Por: José Eduardo Bolaños Celis/ Creo que hay que revisar el tema de la vagancia. Se hace necesario y justo reivindicar al vago. Repensar el adjetivo y no empañarlo ni curtirlo con la alusión, por sinonimia, al bandido, al pillo, al inútil ni al delincuente o al corrupto.
Conozco y tengo varios amigos, entre ellos algunos entrañables, y a quienes la gente, en general, tildan de ‘ vagos’. La verdad es que no los veo así. Ellos también se ganan la vida en su estilo particular y a su manera y en la forma que les es más cómoda; igual que hacemos todos los llamados ‘empleados’; solo que estos ‘vagos’ lo hacen de maneras más creativas y diferentes.
La única real diferencia con respecto a nosotros, los ‘ ocupados’ es que éstos no trabajan para nadie en concreto, no lo hacen bajo ninguna relación formal laboral. Tal vez eso sea lo único para lo que no están preparados; para la disciplina diaria de servir al mismo jefe.
Está filiación a un único poder seria lo único que en verdad no saben hacer. De resto, en el mundo vulgar del día a día estos ‘ vagos’, tal cual hacen los petirrojos y gorriones, vuelan por doquier, por parques, techos y avenidas impulsados solo por ‘ conseguir’ la ‘ maraña, hacer la vuelta, la ‘jugada’ esa que nadie quiere hacer. Ellos son más ecológicos que el resto de la humanidad, solo se les da por hacer lo justo, lo necesario, apenas lo que necesitan para sobrevivir cada día. De resto juegan dominó y se hacen millonarios acurrucados en una esquina incierta jugando ‘Siglo’.
De tal forma, la mayoría de los vagos hacen mandados, cortan árboles, arreglan el césped, tapan goteras, llevan a pasear al perro, sacan citas de medicina general y especializada, resuelven ecuaciones de segundo grado, sostienen al anciano en el baño y, ya en la línea especializada de la vagancia, llevan el recado furtivo del supervisor de Ecopetrol a la bedette llegada a ‘Bananas’; o el presente a la novia del estudiante, el detalle a la vecinita- el pago de la queratina-; el diario para la impresentable querida, y un etcétera tan extenso en servicios como la lista de productos en los anaqueles de Amazon.
Los vagos se hacen cómplices irreductibles del más furtivo e indeclarable afán pasional. Son ellos insustituibles si se trata de burlar la más fastidiosa vigilancia de la esposa, la de la familia, a los hijos y hasta al mismo metiche sociedad. Por tanto, para sus clientes ellos no son esos tales vagos; son amigos invaluables e impagables, cómplices y agentes de la conspiración personal por alcanzar el amor y la felicidad esquiva.
Lo cierto es que a estos manes yo nunca los veo tristes, ni sufriendo de estrés, de hipocondría, de angustia existencial o huevonada alguna. Los fines de semana, el vago siempre bebe gratis pues son buena compañía para solitarios y desahuciados por la vida y el amor. En diciembre siempre estrenan ‘muda’ gratis primero que todo el mundo. Ellos hacen parte de la lista de regalos por caridad o reconocimiento de las familias de bien.
Ahora bien, como muestra de su auténtica nobleza, el vago no tiene ese problema del orgullo de lo ‘regalao’ y confiesa sin problema alguno que ese pantalón chévere, AlbertoVO5, se lo tiró la vieja del 301 y que el mono Javier, el supervisor de Oleoductos, lo tiene citado ya el 8 para que pase por la de Ballantine o el ‘troli’ de Medellín. La vecina -la mona buenona de al lado- le guarda el almuerzo y la abuelita de la esquina no escatima con él su bocado. El treinta y uno, el último plato del sancocho familiar, aquel que contiene el zumo preciado de la Navidad, siempre les está reservado con la única condición que lave la olla. Él no solo la lava sino que la brilla y la deja impecable, lista para el próximo sancocho.
Los vagos no pagan impuestos, más allá del de los cigarrillos que consumen, y, como generalmente no tienen hijos que criar, no sufren ni se fastidian en pensar día y noche en la rentabilidad de tan costosa, larga y sufrida inversión. Los vagos no pagan peajes, ni catastro, ni estampillas pro tercera edad ¡No pagan absolutamente por nada! El Estado, con toda su carga oprobiosa, si fuera por ellos ya hubiera desaparecido de la faz de la tierra. Y lo más importante de todo, siempre se les ve felices.
Ellos, tal como el sabio roble, solo dejan pasar el tiempo de la vida. Las angustias del tener y acumular junto a toda esa parafernalia mística de la bondad y la caridad las transfieren en módicas cuotas diarias a todo aquel que le rodea. Cuando se encuentra en medio de una profunda discusión erudita ya sea sobre Santos, Uribe o Petro, él vago siempre, con una sencillez y profundidad insultante, cierra el debate con la simpleza del sabio: “El man está haciendo lo suyo”. El haber del vago, contablemente, tal vez será bien poco, pero en términos de despreocupación y frescura, verdaderas formas de la auténtica felicidad, el patrimonio del vago excede con creces al de muchos. Quizás por ello los ‘ vagos’ sean los únicos.
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