Por: José Luis Arias Rey/ La modernidad trajo consigo posturas extremas, que en lo personal me resultan inaceptables, de un lado tenemos los conservadores a ultranza que parecieran querer gobernar la vida de todos sus congéneres, de otro lado tenemos los progresistas furibundos que propugnan por el libertinaje total sin mayor restricción que sus propios deseos.
En materia de medio ambiente encontramos los ultras proteccionistas que quisieran que la especie humana no existiera y quienes privilegian la vida de animales y plantas sobre la misma existencia humana, pero tenemos también aquellos que sin pudor alguno quieren arrasar con la naturaleza para satisfacer sus ambiciones materiales y mundanas.
La vida humana debe trasegar en una línea intermedia de equilibrio, que permita a la especie vivir una vida digna, pero que no deprede irreversiblemente el hábitat al cual pertenece, esto es lo que en la contemporaneidad se ha llamado desarrollo sostenible.
Sorprende sobremanera encontrar personas que defienden a rabiar la vida animal, pero que a la vez promueven el “derecho” al aborto o que ven con indiferencia el sufrimiento de un ser humano.
Santander atraviesa por uno de los momentos mas importantes de su historia, derivado de la incertidumbre en lo referente al licenciamiento de la explotación minera en el páramo de Santurbán.
La decisión de archivar la solicitud de licencia presentada por Minesa, no cierra el peligro que se cierne sobre la fábrica de agua mas importante de nuestra región, sino que, por el contrario, extiende la posibilidad, de que en algún momento se autorice sin limitación alguna la explotación del oro en dicho santuario.
Las decisiones que se adopten en este sentido, deben estar acompañadas de conceptos técnicos serios, que permitan proteger un área tan sensible de nuestro ecosistema, debe cerrarse la puerta a la politización de una determinación de esta naturaleza y privilegiar el medio ambiente y la vida.
No debe dejarse de lado que la explotación del oro, ha sido el modus vivendi de cientos de familias que, desde épocas pretéritas, derivan su subsistencia de esa actividad, deben generarse alternativas productivas que sustituyan ese ingreso y que dignifiquen la vida de esas personas.
Con asombro avizora uno, la hiperactividad social que se ha generado en torno a la defensa de Santurbán, pero a la vez, se observa una actitud despreocupada frente a la vida de los lugareños de ese santuario.
Valdría la pena preguntarnos si esos ecologistas de temporada, defensores rabiosos del hábitat, estarían dispuestos a pagar una sobretasa al agua que consumen, para con esos recursos obtenidos generar procesos productivos sustitutivos que permitan garantizar una vida digna a los habitantes de Santurbán.
En distintos escenarios ambientales, académicos y profesionales, he propuesto esta idea y la respuesta siempre es la misma, no, no podemos pretender hacer una defensa del paramo, para beneficio de los que hacemos uso del agua que allí se produce y en detrimento de quienes habitan esa zona, debemos garantizar la subsistencia de esas personas, su vida digna, su derecho al desarrollo.
Un proceso de defensa del páramo debe ir acompasado de un plan económico que permita generar procesos productivos a esas familias y los beneficiarios del agua y de un hábitat sano, debemos estar dispuesto a pagar por ese privilegio.
Los santandereanos no podemos permitir que un tema tan sensible para el futuro de nuestros hijos, sea cooptado por oportunistas que pretenden o enriquecerse con la explotación inmisericorde del medio ambiente o políticos disfrazados de ambientalistas que solo buscan obtener réditos personales, en una lucha que es por la vida y no por el miserable dinero que se obtendría de darse este esperpento.
Amanecerá y veremos de qué estamos hechos y si realmente somos consientes del tesoro que tenemos en nuestra tierra, que no es el oro, sino el agua y la vida de nuestro amado páramo y sus habitantes, verdaderos dueños del mismo.
*Abogado y Magister en Derecho Público
Twitter: @asjuram
