Por: Óscar Prada/ El término porno, escuchado de manera popular; se denomina a aquella exhibición explicita de índole sexual de forma auditiva, visual y/o táctil. Siguiendo los términos, su variada y extensa gama es acorde a las preferencias, deseos, anhelos; y por qué no; los más recónditos y viscerales apetitos fetichistas, pervertidos y algo desviados del público consumidor.
El porno tradicional y clásico que aprecian los colombianos en su esfera más íntima, no tiene tan siquiera punto de comparación con aquel que se contempla de manera pública y en alta definición. El por no cuidar, el por no hacer, el por no controlar, el por no vigilar, el por no intervenir y el por no decir más de la política gubernamental, hacen que las omisiones del por no, se consoliden como el verdadero porno colombiano sin restricción alguna de edad, genero, preferencia, contextura y demás perversos favoritos.
Es excitante acariciar con suaves y metafóricos términos, el concupiscente culto del porno público en la cultura nacional; respectivamente el porno político es mucho más fuerte de aquel que hace décadas se apreciaba en revistas y televisión por suscripción. El culto y la reverencial oda de las carnes de aquellos actores que mezclan la belleza humana del placer fugaz; es minúsculo e incipiente comparado con la descomunal duración al natural de los buenos del por no político colombiano.
La dotada maquinaria política y los innumerables actos grupales, son de larga data el porno público colombiano por supremacía. Al igual que el placer del dolor de un pueblo sadomasoquista, que entre cadenas gime, como lo afirma su propio himno nacional, se canta y se sufre al son de la penetración profunda de los dineros de los contribuyentes.
El cuatro, es placer culposo; cada cuatro mediante cera enmermelada exponen la pelada piel colombiana dispuesta a complacer las perversiones de su próximo amante escogido en la urna del deseo. Las perversiones del oprobiado que elige sus amantes, son hechas realidad al taparse los ojos sin mirar que su escogido le realiza todo tipo de actos pecaminosos por detrás.
Sin lugar a dudas, en las últimas décadas el porno político colombiano, pasó de las prácticas tradicionales a desbordar los límites del dolor. Es indudable que el juego sadomasoquista de los amantes inquisidores de amarrar, amordazar, y tapar los ojos al pasivo pueblo, debería terminar con un buen juego de esposas; sin embargo, las mismas esposas estimulan el deseo de continuar su juego favorito en medio de barrotes refregados de dinero manoseado.
El poder y dominación, el someter y amarrar, el golpear y agredir; son el dulce potenciador, son la pastilla que cambia de color cada cuatro años, aquella que en vez de aplacar el dolor, estimula la violación en vivo sin lubricación a la vista. El voyerismo afincado en la expectación del sado, hace que el porno público de los cargos se encuentre en el ranking de lo más solicitado para aquellos que aprecian las emociones fuertes del material grupal. El Gangbang de los que se turnan por un puesto público son el encuentro grupal que se acostumbra practicar y apreciar con toda la luz que irradian sus más famosas estrellas.
La actuación estelar de la reina MinTIC, es mentir a sus fans; si bien prometió poner la cara al terminar su magistral actuación- como terminan la mayoría de estrellas-; de forma notoria mostro su nuevo y colosal tatuaje que ostenta un valor cercano a los setenta mil millones (70.000.000.000). El más reciente fetiche que excita e incita los bajos instintos del sin respeto colombiano, es la capacidad de desnudarse frente a una cámara, ocultado tan costosa y notoria marca llena de ceros. La MinTIC es la revelación del porno colombiano, por no abrir los ojos y dar su propia espalda, mancillaron nuevamente la virginidad a la Constitución en un santiamén más corto que un polvo de gallo.
En paralelo, el sesenta y nueve (69), como número predilecto en el posicionar de los polos opuestos en sus actos públicos; donde ambos adversarios en el furor del debate se dan placer mutuo con el fin de seguir filmando el acalorado encuentro furtivo de sus extensas campañas de promoción. Su pose por excelencia comienza con un forcejeo permanente donde buscan dominar los ánimos contrarios y sucumben ante la estimulante concesión mutua que prolonga su desempeño amasado durante décadas. Aprovechan actos tan explícitos como el de la estrella MinTIC, para avivar nuevamente el fuego pasional desenfrenado del polarizante sesenta y nueve.
De nuevo, es tendencia el mostrar los talentos ocultos frente a una cámara, obedecer y decir lo que desean; es por ello que escuchar y ver los suscriptores del Duque del porno colombiano versión amateur fue tendencia durante el inicio de la Pandemia. Aquella exacerbó los placeres más extraños del gusto libidinoso de apreciar diariamente el BDSM de un actor sin experiencia. Sin embargo y curiosamente el público maduro tiene un fetiche fantasmal frente a los títeres sumisos que cumplen las fantasías de las carnes disecadas del Sugar Daddy.
La consolación de los insaciables es devorar cualquier instinto libidinoso, metiendo y sacando -como el popular cajón que no cierra-, cualquier enorme trozo de carne en sus gargantas profundas. Al igual que el rito místico de la estimulación de hurgar cualquier agujero hasta dilatarlo para decantar en las placenteras aguas de la impunidad orgásmica. El dulce pecado, el bien y el mal, el ying y el yang; hacen que el dolor y el placer sea la carta de los apetitos censurables de la pornografía nacional.
La frase común del “se sufre pero se goza”, aparenta mansedumbre en las brisas veraniegas de las diligencias lascivas de la justicia como meretriz matriarcal. En los últimos días la mencionada matrona de la rama ha realizado su mejor número al estilo clásico cortesano, su venda en los ojos que denota imparcialidad también se estimula por la oscuridad del no ver y sentir sin advertir; su balanza que ofrece dos platos ofrece el tercero dando la espalda como buena anfitriona recordando los verdaderos juegos del hambre. La chica de la rama muestra su apetito insaciable al contenerse quietecita para no explotar mojada por su predilecta lluvia dorada, ofrecida en los convulsionados bacanales públicos a los que asiste sin falta.
Los gustos placenteros y sádicos de los colombianos son exquisitamente variados, y se expresan en el porno público que se aprecia en los medios nacionales. Por no obedecer las leyes que se promulgan para evitar el dolor, se cultiva el mismo originando el placer del doler corrupto y obsceno como protagonista de los deseos más bajos del hemisferio gubernativo e individual. Es licito preguntarse ¿el porno, es más lascivo que el por no político? o ¿simplemente es pura paja?
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*Ingeniero Civil, estudiante de Derecho.
Twitter: @OscarPrada12