Por: Holger Díaz Hernández/ “Aprender es como remar contra la corriente, en cuanto paras retrocedes”: Edward Britten, músico inglés.
Los aproximadamente 10 millones de estudiantes de educación básica y media de Colombia, no reciben hace ya un año clases presenciales, desde la virtualidad los docentes intentan impartir una educación de calidad, pero las cifras muestran otra realidad.
Un estudio realizado por la facultad de Economía de la Pontificia Universidad Javeriana encontró que en Colombia un estudiante de un colegio privado obtiene en las pruebas Saber grado 11, en promedio 25 puntos más que uno de un colegio público, cifra que creció en 5 puntos en el 2020 con respecto al año anterior.
Estas cifras son aún más contundentes cuando se miran los resultados del calendario B: 309 puntos en promedio y los del calendario A: 248 puntos sobre 500 posibles, correspondiendo este último a más del 75% de los estudiantes del país. Estas pruebas evalúan matemáticas, lectura crítica, naturales, sociales, ciudadanas e inglés y son requisito para ingresar a la educación superior.
En cuanto a las áreas que se miden, los de calendario B son mejores en Inglés con 71,3/100 y la peor es Sociales con 59, a diferencia de los del calendario A donde la mejor es lectura crítica con 52.2 y la peor Inglés con 48.
Los resultados en estas pruebas son consistentemente mejores en los departamentos del centro-oriente del país (Boyacá, Santanderes, Cundinamarca y Bogotá) y los peores promedios están Chocó (menos de 200 puntos), Amazonas, Magdalena y la Guajira; llama la atención los valores por debajo del promedio nacional de Antioquia, Atlántico y Valle otrora líderes en educación.
Esto evidencia que la brecha en la calidad educativa no solo se mantuvo, sino que aumentó durante la pandemia, entre otras cosas por las dificultades en tener acceso a internet o de adquirir un computador o una tablet en buena parte de los estudiantes de las escuelas y colegios públicos.
De hecho, según el Ministerio de Educación se calcula que unos 100 mil alumnos desertaron del sistema educativo por falta de recursos económicos de sus padres durante el pasado año.
A todo esto, se suma que la última participación en las pruebas Pisa en el 2018 fue decepcionante, quedamos en el último lugar entre los 37 países miembros de la OCDE, estas pruebas evalúan lectura crítica, matemáticas y ciencias; áreas donde no solo no hemos mejorado, sino que por el contrario nos hemos alejado del promedio, sobre todo en lectura crítica.
Esta pandemia nos ha afectado a todos pero es claro el mayor impacto sobre los niños y los jóvenes, nos mostró la fragilidad del ser humano, la muerte como algo real que ha tocado nuestras casas o la de nuestros amigos, el miedo a contraer el virus, la soledad social como resultado del distanciamiento, las necesidades alimentarias (muchos niños dependen del complemento nutricional o del almuerzo en las escuelas para lograr el consumo de calorías mínimas día), la pérdida del empleo de los padres o el cierre de sus negocios y la educación virtual que ha afectado no solo a los estudiantes sino también a sus familias porque los padres han tenido que asumir el rol de supervisar y ayudar en casa durante largas jornadas a sus hijos.
Pero más allá de lo pedagógico la educación implica además la posibilidad de interrelación con sus pares ayudando a formarlos para la vida, generando mecanismos que les permite estructurar la personalidad desde la niñez.
La educación virtual privilegia lo cognitivo, pero interfiere áreas claves en la consolidación de sentimientos como el afecto, el liderazgo, el trabajo en equipo, la tolerancia e inclusive los conflictos y la competencia entre ellos que son absolutamente necesarios en estas etapas de la vida.
Adicionalmente el juego y la interacción corporal desarrolladas en el recreo o en las mismas aulas de clase que son parte de las actividades propias de la niñez y la adolescencia.
Estar sentado frente a la pantalla de una computadora durante horas como único método de estudio es algo nuevo para miles de estudiantes.
Hoy a pesar que los niños están más tiempo en casa hay menos tiempo para compartir con ellos, hay mayor tendencia a la depresión, el stress, la ansiedad y todo esto conlleva además más posibilidades de deserción escolar.
Los expertos hablan de la importancia de los libros impresos que permiten una mejor interacción entre padres e hijos y profesores en lo que se ha llamado la lectura dialógica, el mundo digital está diseñado para contenidos de consumo rápido que difícilmente logran atrapar sobretodo a los más pequeños, nunca lo virtual podrá reemplazar el hormigueo en el estómago del primer día de clases, el uniforme, el compartir con los compañeros y amigos, los juegos en los recreos, la lonchera y el olor de los cuadernos o los libros nuevos, que a mí por lo menos me llevan a esas épocas de la niñez donde fuimos felices y no nos costaba nada.
Hay discusión sobre el regreso a las clases presenciales, la alternancia ya inicio en casi la totalidad del país y con los protocolos de bioseguridad implementados por el gobierno para el sector educación no debería preocuparnos de manera suma la posibilidad de contagios, siempre y cuando se vacune rápidamente a los docentes y se cumplan los requisitos exigidos de distanciamiento social para mitigar los riesgos de infectarse, aplicando el efecto acordeón en la medida que sea necesario abrir o cerrar colegios en zonas que presenten picos activos de la pandemia; necesitamos también el aporte de Fecode.
La educación presencial es necesaria no solo para buscar disminuir las diferencias académicas entre los colegios públicos y privados sino por el impacto mental y físico en los menores y las secuelas que aún están por evaluar, de continuar solo en la educación virtual.
“Hace falta solo una tribu para criar a un ser humano, para educarlo muchas”: Yuval Noah Harari, autor “De Animales a dioses”.
*Médico cirujano y Magister en Administración.