Por: Andrés Negrete/ Era el año 74, bautizada como María, nacía una nueva integrante en el seno de una familia humilde de esas que tanto abundan en nuestro país; prometía ser una buena matemática, amante de los números, una muy buena estudiante. Pero, como todo en este país, la educación, un lujo que sólo pueden darse los nacidos en cuna e’ oro. Así, transcurrieron los años y entrados los 90 con un poco más de 18, ya en su mente rondaba aquella crisis existencial que parece seguir rondando hoy el pensamiento de muchos: ¿qué voy a hacer? Sin poder estudiar y ante un futuro incierto dedica su vida a tan noble tarea como lo es aquella de no dejarse morir de hambre.
Sin saber un arte u oficio o haber aprendido alguna profesión, prueba como mesera en un bar, luego, haciendo aseo en un restaurante y posteriormente como auxiliar de cocina para en un “fugaz momento” dedicarse a cocinar. Y así entre trabajo y trabajo de un lado a otro van entrando los años y las posibilidades se van reduciendo a lo mínimo. Tan infortunio fue de la vida que no se apiado de ella y de su desgracia que, sin un compañero para compartir en sus años de vejez, quedó sola con 3 hijos los cuales pareciese ser que sus futuros prometían ser los mismos de su progenitora.
Paralelo a esta historia y por esos mismos años un bigotudo, otro con una pata e’ palo, un delfín azul y un presidente de la república, prestos al clamor del pueblo de ciudadanas como María, como Carmenza como Juan, como Pedro y muchos otros, gritaban sin cesar un cambio, el cual parecía ser escuchado por aquellos ilustres, que sin más ni menos manos a la tarea decían, recoger las súplicas de transformar esta sociedad en una más igualitaria con mayores oportunidades, con educación para un mejor porvenir, una mejor vida; por lo que corriendo los noventa y, ante dicha coyuntura, la sociedad se volcó y se daba la oportunidad de promulgar una nueva Constitución Política, que prometía solucionar los problemas de la salud, de la educación y, sobre todo, del trabajo.
“Cómo carta náutica al navegante, pretendía ser el faro que a buen puerto llevase a este país”. Así, proclamaba que esta República se fundaba en el respeto a la dignidad humana en el trabajo y en la solidaridad, cuyos fines propuestos serían promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios y derechos consagrados en ella, por tanto, las nuevas autoridades se instituían para proteger a todas las personas en su vida, honra, bienes y demás derechos y libertades. Y si no se entendiese bien el cometido de esta nueva carta de navegación, ella a sí misma se proclamaba Norma de Normas y en todo caso de incompatibilidad con otra norma se aplicarían las disposiciones constitucionales.
Una nueva realidad iniciaba llena de grandes expectativas ante un cambio profundo en la forma de ver la sociedad colombiana, una nueva institucionalidad, se hablaba de derechos fundamentales, de deberes de las autoridades, de protección de estas a sus ciudadanos, de garantía de unos mínimos y como dijo el humorista “rumbo a la sociedad feliz”.
Hoy casi treinta años después vemos como esa realidad pasada esa historia de desigualdades, se repite, falta educación, salud y empleo, necesidades que siguen vivas y latentes en nuestra sociedad; con un agravante, pensar que todo está bien y no pasa nada.
Continuando la historia de nuestra protagonista, ésta ya en sus poco más de 60 no tuvo más remedio para ganarse la vida, que acudir a una caja con un poco menos de un metro por un metro, salir a una esquina a vender cigarrillos galletas papas chicles y todo surtido de comestibles para ganar dinero y subsistir un día a la vez, sin esperar nada del futuro ni de nadie como en el pasado tampoco lo hizo. Como su vida la dedicó a cocinar un día decidió que podía sacarle más provecho a su sazón y vender empanadas, un cambio brusco en su actividad comercial un riesgo para su economía familiar toda una apuesta debido a que invertiría todo su capital económico a su prometedor negocio, pero eso sí con la misma energía y perrenque que alguna vez hace muchos años la caracterizo.
Era un día cualquiera como de esos que transcurre en la ciudad, empanadas de carne con arroz, de yuca, limonada, gaseosa, cuando de repente a lo lejos vio una aglomeración que parecía más una mancha verde que se acercaba rápidamente a ella y un joven alto buen mozo con un tono fuerte y quizás con algo de autoridad le decía: “no puede estar en el parque, debe retirarse del espacio público porque no es permitido las ventas ambulantes”, sino lo hacía, amenazaba con tono fuerte y macana a la mano, procedería a quitarle las cosas y, ahí empezó todo; el Estado ejerciendo su poder queriendo recuperar parques, aceras y calles a como diera lugar y el pobre tratando de mirar cómo se rebusca en la calle en los parques en las aceras “la papa” para llevar a su hogar.
No pretende ser una triste historia, por el contrario, aquí plasmo en unas pocas palabras una cruda realidad que supera lo que algún día nos prometieron y no cumplieron sobre un futuro mejor; una nueva Constitución otra República. Y es que el caso de María de Pedro de Juan de Flor se repite todos los días en nuestras calles y parques y unas autoridades que obedeciendo ciegamente al gobernante de turno no se preguntan cuántas personas están sin trabajo tienen hambre quieren sacar adelante a sus hijos, olvidaron lo que ordena la carta magna convirtiéndose en letra muerta; parece que la mirada de nuestros gobernantes y la de esos jóvenes y mujeres al servicio del verde oliva fuese indolente e indiferente ante una realidad que supera lo informal.
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