Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ En muchos entornos del sistema de salud se percibe una marcada diferencia en el trato que reciben los pacientes según el sector socioeconómico en el que se encuentren. Esta brecha se vuelve especialmente evidente en áreas donde vivimos los de abajo de las ciudades, donde la atención suele ser menos humanizada, caracterizada por actitudes frías, déspotas e incluso inhumanas.
Este fenómeno no es casual, sino que refleja una problemática estructural y cultural dentro del sistema de salud. En sectores de menores ingresos, los profesionales de la salud —médicos, enfermeros e incluso el personal administrativo— parecen desarrollar una actitud que dista de los valores éticos que deberían regir su labor. El paciente es visto más como un número que como una persona, y el trato se reduce a una serie de acciones mecánicas que dejan de lado la empatía y la calidez humana.
El origen de esta situación puede hallarse en diversos factores. En primer lugar, la alta demanda de atención en estos sectores genera presiones sobre el personal, quienes, saturados por la cantidad de pacientes y limitados por los recursos disponibles, tienden a perder la sensibilidad necesaria para brindar un trato digno. No obstante, esta explicación no justifica la indolencia ni la insolencia que a menudo caracteriza la interacción con los pacientes.
Es común que las personas que acuden a hospitales o centros médicos en zonas vulnerables se enfrenten a respuestas secas y cortantes. Preguntas como “¿Por qué no fue antes?” o “Eso no es grave, vuelva otro día” son ejemplos claros de un sistema que prioriza la eficiencia administrativa sobre el bienestar humano. Esta actitud despectiva también se manifiesta en la forma en que se minimizan las inquietudes de los pacientes, generando frustración y desconfianza en el sistema de salud.
Resulta preocupante que esta conducta elitista se vea reforzada por la percepción que algunos profesionales desarrollan hacia los pacientes de sectores populares. En lugar de comprender sus necesidades particulares, los estereotipos sociales conducen a que se les trate como ciudadanos de segunda categoría.
La raíz del problema no solo reside en la formación académica de los profesionales, sino también en la falta de un enfoque ético que priorice la comunicación asertiva y la sensibilidad social. La medicina, por definición, debe enfocarse en el bienestar integral del ser humano, lo que incluye el respeto por la dignidad de cada paciente sin importar su condición económica o social.
Es urgente debatir ya el devenir de la salud y dejar de politizar la salud . La cual debería ser una política de Estado y no una política de gobierno.
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.