Ya se suman 11 días. Más de una semana y media en la que las mujeres iraníes decidieron salir a las calles a pedir una cosa: que se respeten sus derechos, después de la muerte de la joven kurdo-iraní, Mahsa Amini, a la que la «policía de la moral» o Gasht-e Ershad se llevó por llevar el velo «mal puesto» mientras visitaba Teherán con su familia.
Ya nunca más regresó con ellos: entró en coma tras un supuesto colapso en comisaría y murió tres días después. Aunque la policía dice no tener responsabilidad por su muerte, los manifestantes apuntan directamente a la institución.
Un episodio que ha desatado la ira de miles de mujeres iraníes, ya que el tema del uso del velo -obligatorio en los espacios públicos para mujeres que hayan pasado la pubertad- ha estado en el centro del debate desde la Revolución islámica en el país.
Descontento y protestas que ya se han saldado con la muerte de 41 personas, según las autoridades iraníes, y 76 según la ONG Iran Human Rights, basada en Oslo. Una cantidad de muertes que se prevé aumentará si siguen las protestas, ya que la policía está utilizando munición real contra los manifestantes, un dato confirmado por Naciones Unidas.
«Las fuerzas de seguridad han respondido en ocasiones con municiones reales», declaró Ravina Shamdasani, portavoz de la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos, desde Ginebra.
En la ciudad de Qorveh, el 26 de septiembre, los manifestantes gritaban en coro: «¡Mataré al asesino de mi hermano!». Una respuesta contundente al violento actuar del Estado iraní, que ya ha detenido a cientos de periodistas y activistas, además de imponer restricciones en Internet; los manifestantes aquejan censura para evitar la difusión de lo que pasa en el país a nivel internacional.
«¡El arresto de otros cuatro abogados en Irán significa que la representación de los manifestantes está prohibida!», puso en redes sociales el abogado Saeid Dehghan, especializado en Derechos Humanos.
Familiares de fallecidos denuncian amenazas
La represión de estas protestas no tiene precedentes en el país. Las familias de las víctimas aseguran haber sido obligadas a enterrar a sus muertos de noche, en silencio y amenazadas con represalias legales si hacían públicas las muertes.
Y es que desde hace 11 días, ciudadanos en más 80 poblaciones han salido a protestar. Con una zona muy especial dentro de las protestas: las dos grandes provincias de mayoría kurda, Azerbayián occidental y el Kurdistán, de donde era originaria Amini.
Allí, miles de mujeres han salido a las calles para mostrar solidaridad con la joven. Algo que ha generado miedo en Teherán, ya que la relación con los territorios kurdos desde la Revolución islámica -hace cuatro décadas- es delicada. Tanto el Kurdistán iraní como el iraquí cuentan con grupos opositores a Gobierno islámico, que teme perder su control en la zona con los levantamientos.
«Su hija es como mi propia hija y siento que este incidente le sucedió a uno de mis seres queridos», dijo el presidente iraní, Ebrahim Raisi, el 18 de septiembre a través redes sociales.
Pero eso no contentó a la población y la situación parece que se le ha salido de control al Ejecutivo. Hace cinco días, durante su intervención en la Asamblea General de la ONU, Raisi dijo que las expresiones de descontento eran algo «normal», pero no debían ser confundidas con «vandalismo». Una afirmación que generó críticas.
Y lo cierto es que muchas mujeres de la zona quieren ir mucho más allá del uso opcional del velo, quieren conquistar otros derechos, libertades y oportunidades. «El hiyab es algo simbólico que ha puesto a las mujeres en primera línea, pero las conecta con todo tipo de discriminación a la que se enfrentan», apuntó Nazli Kamvari, autora feminista iraní-canadiense, al periódico ‘New York Times’.
De momento, la policía de la moral no ha vuelto a aparecer por las calles de Teherán. Pero la llama de la indignación que trajo la muerte de Amini no parece apagarse y las mujeres iraníes siguen apostando por salir a reclamar sus derechos.