Por: Javier García Gelvez/ No la tiene fácil el gobierno frente a la situación de ingobernabilidad que se le viene presentando en donde aparte de sus contradictores naturales se le suman los que creyeron en su discurso en épocas de campaña adornado con un marco carismático que arrancaba suspiros de damas ilusionadas y en otros despertaba la quimera de un mejor país.
La frustración en el pueblo es tan generalizada y tan común que este sentimiento no se ha tomado la molestia de discriminar por estratos ni clases sociales, es un sentir que pulula y flota en todos los ambientes a tal punto que genera en el individuo tal decepción por no poder satisfacer un deseo planteado que lo convierte en un polvorín a punto de estallar.
Malditas uvas, no cumplieron la finalidad para la cual fueron engullidas; fracasaron muchos de los proyectos de millones de colombianos que impávidos y sin poder reaccionar ven como sus familias son arrastradas hacia lo profundo de la desesperanza y sus ilusiones son tragadas por la voracidad de unos pocos.
No es de extrañar ante este este tipo de situaciones que el pueblo reaccione a nivel emocional con expresiones de ira, de ansiedad o disforia, principalmente. Considerando como un aspecto inherente a la vida humana el hecho de asumir la imposibilidad de lograr todo aquello que uno desea y en el momento en que se anhela, el punto clave reside en la capacidad de gestionar y aceptar esta discrepancia entre lo ideal y lo real.
Somos tan humildes que bastaría un gesto de honradez y transparencia, con ingredientes de humildad y sensibilidad por parte del gobierno para que todas las frustraciones reprimidas dejaran de serlo y así sanar de alguna forma la profunda herida que ha generado la desesperanza, es como conquistar con hermosos detalles el corazón de su ser amado; Pero el gobierno hace todo lo contrario con sus discursos prepotentes, egoístas, llenos de odio, ambiciosos que solo apuntan a acrecentar la tristeza de una sociedad que ve cada vez más lejana la oportunidad de crecer y vivir con prosperidad y en paz.
Algo tan fundamental que ha dado muy buenos réditos sociales en otros países ha sido la implementación de una renta básica universal, que cubra amplios sectores de la población, es atractiva porque implica que gran parte de la sociedad siempre contará con un “piso” de ingreso en momentos de infortunio. Sin embargo, no ha tenido la fuerza suficiente ni ha despertado el interés del ejecutivo, ni del legislativo para sacar del fango una propuesta que contribuiría sin lugar a dudas a sosegar el desespero de la gente.
Ahora, con la pandemia, la situación se ha tornado más precaria aún. La pobreza y la desigualdad son avasallantes, el dilema de proteger vidas y proteger fuentes de ingreso es, desafortunadamente, real. Asimismo, el efecto diferenciado del cierre de escuelas entre los niños de familias pobres y de familias ricas han puesto en marcha los mecanismos para una mayor desigualdad en el futuro. Recuperar el capital humano de los niños de hogares pobres se vuelve prioritario en un contexto de recursos fiscales escasos lo que hace incierto el futuro de los más necesitados.
Como un salvavidas para el actual gobierno, se puede decir que el problema se remonta a los últimos 20 años en donde las prioridades fueron cambiando a la hora de trazar los objetivos de las políticas económica y fiscal del país, en donde la pobreza dejo de atacarse desde la creación o desde la distribución de la riqueza.
En las últimas décadas el pensamiento económico se ha ido transformando desde una postura que consideraba a la equidad y el crecimiento económico como objetivos de las políticas de estado en el entendido que, a mayor inclusión, mayor crecimiento; hacia la concentración de riqueza en manos de unos pocos y las imposiciones tributarias en cabeza de los trabajadores.
*Contador Público y Especialista en Revisoría Fiscal y Contraloría.
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