Por: Jairo Vargas León/ “Laudato sí”, es la encíclica presentada por el papa Francisco al mundo para advertir un imperativo de supervivencia de sostenibilidad de la sociedad: ¡Cuidar nuestra casa! Connotados ambientalistas han replicado sobre la preservación del cosmos; Si los habitantes de los países pobres compraran carros al ritmo de los ricos, “¿cuánto oxígeno nos quedaría para poder respirar?” ¿A quién se le ocurre “que 8.000 millones de personas puedan tener el mismo grado de consumo y de despilfarro que tienen las más opulentas sociedades occidentales”? “Venimos a la vida intentando ser felices”, nos recuerda el expresidente uruguayo Pepe Mujica, “¿pero si la vida se me va a escapar trabajando y trabajando para consumir?”. Qué razón tiene crecer con destruir la naturaleza y por ende nuestro entorno.
Estas indagaciones permiten una primera entrada del modelo económico que tenemos en el cual se privilegia un desbordado consumismo. Onu-habitat ha referenciado que, la depredación del crecimiento inusitado sin preservación ha conllevado a la destrucción del 80% de los bosques del mundo, talamos 2.000 árboles por minuto en la Amazonia y estamos vaciando el 75% de los bancos de peces del planeta.
Los países catalogados como desarrollados han impuesto un modelo desarrollista, es decir un crecimiento sin importar como se crece, su logística productiva ha generado inversión para multiplicar su capital en millones de aparatos de aire acondicionado, neveras, que emanan gases que aumentan aún más las temperaturas, hay un interés inusitado de reemplazar electrodomésticos y computadores los cuales son diseñados para durar cada vez menos, ello aumenta crecientemente productos desechables los cuales compramos y arrojamos a la basura de manera más repetitiva y creciente.
En octubre del 2017, un informe de la Lancet Commission, estableció que la polución es responsable de nueve millones de muertes al año, un 16 % de todas las muertes a nivel mundial. Eso es el triple del sida, la malaria y la tuberculosis, y 15 veces más que todas las guerras, el terrorismo y otras formas de violencia. En los países afectados más gravemente, la polución es responsable de más de una de cada cuatro muertes.
Cerca del 92 % de las muertes relacionadas con la polución ocurren en países de ingresos bajos y medios. En casi todos los países, independientemente de su nivel de ingresos, las enfermedades causadas por la polución son más prevalentes entre minorías, miembros de grupos marginales, es decir en población con mayor vulnerabilidad.
El Papa Francisco convoca en su encíclica el desafío urgente de proteger nuestra casa común, unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. Es una invitación a darle una mirada diferente a la construcción del planeta. Es un dialogo común en razón a que el desafío ambiental que vivimos, por los efectos que ha producido nos interesa y nos impacta a todos los seres humanos.
La contaminación afecta nuestra cotidianidad, la exposición a los contaminantes atmosféricos produce un amplio impacto sobre la salud, en particular a la población más pobre, provocando millones de muertes prematuras. Es evidente que el entorno conlleva a enfermedades con ocasión de la inhalación de elevados niveles de humo que procede de los combustibles que utilizan para cocinar o para calentarse. A ello se suma la contaminación que afecta a todos, ´por el transporte, el humo de la industria, los depósitos de sustancias que contribuyen a la acidez del suelo y del agua, el uso desmedido de fertilizantes, insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general.
Otros indicadores de la situación actual tienen que ver con el agotamiento de los recursos naturales. Es imposible sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar alcanza niveles exorbitantes. El límite máximo de explotación del planeta ha rebasado con creces la sostenibilidad, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza.
Uno de los recursos más vitales como es el agua potable y limpia representa un asunto de primera importancia, porque es indispensable para la vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos. Un problema particularmente serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres, que provoca muchas muertes todos los días. Entre los pobres son frecuentes enfermedades relacionadas con el agua, incluidas las causadas por microorganismos y por sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se relacionan con servicios higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un factor significativo de sufrimiento y de mortalidad infantil.
Mientras se deteriora constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque ello implica negarles el derecho a la vida expresado en su derecho a la dignidad como condición suprema del ser humano.
El mundo urbano crece sin mesura y de manera desordenada, muchas ciudades son insostenibles, insalubres para vivir, no solo por la contaminación originada por las emisiones tóxicas, sino también debido al caos urbano, a los problemas del transporte, a la contaminación visual y acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Además de ello su competitividad es cuestionable en las principales capitales del país el desplazamiento hacia sus sitios de trabajo bordea las dos horas del tiempo hora-hábil que gasta un trabajador.
Otra óptica crítica sucede en el desarrollismo del mundo digital, el cual desconoce la capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Tal consideración exige un esfuerzo para que esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no en un deterioro de la riqueza más profunda y significativa de la sociedad. El paradigma debe replantearse no es la mera acumulación de datos la que debe importar, aquella que nos ha saturado y obnubilado, la que ha producido una contaminación mental tan mortal como el virus que nos aqueja.
El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento “no matarás” cuando “un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir”.
Quienes detentan el poder no deben seguir blasfemando, esta semana de reflexión nada más oportuno que en sus almas haya un acto de contrición con la naturaleza con la vida del planeta. Hay que cuidar la casa común, sino nos lleva el patas.
*Abogado-Economista, Magister en filosofía, Doctorando en Derecho, Docente Universitario