Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ Mucho se puede decir, y se ha dicho, sobre lo que la cuarentena hace al estado mental de una persona. Fácilmente es posible decir que hoy en día todos vivimos por nuestra propia cuenta y que la gente que no es capaz de soportar la soledad forzada demuestra una dependencia innecesaria con los demás. Esta debilidad, como se le llama al necesitar a los otros, no es más que la cúspide del contenido ideológico globalizado en el que hemos estado sumergidos, pero que nos hemos negado a aceptar, a saber, el encierro en nosotros, en lo mismo, como primacía sobre el acontecimiento del encuentro. Este último debe entenderse como una ruptura con el solipsismo egocéntrico que domina nuestra experiencia diaria con el mundo.
Hasta hace un mes se hacia caso omiso a las crisis que conlleva el no tomar en serio la responsabilidad política con el mundo. Se observada la corrupción y la ineficiencia e ineptitud estatal como meros paisajes naturalizados en la mentalidad ciudadana a nivel global. No obstante, el virus trajo consigo algo que no podía esconderse más, esto es, que el capitalismo no ha podido generar riquezas para todos y que, a la primera señal de crisis, no puede evitar encontrar en el Estado, ese que siempre señala como el enemigo público número 1, aquel que debe velar por el bien común de los ciudadanos.
¿Qué ha dejado tantos años de capitalismo a Colombia, por tomar un ejemplo, ahora que se pide un mes de cuarentena? La respuesta a esto la dan los medios: nada. La comunidad se ha mantenido por medio del dinero que ella misma recoge de sus ciudadanos. La gran empresa no teme al porvenir, el oligopolio colombiano no caerá en crisis porque son quienes proveen lo básico de los hogares, mientras la mediana y pequeña empresa se ahoga.
Pero no solamente en lo económico la crisis se evidencia. Retomando el concepto de encuentro, se vuelve prioritario notar el modo en que se desprecia lo diferente por encima de lo mismo, de lo propio. El aislamiento en los hogares ha hecho creer, erróneamente, que en la supervivencia prima el individuo, típica mirada competitiva de corte capitalista. Entre los muchos hábitos ego-narcisistas que nacen entro del encierro es la idea de que la debilidad nace al necesitar a los demás.
La pandemia, por lo menos para el caso colombiano, muestra el modo en que realmente hemos dejado que decaigan los principios básicos que hacen de una comunidad un elemento articulador y potenciador de las capacidades humanas, no hay lugar para el ejercicio de la responsabilidad, pareciera que el estado de excepción no compaginara con la condición de ser humano.
El encuentro, ese acontecimiento del teatro de la vida, no se perdió durante la cuarentena, sino que nos dimos cuenta durante la cuarentena que este ya no existía. El encierro saca a la luz una verdad hasta ahora negada, a saber, en la actualidad nos negamos a darle importancia al estar con los otros, el cara-a-cara primigenio que hace que la vida no sea un giro sobre uno mismo, sino una co-existencia en la que se comparte y se ofrece hospedaje. El sitio en que estamos ahora no es un lugar de calor humano, responde a una perspectiva económica heredada en la que no es posible pensar el hogar como una posada sino como una administración.
La razón de ser del encuentro es el de dar lugar a lo diferente de ocurrir, de fracturar el muro del egoísmo y de lo mismo. El estilo de vida que nos sacó a la luz el encierro revela que el ser humano se ha olvidado de la importancia de la interrupción.
*Filósofo.
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