Por: Diego Ruiz Thorrens/ El pasado 04 de febrero se conmemoró el día mundial contra el cáncer, fecha que tiene como objetivo aumentar la concienciación y movilizar a la sociedad para avanzar en la prevención y control de esta enfermedad. Según la Liga Santandereana Contra el Cáncer, en Colombia, cada día 96 personas mueren a causa del cáncer, siendo Santander, el Eje Cafetero, Antioquia, Valle del Cauca y Norte de Santander, así como Bogotá y Meta, algunas de las zonas de mayor riesgo de presentación de la enfermedad.
¿Qué es el cáncer? Una definición universal, compartida en muchos portales y redes sociales, es el siguiente: “El cáncer es una enfermedad que hace que un grupo de células del organismo crezcan de manera anómala e incontrolada dando lugar a un bulto o masa. Esto ocurre en todos los cánceres excepto en la leucemia (cáncer en la sangre). Si no se trata, el tumor suele invadir el tejido circundante y puede provocar metástasis en puntos distantes del organismo diseminándose a otros órganos y tejidos.”
La experiencia de aquellas personas que viven (o que hemos vivido) con cáncer es única, totalmente distinta una de otra. Sin embargo, algo que muchos y muchas personas tenemos en común, es el deseo de continuar viviendo, algunas veces con demasiada intensidad, disfrutando el tiempo que nos queda. El cáncer, en muchos escenarios, no solo afecta a la persona que la padece, sino también a todas y todos aquellos alrededor de uno. Por esta razón, muchos sentimos la imperante necesidad de vivir y exprimir cada segundo, cada momento.
Vivir con cáncer no es una experiencia sencilla, y quizá por esta razón, quisiera insistir en que cada caso, cada situación es única e irrepetible, incluso cuando encontramos personas que sufren (o han sufrido) nuestra misma patología. También, la forma de entender el cáncer varía con cada persona. Personalmente, el cáncer me ha brindado experiencias sumamente preciosas, aunque… también momentos y situaciones no tan positivos. Me permitió abrir algunas puertas (como es brindar ayuda a otras personas viviendo con la patología), pero también me cerró cientos de ellas (como lograr adquirir una estabilidad laboral).
Recordando la fecha que me diagnosticaron cáncer
Hace varios años me identificaron un tipo de cáncer de piel que, inicialmente, parecía no ser grave. No obstante, luego de varias citas de control médico (medicina interna, dermatología y oncología), la dimensión de la malignidad en mi piel y cuerpo sufrieron un cambio abrupto, perdiendo súbitamente de peso a pesar que no sentía que me faltara el apetito.
Recuerdo el día que recibí la noticia: estaba sentado frente a frente con el oncólogo, observando cada movimiento que hacía mientras que él, casi de forma recíproca, estuviese midiendo, calculando, el impacto de sus posibles palabras. Estaba fijo, pendiente a mi reacción. Mirándome a los ojos, pronunció: “tienes un cáncer sumamente agresivo, que ya alcanzó algunos tejidos blandos y hueso, cerca al cerebro”. Recuerdo quedar en blanco, sin saber cómo reaccionar. Luego, tuve una reacción poco común: comencé a reírme con ironía, pensando en la suerte que tenía, repasando que de tantas vainas y pendejadas que me hubiesen ocurrido, un cáncer era lo menos que podía esperar tener en aquel momento de mi vida. Recuerdo pensar y haber dicho: “estoy jodido”.
Nunca pensé morir de cáncer, especialmente, porque mi visión de la enfermedad no me permitía ver con claridad más allá de lo que estaba enfrentando en aquel preciso momento. No tenía ni la más mínima idea de qué iba a pasar, pero algo, un escenario que sí tenía en mente era que (inicialmente) no quería ni mucho menos accedería a someterme a tratamiento de quimioterapia. Posteriormente, cambié de parecer.
Es asombroso cómo tememos a lo que no conocemos, o a lo que vemos que han vivido otras personas en nuestra misma condición. Había sido testigo de experiencias de seres queridos, familiares, amigos, conocidos, etc., que enfrentaron el cáncer con duras sesiones de quimioterapia y pensé que nunca pero nunca sería capaz de someterme y superar ese tipo de prueba. Pero lo logré. Después de estar hospitalizado casi 8 meses y luego de perder casi 40 kilos “superé” la primera prueba en el camino que me impuso el cáncer. Aclaro: la primera prueba, puesto que esta no fue la última.
Debo decir con claridad (y con bastante tristeza): sí, superé mi primer cáncer (el más fuerte de todos los que he tenido) gracias a que nunca tuve que enfrentar barreras para acceder oportunamente al tratamiento médico. No tuve que esperar, como sí lo hacen cientos de miles de colombianos que viven con cáncer, al tortuoso paseo de trámites y papeleos, denuncias y desacatos, para lograr un tratamiento médico digno, y pienso que ello fue lo que personalmente me salvo. En este aspecto debo y puedo decir que conté con una fortuna inconmensurable. 1 de 100, o de 1000.
Pero luego vino el cáncer de garganta, luego tiroides, luego hígado (a pesar de no beber y de haber dejado de fumar hace más de 12 años). Algunas personas, posterior al cumplimiento de su primer ciclo completo de quimioterapia, quedan en observaciones durante cierto número de tiempo para ver si definitivamente el cáncer ha sido superado. Algunos lo logran. Eso significa que pudieron y lograron prevenir un posible avance del mismo. Otros, bajan la guardia, regresando el cáncer más agresivo que nunca. En mi caso, pienso que mi error fue no prestar atención a los signos de malignidad que estaban ahí, presentes, pero que, por miedo, por ignorancia o por cobardía no quise observar.
Sobrevivir al cáncer no me hace sentir un héroe, mucho menos alguien especial. En Colombia, muchas personas continúan enfrentando distintos obstáculos para acceder a un tratamiento oportuno y así sobre/vivir al cáncer. Esto debería ser suficiente razón para que el sistema de salud refuerce sus acciones mejorando la calidad de vida de las personas que viven con la enfermedad, dejando de lado observar a los pacientes como un número, una cifra, un total o un “costo” para el sistema, sino como lo que son, lo que somos, personas que necesitamos de atención médica.
Como mencioné arriba, esta experiencia me ha permitido abrir nuevas puertas, pero también me ha cerrado muchas. Para el sector empresarial, institucional o laboral, haber enfrentado el cáncer me convierte, automáticamente, en una carga, un peso. Una persona no apta para ‘laborar’. Por esta razón decidí sumergirme en el mundo del trabajo social y del voluntariado, abriendo, por mi cuenta, espacios que me permitan ofrecer y brindar ayuda a otras personas que viven una situación menos favorecida. Ayudar a quien desea ser ayudado.
Por ello, recordando esta lucha, quisiera decirles a todos, todas aquellas personas que enfrentan este duro momento: no se den por vencidos. No están solos y solas. Vale la pena luchar, y rodéense de personas que, sin esperar algo a cambio, quieran luchar al lado de ustedes.
…
Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión de la Transición del Posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública – ESAP Santander.
Twitter: @DiegoR_Thorrens
Facebook: Santander Vihda