Por: Diego Ruiz Thorrens/ Históricamente, el escenario político santandereano se ha caracterizado por ser conocido (casi) como un coliseo dónde habitan caracteres variopintos.
En ésta diversidad los hay, desde aquellos políticos que han logrado anclarse generacionalmente (en cuerpo propio o en cuerpos ajenos) a pesar de las múltiples e interminables denuncias por corrupción, algunos vinculados o relacionados con actores (en ciertos casos, armados) ilegales, hasta aquellos que lograron captar la atención nacional por la creación de propuestas descabelladas llenas de odio hacia poblaciones y/o comunidades minoritarias.
Sin embargo, nunca en todos estos años, un golpe había causado tanta controversia como la agresión del alcalde Rodolfo Hernández hacia el concejal John Claro. Sus efectos aún se siguen sintiendo. Y por muchas razones.
Una de éstas tiene relación con el tiempo y momento en que se presenta la agresión: Finalizando su tercer año de mandato y de cara a las elecciones de 2019, los sectores de oposición no esperaron la oportunidad y aprovecharon el refrán de “al caído, caerle”, buscando posicionar sus discursos políticos en contra del mandatario y de paso, afilando desde ese mismo discurso político a sus posibles candidatos para la próxima contienda electoral.
Algunos, han utilizado casi la misma perorata del alcalde (contra de la corrupción, la protección de los menores, la “alcahuetería” política y demás), pero otros quisieron llegar mucho más lejos: Al igual que el Ingeniero Hernández, salieron con el ataque a la persona y no al funcionario, lo cual es tan reprochable como la agresión cometida por parte del Ingeniero contra el concejal Claro.
Otro efecto tiene que ver con la consolidación de grupos “Pro-Rodolfistas” creados en diversos espacios de las redes sociales, que (aunque muchos no lo crean) lograron catapultar al Ingeniero Rodolfo Hernández casi en un personaje “humano, demasiado humano” que supo transformar su agresión y soberbia en un acto “justificable”, posicionándolo casi como mártir gracias a que él ha sido (parafraseando algunas de sus propias palabras) “el único alcalde que ha logrado devolverle la credibilidad a la institución pública como lo es la alcaldía de Bucaramanga, gracias a su lucha contra la corrupción”. Esta afirmación por parte del Alcalde es difusa.
“Ganaron un round pero tienen la pelea perdida”, apareció escrito en la cuenta de Twitter del primer mandatario local de Bucaramanga. Éste mensaje revanchista genera preocupación porque según el mandatario, la intimidación política es válida en cualquier medida.
Este acto político no es nuevo puesto que muchos sectores denominados de derecha la utilizan para minimizar a sus contendores. Pero para el caso del Ingeniero Hernández todo se transforma cuando se supone debe premiar la “Lógica, Ética y Estética”. Esto, no deja de ser preocupante.
El Ingeniero Hernández conoce muy bien la imagen, el lastre que arrastra socialmente el Concejo de Bucaramanga y lo ha sabido aprovechar a su favor. En diversas declaraciones, su mensaje se traduce de la siguiente manera: Sus rivales pudieron haberlo destituido pero los “corruptos” del Concejo de Bucaramanga no han podido ganarle el pulso frente a la “alcahuetería” (término del Ingeniero Hernández) de la contratación y OPS (contratos por prestación de servicios) a la que estaban acostumbrados algunos concejales para hacerse ricos.
Pero el verdadero efecto y el principal, que para mí sería sobre todo el más preocupante, es la polarización social que arrojó éste el acto de agresión visto desde el ciudadano de a pie: Muchos celebraron el ataque como algo merecido y esperado por parte del burgomaestre, cuando el efecto y la reacción debería ser de rechazo más en una sociedad que se naturaliza en la violencia.
El Ingeniero Rodolfo no es un “ciudadano de a pie” como lo somos muchos de nosotros. Es un funcionario público que debe im/poner y brindar ejemplo. ¿No tenemos ya demasiado con la violencia social? ¿Entonces “como se metieron con mi esposa e hijos” eso me da el derecho a coger al que quiera a trompadas? ¿No es éste el mismo argumento que utilizan decenas de personas que han sido privadas de su libertad por llevar ésta violencia mucho más allá de una simple “trompada”?
No obstante, sin perder su impulso y talante, el Ingeniero Hernández sigue justificando su reacción explayándose sobre ese mismo discurso que lo elevó y catapultó alcanzando el principal puesto de la administración municipal: Todo lo que ha hecho lo hace gracias a su lucha contra la corrupción, puesto que “todos los demás son los corruptos”. Él no.
Él es lo que llamaríamos (en sus propias palabras cuando el concejal John Claro lo cuestiona frente al escándalo en el que se vio inmerso su hijo) un hombre impoluto, libre de toda mancha y mácula.
Esta autoconfianza por parte del Ingeniero Hernández genera en mí un sentimiento de preocupación porque, según su lógica, se vale ser violento con tal de no ser corrupto, o es aceptable reducir a golpes al adversario si llegase a sentir que han tocado y atacado mi dignidad y mi honra.
Pienso que no es así. Ni corruptos. Ni violentos. Muchos menos, polarizadores.
Esperemos éste sea un momento (diciembre, la temporada más bella del año), la oportunidad para que todos (opuestos e iguales) podamos rechazar y tomar un poco de distancia frente la violencia que hemos creado y podamos buscar así la tan anhelada reconciliación. Esto, sería casi equivalente a realizar una tregua.
En especial, porque no ha finalizado el 2018 y desde ya el panorama electoral del 2019 se divisa más salvaje que nunca. Pareciera que lo que se viene es una apuesta gigante y cada sector político lo sabe muy bien.
Simpatías, odios, amores y desamores… Se avecina un teatro/contienda político de niveles controversiales que van arribando con ataques más hacia lo personal que lo político, desembocando en argumentos pesados, brutales.
Pareciera que lo que viene va ser sucio. Muy sucio.
Twitter: @Diego10T