Por: Francisco García Acevedo/ El pasado 17 de abril se cumplieron seis años de la muerte del gran genio que ha dado Colombia. Como es habitual, las redes sociales se inundaron con su nombre, y quienes en su cotidianidad no recuerdan su rostro —excepto, tal vez, cuando reciben el pago de su nómina— compartieron escritos suyos para recordarlo.
La indiscreción, que pulula cada vez que un tema se convierte en tendencia, entonces tuvo lugar en la escena. Los enemigos de la lectura, que también lo son de la verdad, publicaron textos de su supuesta autoría, entre los que hubo un poema sobre la fugacidad de la vida —que otros erróneamente arrogan a Borges—, un texto sobre el amor, y una reflexión —para mí, la más nefasta— acerca de las posibles implicaciones para un hombre que sale con una mujer inteligente, que terminaba con la frase siguiente: «Antes de abrir la boca para decir que deseas a una mujer “inteligente” en tu vida, pregúntate si tú realmente estás hecho para encajar en la suya» (así, con la palabra inteligente entre comillas).
En primer lugar, me produjo gracia —más que tristeza o decepción— ese último texto, pues un breve acercamiento a García Márquez bastaría para advertir que fue uno de los escritores más precoces en temas de género, y que el papel protagónico de la mujer es recurrente en casi toda su literatura. Si leemos «La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada», en la colección de relatos que lleva el mismo nombre, o «Eva está dentro de su gato», en Ojos de perro azul, veremos al García Márquez hacedor de personajes femeninos que encarnan los problemas de las mujeres —la prostitución o el abuso familiar, en el caso de Eréndira, o el lastre de la belleza femenina, en el caso de Eva—, a la voz magistral que interpela al lector acerca de sus prejuicios: al feminista.
En estos tiempos de cuarentena, el auge de las redes sociales ha multiplicado la difusión masiva de hatajos de disparates de ese tipo, que cada que los leo traen a mi mente aquel texto de Eduardo Galeano publicado en la entrada del 23 de abril de _Los hijos de los días_ y titulado «La fama es puro cuento»: un brevísimo compendio de aforismos, frases célebres y extractos de textos atribuidos equivocadamente a autores que nunca los escribieron. Ahora, al escribir estas palabras, pienso en todos ellos —y en específico, desde luego, en el genio—, y la gracia se transforma en desolación: lamento la lasitud de nuestra sociedad en la era digital, que no lee antes de opinar, que repite lo que está mal y rehúsa aceptar lo correcto.
Quienes hemos leído a García Márquez con atención y suficiente detenimiento hemos reparado en que, es más —mucho más, infinitamente más— que un autor de compendios de frases hechas y lugares comunes. Aquellos que hemos repensado nuestra cultura, deshecho nuestros paradigmas y reconstruido nuestra identidad a partir de sus letras somos conscientes de que su obra alberga todo aquello de lo que carecemos como sociedad: ese mundo desgajado que él, en su inextinguible lucidez, logró describir antes que todos.
Una voz como la de García Márquez no solo es significativa en el momento en que vivimos, sino que es perentoria. Y la única manera de rescatar verdaderamente su legado, de celebrarlo, es leyéndolo. Solo aquel que se deje seducir por la claridad de su voz podrá comprender, en efecto, el gran maestro que es: ese que, como Virgilio para Dante, ha sido guía de muchos de nosotros, sus lectores.
*Ingeniero de Petróleos y profesor de Literatura.
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