Por: Carlos A. Gómez/ Luifer para el 2007 estaba en la misma situación que se encuentran todos los jóvenes que cumplen los 18 años en Colombia: tienen que definir su situación militar.
Bucaramanga se convierte en el centro de visitas de cientos de jóvenes que viajan de algunos municipios cercanos para hacer filas en el batallón del ejercito y lograr un cupo en algunas de las opciones para prestar el servicio. La Policía, el Ejército y la Armada son algunas de las opciones. Luifer viajó desde Río de Oro, Cesar, para ofrecer su servicio en la Armada Nacional.
Luifer fue citado en Coveñas para iniciar su entrenamiento militar y prepararse para prestar su servicio por cerca de 2 años.
Después de algunos meses de fuerte entrenamiento militar, Luifer junto con su amigo de infancia, que coincidieron en el mismo batallón pero en diferentes compañías, fueron remitidos a Cartagena.
Al norte de Colombia existen cinco islas menores donde la Armada Nacional ejerce control territorial. Son cinco cayos que pertenecen a San Andrés Islas y es el último territorio limítrofe marítimo al norte. En esos cayos la presencia de las fuerzas militares ayuda a custodiar esos lugares inhóspitos de nuestro país.
Después de su paso por Cartagena y pasar algunos meses en San Andrés, Luifer es notificado sobre su nueva asignación. Junto con otros 9 soldados que pasan por un proceso de selección y preparación psicológica, son remitidos al cayo Serranilla. Los soldados que son seleccionados tienen algunas capacidades que permiten aprovechar el mayor tiempo posible en el cayo.
Serranilla es el cayo donde Luifer pasaría el siguiente mes de diciembre. Después de despedirse de su familia llamándolos por celular, inició su nueva aventura en el servicio militar.
Para llegar al cayo Serranilla se necesitan entre dos y tres días de viaje en un barco. Antes de llegar al cayo debe usar un bote zodiac para transportar agua, huevos, legumbres y, sobre todo, mucho arroz.
Los primeros días en el cayo son particulares, hay muchas cosas por hacer. La rutina de levantarse temprano y mantener el estado físico no se detiene. Propio de la disciplina castrense, no se puede dejar a un lado por el hecho de estar a cientos de kilómetros de tierra un poco más firme.
Luifer de día y de noche cumple con las jornadas de vigilancia que se deben hacer a diario. Pareciera que custodiar un cayo donde no pasa nada no tuviera importancia alguna.
Las estrellas acompañaban a Luifer en sus turnos nocturnos. Se tomaba el tiempo de meditar y aprovechaba para recordar a su familia. Especialmente tenía en mente a su abuela. Una estrella fugaz se la recordaba cariñosamente ya que con ella había pasado muchos años.
En el cayo no hay señal de celular. Tenían el servicio de DirecTV, pero para esa época andaba desconfigurado. Una biblioteca con pocos libros que habían coleccionado se leía fácilmente.
La electricidad se toma del sol. Los paneles solares alimentan, entre otras cosas, las baterías con las que se mantienen los radios para comunicarse con San Andrés.
Después de cinco días en el cayo, todo parece ser igual. Recorrerlo se puede hacer en veinte minutos a paso lento. Cada dos horas hacían relevos y en parejas hacían guardia. Aprovechaban ese tiempo para custodiar el cayo, pero también para hablar de la vida personal. Muchos de ellos venían de diferentes partes del país.
Se sentían privilegiados, un cayo para ellos solos. La vista al mar, la arena blanca y el color azul turquesa era tentador, pero estaba prohibido nadar en el mar. Sin embargo, mantenían el cayo como un paraíso; siempre limpio, como si viniera a visitarlos sus comandantes o unos simpáticos turistas, pero, a decir verdad, solo algunos cangrejos y tortugas que llegaban a depositar los huevos eran quienes los visitaban. Aprendieron entre otras cosas a respetar el ecosistema.
No hubo comunicación con su familia por ese mes de diciembre, no había forma de hacer llegar un mensaje de texto o una carta. Solo los de la Armada venían una vez al mes a dejar las provisiones y a realizar el relevo. En todo caso, Luifer sintió en una noche que una estrella le hablaba. Su sentimiento fue bastante especial, una estrella le recordaba a su querida abuela.
Pasaron los días en el cayo más lejano del territorio colombiano, las provisiones ya estaban escaseando. Esperaban el relevo para el 23 de diciembre, pero la radio les advertía que se demoraría un par de días más. En todo caso, para Luifer y sus compañeros no era algo que les preocupaba. Su estancia en el paraíso era agradable. Aunque no a todos les afectaba de la misma manera, un soldado, cuenta Luifer, comenzó a presentar momentos de estrés, pero todo fue controlado.
Una vez el agua y el arroz se les acababan, comenzaban a racionar las comidas. Los huevos se habían acabado hacía dos semanas. Había algunas aves que usaban el cayo para poner sus huevos. Usaron algunos de ellos, respetando siempre no afectar la población de estas aves.
El soldado chef se inspiró tal vez en la película de Tom Hanks “El náufrago” para prepararse unas cocadas, porque era lo único con lo que podían comenzar a “embolatar” el hambre.
El par de días pasaron y la radio volvió a comunicar que se demoraría su relevo otros días. El barco que debería llegar para llevarlos nuevamente a San Andrés había tenido problemas y atendido algunas operaciones. Los “piratas” narcotraficantes que usan lanchas rápidas para transportar cocaína habían sido culpables del retraso.
La cena para despedir el año fue cuatro panes duros y un par de huevos. Ese 31 de diciembre fue de lo más normal, fue un día como cualquier otro. Ya la preocupación era la comida.
En una de las noches, haciendo guardia de rutina, tuvo la impresión con otra estrella fugaz de que lo seguía acompañando su abuela. Ella era la persona con la que Luifer quería hablar lo más pronto posible. Su abuelo había muerto a mitad del año 2009. Luifer, por su servicio militar, llegó unos días después de su entierro. Aunque sus abuelos fueron sus padres también, Luifer en el cayo y con las estrellas sentía que alguien aparte de sus compañeros estaba con él.
El 4 de enero finalmente llegó el barco que trajo el relevo. Luifer se despidió para nunca más volver al cayo Serranilla. No hay permiso para visitar ese paraíso, solo está permitido hacerlo a las fuerzas militares y para algunos científicos. Privilegio de quienes lo custodian, para que otros países no se apoderen de esa parte de nuestro Colombia.
Al llegar a San Andrés estaba nuevamente tratando de retornar a la vida militar normal. Luifer retiró algo de dinero de la asignación mensual que les dan a los soldados. Con poco dinero, fue a comprar al centro de San Andrés algunos productos de aseo personal, comer de lo que por un mes larguito no había podido y llamar a su abuela.
Un primo de Luifer le contestó la llamada. Un saludo caluroso y efusivo. Nada raro notó en la llamada. Dos minutos después de contarle a su primo su aventura por el cayo Seranilla, tuvo que recibir una noticia. El 30 de noviembre, nueve días después de que había partido para el cayo, su abuela había fallecido. La noticia impactó a Luifer. Los dos seres a los que más amaba ya no estaban en la tierra. Y no pudo acompañar en sus últimos momentos a su querida abuela.
Pareciera que las estrellas y sus sentimientos en el cayo, aquellas noches de guardia y nostalgia, le enviaban un mensaje a Luifer sobre el fallecimiento de su querida abuela. Un sueño que recordó que tuvo en el cayo, le confirmaría la triste noticia, pero que en el cayo se había negado a sentir.
Luifer continuó prestando su servicio militar visitando otros cayos y algunas islas menores de San Andrés. Fue un servicio militar espléndido, conociendo otros de los rincones maravillosos de Colombia.
Ya casi se cumple un año desde que San Andrés y Providencia recibió el azote del huracán Iota. Aún muchas familias siguen esperando las promesas de restaurar en cien días lo que el huracán en 24 horas se llevó.
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*Ingeniero Industrial y Magíster en Responsabilidad Social y Sostenibilidad.
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