Por: John Anderson Bello Ayala/ Todo el que haya discutido sobre política e ideología y radicalismo antirracista, sabe que es casi imposible convencer quien está equivocado, sobre todo cuando sus cuestionamientos e información distorsionan lo que verdaderamente protege. Despertar esos sentimientos y apasionamientos extremistas con violencia e incitación al odio, podría atentar la legitimidad de los conceptos, por los cuales abandera a capa y espada en el ordenamiento jurídico.
En esta columna, pretendo hacer un análisis sobre ese despertar de los activistas antirracistas, a raíz de la muerte del afroestadounidense George Floyd, en manos del agente de policía de Minneapolis, registrada en la dramática filmación publicada en las redes sociales, en donde se evidenció el uso excesivo de la fuerza policial, actos injustificados e inhumanos que conllevaron su muerte.
Lo cierto es, que el hecho se convirtió en el florero de Llorente, como muchos colombianos llamamos al inicio de nuestra carrera independentista. Sin duda, la muerte de George Floyd, no podía ser menos significativa, rebosó la copa a los constantes abusos raciales de la fuerza policial contra la comunidad afro.
En tan sólo, cinco minutos que dura la grabación, en ese momento de efervescencia y calor, se generaron sentimientos de odio y repudio, se inició una campaña contra la policía estadounidense con manifestaciones pacifistas que cubrieron gran parte de las principales calles de cada Estado; pero cuando pasaron los días, se convirtieron en revueltas extremistas violentas, que desencadenaron actos vandálicos, saqueos en los almacenes y destrozos en todos los bienes que huela a racismos, como la estatua de Cristóbal Colón que se encuentra en la plaza central de Boston fue decapitada, sin compasión, sin piedad, como reproche a los sufrimientos que por décadas han padecido la comunidad afroamericana.
Injustamente condenados por su color de piel, como un sello de fabricación, estigmatizados a ser doblegados por una sociedad sumergida en la ignorancia, basados en eufemismos distorsionados que la misma institucionalidad ha perpetuado de generación en generación.
Un retroceso a más de 157 años, en donde supuestamente fue abolida la esclavitud por la “Proclamación de Emancipación” del año 1863, promulgada por el presidente Abraham Lincoln en plena Guerra de Secesión.
Es así, que objetivo principal de la protesta era generar contranarrativas, impulsar en los medios un discurso antirracista, para que sea convertido en un discurso de Estado, que construya una visión enfocada a no olvidar que ellos también tienen derechos y que merecen respeto. Ningún cambio en la sociedad ha sucedido mediante una petición formal o una sonrisa, por eso es importante la protesta, así se evitará seguir siendo criminalizados, señalaba uno de los manifestantes – “No somos ciudadanos de segunda categoría”.
Del paso a una protesta con sentido, poco a poco fue cambiando su rumbo, aparecieron los extremistas antirracistas, eufóricos y ofendidos a toda injusticia, emprendiendo una batalla contra cualquier estereotipo racial que genere discriminación.
Ante esa contingencia, exigieron a la marca Quaker Oats retirar el nombre y el logotipo de su marca de jarabe de maíz y mezclas para panqueques Aunt Jemima, la cual ha existido hace más de 130 años, toda vez que los orígenes del personaje supuestamente perpetua un estereotipo racista de los años de la esclavitud, a sabiendas que Nancy Green, quien aparece en el logo, es una narradora, cocinera y trabajadora misionera, no nació en la esclavitud.
Será considerable que este tipo de imágenes publicitarias o marcas de productos, generan un impacto discriminatorio en la sociedad, posiblemente algunos preconceptos radicalistas lo tienen como viable, pero si lo miramos desde otra perspectiva esas imágenes generan un impacto social positivo, enalteciendo la importancia de la mujer nativa afroamericana, recordándonos su identidad cultural, su idioma, sus costumbres, sus batallas y porque no sus logros.
En un campo tan transcendental como lo es racismo y en una sociedad desahuciada de conocimiento, no es apremiante invisibilizar la historia de los afrodescendientes, por apasionamientos extremistas, fanatismos que les impide salir de sus dogmas, al margen de la ideología, la presión social o el ego.
Aquí lo realmente importante es vencer nuestros genes, el deber radica en la misma institucionalidad, que se implementen políticas de reconocimiento racial, que se forjen espacios de concertación desde las aulas de clase; que se les permita recuperar su confianza; y que todos nos comprometamos a deconstruir y reparar ese daño que cometieron nuestros antepasados.
La herencia cultural de los afrodescendientes es potentísima, no puede ser borrada, por una ideología antiracial distorsionada, justificando el odio y la violencia, como mecanismo de atención a su reconocimiento. La hegemonía de las segmentaciones raciales y sus jerarquizaciones son, en definitiva, una de las condiciones estructurales de nuestra sociedad que debemos intervenir democráticamente.
*Abogado Especialista y Magister en Derecho Administrativo.
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