Diana Jiménez Becerra, diputada de Santander, quien hace parte del selecto grupo de las Superpoderosas 2025 de Corrillos, aseguró que “defiendo a las mujeres con el alma. No hablo por ellas, lucho con ellas. Fui impulsora de la Comisión de la Mujer en Barrancabermeja y su primera presidenta. Ese logro es un legado para mi ciudad, una semilla que seguirá dando frutos”.
Dijo también que escuchó a los jóvenes y respondió con acciones: así nació el programa Experiencia Cero, que abrió la puerta laboral a más de 2.000 jóvenes.
“Las mujeres estamos escribiendo la historia, y yo estoy aquí para asegurarme de que sea solo el comienzo”, dijo. Sobre ella Diana nos contó que es “una mujer de carácter firme y corazón noble. Berraca, de racamandaca, de naguas bien amarradas. Llevo en la sangre la fuerza del Cañón del Chicamocha, la determinación del Río Magdalena y la perseverancia de la hormiga culona. No es que sea brava…
Es que soy santandereana. Tengo 40 años, nací en Barrancabermeja y crecí en una familia que me enseñó que los valores no se dicen, se viven. Soy hija de Erwin Jiménez Mora, un hombre trabajador y apasionado por la cultura y el acordeón, y de Ligia Becerra, una mujer admirable, ama de casa, ejemplo de fortaleza y amor incondicional. Hace 20 años formé un hogar junto a mi compañero de vida, Debbie Andrés Cadena Agudelo. Con él no solo comparto el amor, sino un propósito. Juntos somos padres de dos hijas que son mi mayor inspiración: Emily Gabriela y Elena Lucía”.
Sobre estudios primarios y superiores Diana comentó que “mi recorrido educativo comenzó en Mis Primeros Amigos, siguió en el colegio Santa Teresita y culminó en el Instituto Técnico Superior de Comercio. Cada etapa fue un pilar que me ayudó a construir la mujer que soy hoy. Allí descubrí que las mujeres no solo tenemos voz, también tenemos poder. Que no hay que pedir permiso para liderar, ni disculpas por soñar en grande. La educación fue mi primer martillo para romper techos de cristal y abrirle paso a mi futuro. Soy Ingeniera Ambiental y de Saneamiento del Instituto Universitario de la Paz. También me especialicé en Gestión Ambiental y en Procesos Pedagógicos de la Formación. Actualmente, curso una Maestría en Gestión Pública y Gobierno en la UDES. Mi elección profesional nació del amor profundo por el territorio y de la certeza de que proteger lo nuestro es también una forma de justicia social. Cuidar el medio ambiente es cuidar a las personas, a la vida, al futuro”.

Ya en el campo laboral expuso que “mi primer trabajo fue en el sector de hidrocarburos, en temas de seguridad y salud. Luego llegué al SENA como instructora, y esa experiencia transformó mi vida. Allí conocí a jóvenes con sueños inmensos y realidades duras. Les hablaba de un martillo simbólico, uno que todos llevamos dentro para romper miedos, romper barreras, romper paradigmas. Les decía: “Mírate al espejo y descubre todo lo que ya eres”. Ese espejo también me habló a mí. Me vi, me creí, y me lancé. No por ambición, sino por convicción. Fui elegida concejal de Barrancabermeja, y desde entonces decidí ser voz, impulso y defensa de quienes más lo necesitan”.
Su fuerza no se quedó en ser empleada, también emprendió, dijo al respecto que “Tuve un negocio de plásticos y productos de aseo, que no prosperó. Pero aprendí que caer también es parte del camino. Después, junto a mi esposo, fundamos una empresa de servicios ambientales en el Magdalena Medio, con presencia en Sabana de Torres. Cada intento fue una lección. El emprendimiento es parte de mi ADN, porque detrás de cada caída hay una nueva manera de levantarse, con más claridad, más propósito y más fuerza”.
Sobre los reconocimientos que ha logrado, Diana dijo que “más que premios, he recibido reconocimientos que tocan el alma: cuando una comunidad me entrega una placa hecha a mano, cuando una madre me abraza llorando porque su hija consiguió empleo, cuando me dicen “gracias por no rendirse”, esos son mis verdaderos galardones. Sin embargo, he sido reconocida por organizaciones de mujeres, instituciones educativas y colectivos juveniles por mi labor social, por mi trabajo como concejal y ahora como diputada. Cada uno de esos gestos me recuerda que voy por buen camino”. Y sobre los premios u honores que le gustaría obtener dijo que “uno que no tenga nombre propio, sino colectivo: el premio de ver a más mujeres libres, más jóvenes empleados, más familias con esperanza, y un Santander transformado. Y si algún día llega un premio nacional o internacional que reconozca mi trabajo, que sea por eso: por haber impactado la vida real de mi gente, sin perder mi esencia”.

Con base en ese camino recorrido Diana es fuente fiel para ofrecerles a las jóvenes algunas recomendaciones, entre ellas, “que no duden, que se crean capaces, que no pidan permiso para soñar ni aprobación para avanzar. Prepárense, sean sororas, abracen sus procesos. Si hoy se sienten pequeñas, es porque aún no han medido la magnitud de su potencial. Las mujeres podemos llegar donde queramos… y mucho más allá”. Y sabe lo que dice porque no todo el camino ha sido de rosas, “he sacrificado tiempo personal, momentos familiares, y muchas veces he enfrentado críticas por ser mujer en política. Pero cuando una mujer me dice: “Gracias, usted me representa”, o un joven me dice: “Gracias a usted empecé mi vida laboral. No nos olvide ahora en Santander”, sé que todo ha valido la pena”.
Diana reconoce que “dejé atrás la necesidad de tener todo bajo control. A veces, el miedo se disfraza de perfección. Hoy prefiero avanzar con propósito, incluso si el camino no es perfecto”. Al mismo tiempo señala que acogió hábitos valiosos “he abrazado la constancia, la valentía y la humildad para aprender cada día. Porque el verdadero avance no es hacerlo todo, es hacerlo con sentido”.
Seguir con esa energía todos los días, ni siquiera el sol, porque en ocasiones amanece nublado, sin embargo, Diana tiene sus claves para no declinar potencia: “Mi mayor motor es mi gente, mi tierra, mis raíces. Me inspira ver a una mujer alzar su voz, a un joven creer en sí mismo, a un campesino resistir con dignidad, a la naturaleza pedir que la cuidemos. Me inspira Santander y su gente resiliente, porque sé que con trabajo, amor y compromiso podemos construir un futuro más justo y humano. El reto es grande porque el sueño es grande: transformar Santander. No estoy en donde estoy por casualidad, estoy porque creo en el poder de servir. Y cuando las mujeres servimos con el alma, somos imparables”.