Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ Hubo un periodo en la historia de Colombia que se marcó por la violencia entre el Partido Liberal y el Partido Conservador. Elegir un partido era una entrega que comprometía al ciudadano con un programa ideológico que prácticamente delimitaba su estilo de vida y que terminaba por definir el rumbo de un país a la hora de votar. Sin embargo, en la actualidad, partidos políticos tradicionales, como estos dos ya mencionados, zanjaron sus diferencias y conviven bajo un mismo techo, uno que no es necesariamente el Estado-nación democrático.
Si existe un común denominador entre estos dinosaurios políticos es la búsqueda por una fama perdida por parte de aquellos que estaban dispuestos a dar la vida por los colores de su partido político, se asemejan a esas estrellas de Hollywood que tras sus éxitos de los 80s fueron olvidados por el público. Este fenómeno político, que también tiene su tinte de mediático y patético, tiene una mirada particular en Santander, puesto que en este municipio aún se cree que la etiqueta de ser liberal o conservador tiene algún valor en el juego político.
Se debe ser claro, las fronteras entre liberales y conservadores desaparecieron en un punto de finales del siglo pasado y desde entonces la ideología de ambos partidos se unificó en un solo cadáver que bien puede ser llamado búsqueda de poder político. El interés por dominar la mayor cantidad de terreno es el punto común entre ambos partidos, y no vacilan en vender esa historia y tradición ideológica de antaño para tomar reflector en el espectáculo político de Santander.
Se vive, entonces, en una paradoja donde existen candidatos que se etiquetan de liberales, pero siguen una fuerte ideología conservadora en lo social y económico. Esto último, se evidenció en las elecciones presidenciales, donde el candidato del mismo partido fue un mero comodín mientras que el resto del Partido Liberal negoció con todo el resto de la derecha conservadora colombiana.
El valor del Partido Liberal se calcula en la medida que tranzan con sus rivales ideológicos para repartirse el escenario en el juego político, en otras palabras, ponen su precio de acuerdo con cómo se subasten con la derecha del país. Es risible ver los “liberales” santandereanos sacar las banderas a las calles, la necesidad ha llevado a un partido, que en otros contextos políticos ha generado la defensa de los derechos humanos frente al autoritarismo y el abuso del poder, a ser el perro faldero de una maquinaria política que ha tomado fuerzas desde las elecciones presidenciales.
Santander no es tierra de liberales, esta afirmación quizá cuando vivió Galán sería válida. Hoy día, lo único que destaca de este departamento es una lucha incansable por alcanzar el mayor nivel de pensamiento primitivo en lo que corresponde a la política. Lo que existe en Santander es una fuerte roca de conservadurismo y de odio hacia el que sea diferente, de ahí quizá el propio dicho: «Quien pisa tierra santandereana es santandereano», porque ni siquiera se puede dejar que los demás no sean de esta tierra.
Hablar de liberales santandereanos carece de fundamento empírico, el verdadero Partido Liberal murió con Galán y lo único que se puede hacer es aceptar este hecho para darle un entierro digno a este moribundo partido político. Aceptemos lo que somos y lo que no somos para, quizás en un esfuerzo quijotesco, intentar redireccionarnos como departamento hacia algo distinto a lo que se vive día a día.
Correo: juanalmeyda96@gmail.com