Por: John Anderson Bello Ayala/ Como sucede los 8 de marzo de cada año, se celebra el Día Internacional de la Mujer, que según los organizadores de los eventos y manifestaciones que se repitieron por todo el mundo, es «un día para luchar por la igualdad, la participación y el empoderamiento de la mujer en todos los ámbitos de la sociedad».
Las movilizaciones realizadas mantuvieron un componente reivindicativo que, incluso con las polémicas sobre si son o no excluyentes, tienen una clara finalidad y efectividad: cuanto más ruido se haga más se sensibilizará la sociedad respecto a este problema. Sin embargo, precisan que sigue habiendo escollos para lograr una efectiva igualdad que no se solucionarán con simples manifestaciones y cuya solución es bastante complicada.
Es así, que el movimiento feminista 8M, salió con más fuerza a las calles, especialmente en España, con el ánimo de reclamar la igualdad y el fin de la violencia de género, en una jornada que según los diarios oficiales, ha batido el récord de asistencia en grandes ciudades como Madrid y Barcelona, en donde se movilizaron cientos de miles de personas, con el grito «somos imparables, feministas siempres» y el «paramos para cambiarlo todo, ni un paso atrás», quedando presuntamente superada la discriminación de los años 70.
Sin embargo, en pleno siglo XXI, quedan cosas por hacer, queda un machismo residual en donde se mantiene ciertas costumbres y tradiciones, que cargan de responsabilidades en la mujer y no en los hombres que no permiten que exista igualdad. Ahí es donde aparece el 8M, un movimiento, que volcó los hitos de toda la discriminación y toda actitud de subordinación que en general tenían las mujeres; seguramente puede ser muy efectivo, motivando al género a cambiar costumbre e ideas retrógradas. Han adquirido grandes espacios, a nivel legislativo queda poca discriminación por erradicar, al menos en Colombia, su reivindicación se estructura en el respeto y su participación igualitaria en todos los estamentos.
No todo es negativo, ni mucho menos. Estar en un país donde el machismo es cada vez más residual es bueno. Las costumbres están cambiando y está más que normalizado que ambos miembros de una pareja se distribuyan las tareas de casa, que puedan juntos gozar de un trabajo en igualdad de condiciones, sin discriminación, además que nos encontramos en una generación que ha eliminado ese arquetipo hombre dominador, abusador y por ende machista.
Son muchos los motivos para celebrar, expresiones «valientes, libres, diversas», son los gritos que han eclipsado, por un día al debate, en una semana en donde la noticia de primera plana indiscutiblemente, es la pandemia del COVID-19, que recorre cada rincón del mundo, llevando a sus hombros miles de frágiles víctimas, a la espera de una muerte en silencio.
Cabe destacar que el modelo militante no perfecto, probablemente en ninguna época de la existencia de la humanidad, ser mujer ha sido una tarea o misión fácil. Incluso en la actualidad, la situación deja mucho que desear. La imagen de una bella mujer, saludable, exitosa, próspera, está firmemente arraigada en la mente, cuando pensamos en una mujer, madre, hija, amiga y hermana. Sin embargo, nos seguimos sorprendiendo que existan lugares en el mundo donde las mujeres son objeto de violencia, represión, exclusión y discriminación.
Un ejemplo claro, encontramos en las mujeres afganas, viven en promedio un año menos que los hombres afganos- unos 45 años. Este país presenta un alto nivel de analfabetismo entre las mujeres. La mayoría de las niñas se casan antes de los 16 años. 85% de las mujeres en Afganistán dan a luz sin asistencia médica. Cada 30 minutos, en este país muere una mujer de parto. Afganistán muestra las tasas más altas de mortalidad materna en el mundo y en Malí es uno de los países más pobres del mundo, en el que solo muy pocas mujeres no han pasado por la dolorosa mutilación genital. Muchas niñas aquí son obligadas a casarse a una edad muy joven, y una de cada diez muere durante el embarazo o durante el parto.
Son muchos los países que resulta una tarea difícil, cuestionar sus roles tradicionales, pero lo realmente importante es el impacto de la jornada del 8M, en donde algunas se tiñeron de morado, aprovechando las grandes manifestaciones exhibieron sus cuerpos con mensajes alusivos, al presunto “gobierno abusador”, contrario de aquellas radicales encapuchadas, quienes generando actos violentos con la sociedad civil, causaron daños con la utilización de palos, tubos, martillos, bombas molotov, petardos, marros, bidones de gasolina y cadenas para vandalizar, con fuego y grafitis, en monumentos históricos- templos, mobiliario urbano, fachadas de comercios, banquetas y calles, patrimonio arquitectónico y cultural de la humanidad, como sucedió en México; aunado a ello, contemplar imágenes aberrantes e indignantes en las redes sociales, en donde las niñas menores de edad y semidesnudas, seguían los pasos de sus madres activistas, que abanderaban las protestas.
¿Será que este, es el verdadero objetivo del evento memorable frente a la violencia machista, el triunfo a la desigualdad y la precarización de la vida? Es cierto que “la violencia de género es un problema fundamental en el continente que afecta a una de cada 3 mujeres de todos los niveles socioeconómicos, y las consecuencias son amplias y devastadoras”, según declaraciones de la doctora María Caridad Araujo, Jefe de la División de Género y Diversidad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
No es incomprensible, la utilización de las niñas y mucho menos exhibirlas en esas condiciones, la protesta activista es muy clara, sus reclamos son válidos, sus instrumentos ineficaces. Es evidente que la impunidad de un grupo de encapuchadas, deslegitima el sentido del M8, pretendiendo cambiar el diálogo con represión y la protesta social por fanatismo, el compromiso de los actores es mancomunado, dentro de los deberes de los gobernantes está la de escuchar las necesidades expresadas y buscar los canales o vías adecuadas para responder efectivamente; las mujeres erradicar los fanatismos, el odio y la venganza que pueda tergiversar los grandes logros adquiridos y la sociedad civil coadyuvar en la búsqueda del camino de la equidad de género en todos los ámbitos y la supresión total de la violencia infame.
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