Por: Cirly Uribe Ochoa/ Los argumentos con los cuales se definen a la llamada Generación de cristal, pueden hallarse en un cúmulo de artículos escritos en los últimos tiempos. Se refieren a jóvenes con baja aceptación a la frustración o al fracaso, que se quejan de todo, que a la menor dificultad se rinden y que, además, siempre quieren hacer su voluntad, pero no asumir las consecuencias de sus actos. Aunque se les reconoce que son nativos digitales, más directos y con mayor comprensión de la diversidad, pesa en el imaginario colectivo, el concepto de fragilidad con el cual se les pretende identificar.
Si bien, entiendo la necesidad que tenemos de nombrar, caracterizar y definir los fenómenos, sean estos naturales o sociales, considero que en el caso de lo que han denominado Generación de cristal, asignándole dicho rótulo a los y las jóvenes, es injusto porque este concepto define mejor a esta generación de padres y madres que no han sabido serlo, porque olvidaron lo que significa criar.
Entre las distintas definiciones dadas por la Real Academia Española, criar significa “Instruir, educar y dirigir”. Es en esencia el proceso a través del cual, padres, madres u otros adultos, brindan a un infante condiciones básicas tanto materiales como afectivas, hasta lograr que éste sea un adulto capaz de asumir responsable y autónomamente su propia vida con sus altibajos, sus claros y oscuros. Capaz de reconocer y potenciar sus talentos, capacidades y habilidades, pero también, sus debilidades y todo aquello que debe superar para ser cada vez más, un mejor ser humano, un buen ciudadano y un buen profesional, es decir, que todo cuanto haga en beneficio propio y de los demás, procure hacerlo bien.
La mayoría de los animales instintivamente crían a sus cachorros hasta que éstos pueden defenderse por sí solos; los cuidan, protegen, alimentan y les enseñan todo cuanto necesitan para sobrevivir, luego de lo cual, los separan. En cambio, muchos padres y madres hoy día, se convierten en muletas para sus hijos, los sobreprotegen, les construyen zonas de confort en las que viven a plenitud todo lo que les represente goce, pero sin asumir las responsabilidades que trae la vida adulta; son niños para los compromisos, pero adultos para el sexo, el alcohol y las fiestas, costeado todo por padres y madres que cedieron a los caprichos y berrinches que les hizo su hijo/a, que fueron incapaces de poner límites, que no exigieron cumplimiento de responsabilidades, ni enseñaron la diferencia entre necesitar y desear.
Los padres y madres de cristal, no tienen estrato social ni nivel académico, los podemos encontrar en todos lados. Son permisivos, negligentes, indecisos y tercos. Han asumido a plenitud para la crianza de sus hijos e hijas, el slogan aplicado a la economía laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) y el resultado, también se halla en todos lados: jóvenes con todas sus potencialidades, vegetando como parásitos aferrados a la “seguridad” que les brinda la casa materna o paterna; incapaces de asumir costos y riesgos necesarios, para construir su proyecto de vida e incluso, hay quienes terminan llevándoles sus parejas e hijos para que los padres y madres que ya trabajaron y merecen descansar, se los cuide y les provea lo que ellos no son capaces de brindar.
De unas décadas para acá, se pasó en la familia y en la sociedad de un modelo autoritario a uno laxo. Se requiere hallar un punto de equilibrio. Pues ni el autoritarismo ni la laxitud, son modelos adecuados para cuidar, “Instruir, educar y dirigir” y formar adultos responsables, libres y felices, fin último de una buena crianza. No hay que olvidar que “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”: Sartre.
*Ciudadana, Magister en Historia y docente.