Por: Diego Ruiz Thorrens/ “Distancia” es el nombre de una canción interpretada en la voz de Rocío Dúrcal perteneciente al álbum musical titulado “Rocío Dúrcal Canta Con Mariachi Volumen 4”, producido y realizado por el cantautor mexicano Juan Gabriel y publicado en el año 1980. La letra de la canción fue escrita por el maestro Luis Alcaraz, fiel exponente de la Época de Oro de la música romántica de México (décadas de 1940 a 1960) y cuenta la historia de una despedida.
La segunda estrofa de la canción dice: “Con la distancia, tú, muy pronto me olvidaras/ Sé muy bien, que no me recordaras/ Pero los besos que yo, te arrebate al decirme tú adiós / Esos ni tú, ni nadie, ni Dios, me los podrán quitar”. Tanto en la voz de Rocío Dúrcal como en una versión previa del cantante mexicano Javier Solís, la historia es contada con dolor, con entereza.
La historia parte de una sencilla premisa: existen personas que imprimen su huella una vez aterrizan en nuestras vidas; y que, al momento de partir, sin importar si nos olvidan, siempre será difícil de olvidarles. “Una tristeza hay en mí, y es que por fin lograste apartar/ De mí vivir, tú raro mirar, porque te vas de mí”, reza la primera estrofa.
Últimamente no logro sacar la canción de mi mente. Principalmente, porque a vísperas del cumplimiento de los dos meses de cuarentena, para muchos de nosotros la pandemia aterrizó con la muerte en brazos, golpeando fuertemente nuestro más cercano círculo personal (y social), haciendo de la tristeza un sentimiento difícil de soportar.
En mis casi 20 años de voluntariado y trabajo comunitario he vivido en carne propia la pérdida de un sinnúmero de amigos, conocidos, personas cercanas y de otros seres a los que he querido y amado con todo el Alma. He sufrido sus partidas, sus distancias. Algunos, marcharon silenciosamente en razón de alguna enfermedad catastrófica, sin dolor, sin miedos, tranquilamente. Otros, por el contrario, fueron raptados y sumergidos en la oscuridad y la violencia, dejando en nuestros corazones el sentimiento de vacío y zozobra, sentimientos que solo la guerra puede brindar.
No busco romantizar a la muerte, puesto que cada despedida es distinta. Algunas son llevaderas. Otras, insoportables. Para aquellos que hemos vivido la muerte de un ser querido, sabemos que hemos hecho todo lo posible para capturar una sonrisa, un gesto, una palabra, muchas veces forzando nuestra mente, grabando y conservando con el mayor detalle las expresiones, las líneas del rostro, los labios, la intensidad de la mirada, mientras irremediablemente se acerca el momento de partir y de la distancia.
Con la llegada del Covid–19, la pandemia cambió radicalmente nuestra forma de asociarnos y también de despedirnos. Quedó prohibido el contacto físico, el ritual o la posibilidad de decirnos adiós. Nuevas barreras, muchas de ellas impuestas razonablemente por protocolos de bioseguridad, impiden entregar un último beso, un abrazo o una caricia hacia aquel ser que ahora nos deja. Tampoco, a pesar de la cercanía entre los cuerpos y sin importar cuan pequeña sea esta distancia, podemos lograr despedirnos. La muerte se transformó en algo impersonal, mucho más doloroso y oscuro.
No obstante, como dice en su letra el bellísimo tango cambalache, “Que el mundo fue y será una porquería/ Ya lo sé…”, afuera existen personas que cuestionan la veracidad de la pandemia, manifestando que todo esto es una farsa, o una creación para acabar a media humanidad. Sin importar cuál sea la creencia, la pandemia nos obliga a cuestionar nuestra vulnerabilidad, y nuestra corresponsabilidad con los otros.
Sin embargo, no todo es negativo: la pandemia también nos está ayudando a brindarle un mayor valor a la vida, permitiendo emerger el amor, y con el amor, el inconmensurable valor de los recuerdos.
La pandemia debería enseñarnos a valorar más la vida, respetando, inconmensurablemente, a la muerte.
Distancia. No logro sacar la canción de mi mente. Aunque ello tiene su explicación: el día 08 de abril mi vida (nuevamente) cambió al recibir la noticia de la muerte de alguien muy especial, alguien con quien compartí durante algunos años mis días y mis noches. La persona que me enseñó la belleza de aquella canción.
Su muerte, la despedida, transcurrió en medio de la soledad de su apartamento, a más de 3.731 kilómetros de distancia. Este increíble ser hacía parte del cuerpo médico que sigue luchando 24 horas al día, 7 días de la semana, en muchos de los hospitales de la ciudad de Nueva York en los Estados Unidos, actual epicentro de los contagios por Covid–19 en el mundo.
Dónde quiera que estés, en la distancia, esta es mi manera de decirte gracias:
*Estudiante de maestría en Derechos Humanos y Gestión de la transición del posconflicto de la escuela superior de administración pública.
Twitter: @Diego10T