A causa de esa represión a las mujeres, me viene a la memoria un fragmento que leí de William Faulkner, en Las Palmeras Salvajes (1939), donde plantea un interesante análisis sobre la moral a través de un párrafo, que ya forma parte de la historia de la literatura y del actuar de varias mujeres: «Entre el dolor y la nada, elijo el dolor».
Por: Luisa Hernández, ‘la profe’/ Sin dudarlo, la evolución de la mujer y del hombre ha sido revolucionaria, aunque, en su gran mayoría, todo ha estado curiosamente atribuido al género masculino, en los diferentes registros arcaicos. Esto debido a que toda la historia la han escrito y contado siempre ellos, con un sesgo de género, provocando que la interpretación de la historia evolutiva haya estado polarizada por un notable androcentrismo, excluyendo en varias épocas la importancia de la mujer.
La arqueología indudablemente ha sido el mayor vínculo del pasado y el presente, la paleoantropología y la investigación multidisciplinar con innumerable información forma el cimiente de la enseñanza de mujeres y hombres, con esa minusvaloración es importante empezar a mejorar la información que se ha venido traduciendo en la historia de la evolución, que se basa en una concepción donde se minimiza a la mujer en todas sus capacidades, donde la figura de la mujer en los hechos del pasado es imprecisa, debido a la manera como se ha realizado la narración de la historia, con un carácter episódico inequitativo.
Hace más de tres millones de años un fósil de aquel período reescribiría la historia; exactamente en noviembre del año 1974, en una importante expedición, en Hadar, Etiopía, se descubrió el primer miembro reconociblemente humano del árbol genealógico de los primates, a quien llamaron Lucy, un esqueleto casi completo que data de 3,2 millones de años de antigüedad, una mujer que no se dejó borrar de la memoria histórica.
Hoy se la llama la madre ancestral de la humanidad, perteneciente a los Australopithecus afarensis, descubierta por el paleontólogo Donald Johanson. Lucy apareció para recordarle a la humanidad que la mujer dejó gran historia en los orígenes de la vida, pues no solo fue madre y protectora, sino también participó del surgimiento de técnicas agrícolas, la implementación y el uso de herramientas como huesos, cuernos, piedras talladas o cuero, la utilización de las maderas y el descubrimiento del fuego.
En los inicios las mujeres mejoraron las técnicas para cultivar y recolectar lo que emanaba de la tierra, debido a su capacidad de selección y distribución, lo que las convirtió en expertas sembradoras cerca de sus lugares de estancia, y de esa manera se dieron cuenta de que ciertos suelos o pisos eran mejores para algunos alimentos, lo que dio paso a las primeras experiencias del ser humano con técnicas agrícolas. A aquellas mujeres les iba mejor en la recolección que a los hombres, precisamente por la organización innata del género femenino.
Adicional a eso, al agruparse y hablar entre ellas mientras sembraban o recolectaban, desarrollaron mejor el sentido de la comunicación y la expresión. Ahora podemos entender por qué las mujeres hablamos un poquitico más que los hombres, incluso se dice que el mes que menos hablan las mujeres, es en febrero, y es porque tiene 28 días.
Ese avance organizacional tiene raciocinio, pues evitaba largos desplazamientos que las obligaban a dejar a las crías solas. Recordemos que la mayoría del tiempo los machos estaban de cacería lejos del hogar, y por eso la mujer creaba cada vez mejores estrategias para proteger a sus crías como prioridad para mantener la estabilidad y el sostenimiento social de aquella época. Del mismo modo, experimenta con diversas texturas como pieles, algodón, ramas y hojas para cubrirse, protegiendo a sus crías y a su macho de los diferentes climas, lo que dio inicio al hilado y tejido.
Adicional a toda esa hazaña prehistórica, su sentido de supervivencia y protección, una vez más, le hace mejorar estrategias para adecuar sus cuevas o chozas, debido a los rigores de los cambios climáticos, de tal forma que, con las mujeres, se dan los primeros orígenes de la construcción.
Las fieras salvajes amenazaban con devorar a sus hijos de día y de noche, y por eso la mujer era la más brava guardiana. Pobrecito el animal que intentara agredir o comerse algún miembro de su familia. Lo de empoderadas no es un mito ni una casualidad, sino una realidad inmemorable.
En esta misma línea evolutiva, aproximadamente hace 2,8 millones de años, la mujer se especializó en atender partos y cuidar de los recién nacidos, incluso sin ser propios, acto desinteresado dado exclusivamente en el género humano, y desde ese entonces sería una de las principales profesiones desempeñadas por ellas, lo que demuestra el avance antropológico para continuar la conservación de la especie humana.
El “macho alfa” regresa de sus largas temporadas y encontraba entornos realmente seguros, acoplados y mejorados. No había tiempo para homenajes a las hembras por tan juiciosas tareas realizadas. Él quería llegar a sus hogares a descansar y contar sus aventuras matutinas de las cacerías y mostrar el alimento que había conseguido con tanto esfuerzo y coraje. Era una verdad, cuando el macho llegaba después de tanto tiempo ausente, era recibido con honores por las hembras, ya que traía pedazos de carne y estos sabían muchísimo mejor que tantos, brotes y semillas. La algarabía no paraba, la emoción aumentaba, ¡llegaba el macho y llegaba con carne! Sospecho que por eso desde la prehistoria las mujeres nos olvidamos de recibir una merecida felicitación por tanto trabajo desarrollado en el hogar y en la sociedad, ya que ese “pedazo de carne” que siempre tienen los hombres colgando nos sigue enamorando.
El tiempo transcurre rápidamente y aparecen las civilizaciones, los roles equitativos cambian, al hombre se le hace muy difícil encargarse del trabajo de mantener en funcionamiento un hogar con las respectivas e innumerables tareas que esto implica. Además, al ver que la mujer empieza a remunerar y aumentar sus recursos, y a no depender del “pedazo de carne”, él, para no dejar las ganancias en ella, destina todo a sus hijos, pues el temor de que esta lo cambie por otro hombre o pueda enamorarse de alguien más fuerte y valiente llena al macho de preocupación. Por eso la limita y le impone una fidelidad absoluta, para estar seguro de que sus hijos serán los que disfruten del producto del trabajo masculino, ya que, según ellos, de esa forma no les faltaría nada y, si les llegara a faltar, la única culpable sería la mujer, por no acatar la orden concertada de permanecer en el hogar. Eso creó un estilo de vida de hembras juiciosas y fieles. Es precisamente allí, mi querido lector, donde se empieza a enclaustrar el potencial de la mujer y se perpetúan pensamientos cavernícolas.
A causa de esa represión a las mujeres, me viene a la memoria un fragmento que leí de William Faulkner, en Las Palmeras Salvajes (1939), donde plantea un interesante análisis sobre la moral a través de un párrafo, que ya forma parte de la historia de la literatura y del actuar de varias mujeres: «Entre el dolor y la nada, elijo el dolor».
Basada en esas palabras, logro concluir que las mujeres de la prehistoria eligieron rendirse, muy a pesar de tan brillante evolución y aportes a la humanidad, y con ello permitieron que el hombre tomara el control de todo, incluso de ellas mismas, ya que lo que dominó en aquella época fue la fuerza bruta.
En España la escritora Emilia Pardo Bazán, sostenía en 1877 que «La ley del más fuerte es nefasta para el sexo femenino».
Hoy tenemos la oportunidad de mejorar la historia, la primera tarea es entender que la equidad no debe exceptuar a nadie, es para todos.
Querida y querido lector si deseas conocer mas del tema de la equidad te invito para que puedas leer mi último libro: ¡Es más fácil ser hombre, pero prefiero ser mujer!
Un abrazo grande, gracias por leerme.
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*Especialista en Gerencia, Magister en Planeación Educativa, Master en Coaching y Doctorado en Educación (actualmente).
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