que ha llamado sobre natural.
Según el científico Rubia ambas realidades son generadas por el cerebro contando que para el primer caso es la consciencia egóiga y para el segundo caso la consciencia límbica las que entran en acción. Ambas con una convivencia constante en el ser humano y de existencia real ya que son derivadas de la actividad cerebral; por tanto, existen en el cerebro estructuras que cuando son estimuladas son capaces de generar experiencias místicas, espirituales, religiosas, numinosas o de trascendencia.
El dr. Rubia además afirma que el origen de la espiritualidad en el ser humano hay que buscarla en los estados alterados de conciencia que se producen durante el éxtasis o el trance. Estos estados alterados de consciencia se alcanzan de manera espontánea, utilizando ciertas técnicas o ingiriendo sustancias llamadas alucinógenas o enteógenas. No son estados patológicos, sino una posibilidad más de expresión de estructuras cerebrales.
Muy seguramente muchos lo hemos experimentado cuando nos hemos detenido a ver un atardecer o al sumergirnos en un espacio de soledad y silencio, otros quizá también lo han logrado cuando han podido participar en ceremonias llevadas a cabo en las malocas muy cerca de Mocoa en el Putumayo, cuando luego de unos rituales especiales se puede dar la ingesta en forma de bebida del Yagé.
Los estudios de neuroimagen tomados en personas bajo estos estados alterados, bien sea por la acción de la meditación o de la misma oración, dan cuenta que se produce una alteración del córtex prefrontal que tiene la función de indicar los niveles de concentración a los que es capaz de llegar una persona. Su estado de concentración es tal que son capaces de anular cualquier estímulo distractor presente a su alrededor.
Lo que la ciencia había podido descubrir es que diferentes estímulos sensoriales como la comida, el sexo, el amor maternal o romántico pueden estimular el sistema dopaminérgico y provocar placer y recompensa. Sin embargo, en el caso de la oración o la meditación no hay tal estímulo sensorial externo y al momento de entrar en estado de concentración los niveles de dopamina se incrementan haciendo que los niveles de placer también aumenten.
En su libro Placer y Recompensa del psiquiatra Javier Correas Laffer cita un experimento que fue medidos con Resonancia Magnética y realizado a expertos meditadores, encontrado cómo sus estados de éxtasis llegaron a inducir una alteración de conciencia y que fueron relatados por los practicantes como un momento de “fuerte placer físico mejor que un orgasmo” durante su práctica espiritual.
Así mismo los psicólogos Daniel Goleman y Richard J. Davinson en su libro Rasgos Alterados relatan que en sus múltiples estudios sobre la actividad cerebral con monjes Tibetanos se dio el caso de Mingyur Rinpoche que quiso ser partícipe de mediciones a través de un encefalograma que no es otra cosa que un dispositivo en forma de gorra de baño y que contiene unos 256 cables cada uno conectado a un sensor pegado a un determinado lugar del cráneo y con el cual se mide la actividad eléctrica del cerebro. El objetivo era medir la compasión.
Dentro de los protocolos de laboratorio con Mingyur estaban en que el tiempo de fijación de los electrodos al cuero cabelludo podría tomar unos 15 minutos, sin embargo, dado su cráneo rapado tomó mucho más tiempo que en cualquier persona hubiese originado impaciencia lo que no sucedió con este monje que siempre estuvo sonriente y cooperador dando además muestras de paciencia y apacible bondad.
Para no extender el relato, el tema se desenvuelve en que una vez establecido el protocolo con Mingyur, este comenzó a meditar y de inmediato se detectó un súbito estallido de actividad eléctrica en su cerebro, que se siguió repitiendo las tantas veces que los investigadores dieron la orden de meditar, claro después de haber verificado que efectivamente el equipo estuviese bien conectado y no tuviese daño alguno. Los resultados siempre fueron los mismos.
Algo parecido es narrado en el libro La Autentica Felicidad por Martín Seligman considerado el padre de la psicología positiva. Allí el dr. Seligman presenta el caso de dos monjas Cecilia Opayne y Marguerite Donelly quienes para 1932 iniciaran su vida religiosa dedicada a las Hermanas de Notre Dame. Cecilia expresaba con gozo el día de su consagración: “Anhelo con alegría recibir el hábito sagrado de nuestra señora y una vida de unión con el Amor Divino” mientras que Marguerite exclamaba: “Dios mediante tengo intención de dar lo mejor por nuestra orden, para la difusión de la religión y para mi propia santificación”.
Para el año 2017, Cecilia seguía viva con 98 años de edad sin estar ninguna vez enferma, mientras que Marguerite había muerto de un derrame cerebral a los 59 años. Desde muy jóvenes ambas habían compartido el lugar de trabajo, los mismos hábitos de vida, la misma dieta, pero no se sabe si la misma experiencia espiritual.
En todo caso, lo descrito por los neurocientíficos es que la experiencia espiritual está acompañada de sensaciones de placer, cercanas a la intensidad del placer sexual que además están asociados a aumentos muy significativos de liberación de dopamina que según la frecuencia desactivaría el freno del cerebro y aparecería el éxtasis en todo su esplendor.
Como bien lo enuncié al comienzo, es la espiritualidad una dimensión determinante en el ser humano capaz de generar alegría, euforia y otros más comportamientos positivos de tal manera que se hace acuciante su vivencia.
Una pequeña Acción.
Hacer ejercicio físico y al terminar la jornada llevar la mano al corazón y agradecer por sus latidos y por dejarnos sentir lo linda que es la vida. También lo podemos hacer con nuestros pulmones. ¿Qué tal un rato de oración?
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*Filósofo y Teólogo. Psicólogo Universidad Nacional. Magister en Biociencias y Derecho Universidad Nacional. MBA Inalde Bussines School. Director Programa Inteligencia Espiritual Medirex.
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