Cambios importantes han existido en el último medio siglo con respecto a las mujeres, pero es claro que al hacer la puesta en común de temas trascendentales en los que se intenta defender la dignidad, los derechos, los avances, las capacidades femeninas y desmentir la naturalización de la mujer como ser inferior, persisten ciertas estrategias machistas que evitan estos progresos.
Por: Luisa Hernández/ A las mujeres que hablan de equidad se las minimiza al tildarlas de agresivas, amargadas, fervientes misándricas, libertinas, lesbianas, abnegadas, toscas, “malfolladas”, solteronas, menopaúsicas, brujas, arpías, chismosas, viejas medio locas, gritonas, feminazis y cuantos más calificativos peyorativos las puedan “describir”. Siempre se han encontrado duros señalamientos, y por eso es que muchas veces se prefiere no hablar y tomar el camino de la autoflagelación: soportar malas palabras, golpes y costumbres nocivas que se reflejan en frustración repetitiva, aguantar malos tratos con tal de hacerlos a ellos felices. ¡Pero esta no será la ocasión!
Colette Dowling, psicoterapeuta y escritora del libro El mito de la fragilidad, cita las palabras de un ginecólogo estadounidense en 1879, en las que hace énfasis en que las mujeres en su adolescencia deben descansar, relajarse y estar acostadas durante su periodo menstrual. Igualmente, los científicos y los especialistas de la época prohibían que las mujeres hicieran ejercicio en esos días, que titularon “de enfermedad”, ya que eso podría poner en riesgo su salud, debido a que los órganos genitales podrían sufrir algún desprendimiento o debilitarlas.
Debido a esta y muchas más afirmaciones sin fundamento científico de médicos, religiosos y filósofos de la época, las mujeres duraron décadas sintiéndose enfermas, indefensas y sin ánimo de ejercitarse o realizar diferentes actividades fuera del hogar. Además, se encontraban mitos burlones y agresivos en contra del periodo menstrual, que recibe popularmente el nombre de “regla”, por su rítmica aparición.
Desde los inicios de la humanidad, influenciados por el patriarcado y la violencia en contra de la mujer y su naturaleza, muchas veces se les llamó “desagradables”, ya que se asemejó la menstruación a algo vergonzoso; incluso se las apartaba de sus familias en jaulas o lugares oscuros por días enteros, mientras se sanaban de la “supuesta enfermedad”, acto que, para el asombro de muchos, se repite en diferentes culturas. Para no ir tan lejos, actualmente más del 75% de las mujeres al comprar sus toallas sanitarias solicita que el producto esté envuelto en papel o en bolsas oscuras, para que no se las asocie con la menstruación y así nadie se entere de que ellas están en esos días.
Para muchas comunidades, como los persas (800a. C.), el periodo menstrual se ha considerado impuro. Incluso por esa razón se aislaba a las mujeres durante los días que fueran necesarios. Estas mujeres solían utilizar pieles de animales, papiros, algodón y lana que absorbiera la sangre, para evitar ser discriminadas y disminuir las supersticiones. Posteriormente, en el siglo XVIII y XIX las autoridades médicas aseguraron que la mujer con el periodo menstrual era débil y predispuesta a una gran variedad de enfermedades perniciosas, y que en especial podría causar malos pensamientos.
Adicional a esto, se encontraban titulares desatinados como “La concesión del sufragio a las mujeres repugna a los instintos. Las mujeres no tienen derecho a votar, porque son emocionalmente inestables cuando están menstruando y por lo tanto no pueden manejar esa responsabilidad”, texto del 7 de febrero de 1915 en el New York Times, uno de los más importantes medios en Estados Unidos.
Según Dowling, todas esas teorías, mitos y creencias causaron en varias mujeres un “profundo deseo de ser cuidadas por otros”, lo cual llevó a una dependencia excesiva hacia los hombres. Las mujeres buscaban la compañía de una pareja o familia con tal de no sentirse desprotegidas, sentimiento de necesidad e inferioridad que causa una desventaja grande frente al género masculino. Hemos sido parte de esa cultura masculina que desprecia y considera desagradable nuestro propio ciclo menstrual, tal como se mencionó anteriormente.
Según esas teorías machistas, pareciera que el existir de “la regla” tiene un único fin: amargarnos la vida. Pero todo ese retroceso nace de una mezcla de patriarcado y religión, donde diferentes teorías caracterizaron el periodo menstrual como algo sucio y vergonzoso, lo que generó en muchos casos un profundo rechazo de la mujer hacia su propia naturaleza.
Afortunadamente, el matriarcado hizo su aporte positivo en culturas muy antiguas y en muchas partes del mundo. Los celtas, los egipcios, los grupos maorí y los taoístas han creído que la época menstrual daba a la mujer un conocimiento y una cordura asombrosa, cualidades sagradas femeninas, indicadas para desentrañar los más agudos secretos humanos. En el caso de Colombia, los indígenas de la etnia ticuna celebran el primer periodo de menstruación de las mujeres de la tribu, que titulan “la fiesta de la pubertad”. Así como los tiv en Nigeria, los cherokees simbolizan la pubertad como “el gran poder”; junto con los apaches en los Estados Unidos y los aiary de Brasil. A su vez, son varias las culturas en el ámbito mundial que consideran esta sangre como una poderosa fuerza vital de energía espiritual en la madre tierra.
¿Qué mujer no ha sufrido cambios hormonales, cólicos, dolores pélvicos, hipersensibilidad mamaria, hinchazón, sensibilidad, escalofrío, temor al tener una demorada menstruación y sentir que en cualquier momento se puede llegar a manchar la falda o el pantalón? Lo anterior sucede mes a mes, lo lamentable es que muchos hombres aún no lo comprenden y juzgan a la mujer. Considero importante educar al género masculino en temas de menstruación, para que comprendan lo que sucede, y así su sensibilidad tendrá una nueva perspectiva hacia las mujeres.
Pero más allá de tanta realidad y prejuicios, este es un tiempo que le permite a las mujeres oxigenación, regeneración, cambios, eliminación de toxinas, producción de sangre, donde se aumenta el placer y, esa misma “regla”, fluidos o periodo, está directamente relacionada con el útero o matriz, lo que ayuda al cuerpo para que sea fértil y productivo. Además, el sobrevivir a la pérdida mensual de varios mililitros de sangre es propio de un género fuerte y poderoso. ¿Y aun así lo llaman el “sexo débil”? A propósito, les comparto un comentario bastante gracioso del que podríamos hacer un buen análisis: «Todas me odian en su juventud, pero cuando yo les falte, ahí las quiero ver llorando. Atentamente: la Menstruación».
A todo lo anterior hay que sumarle el aspecto económico, puesto que la mujer debe contar con un presupuesto adicional para la compra de los productos de gestión menstrual, que deben considerarse de primera necesidad y libre de impuestos y aumentos. En Europa, algunos productos para hombre tienen menos impuestos. Esto demuestra que hay un paradigma incluso en los mercados de target femenino vs. masculino. Como retribución a la deuda que tiene la humanidad hacia las mujeres, varios productos de higiene femenina convendrían ser en muchas sociedades gratuitos, para ser entregados en espacios como cárceles, colegios, fundaciones o comunidades que requieran estos apoyos.
En ese orden de ideas, podríamos responder la siguiente pregunta: ¿bajo qué circunstancia puede ser mejor pertenecer al mal nombrado sexo débil? En primer lugar, hay que dejar claro que esa teoría del sexo débil se debe replantear; además, esa idea nace apoyada de un desatinado argumento de fuerza bruta.
El género femenino no tiene la misma contextura física o musculatura de los hombres; pero se ha demostrado científicamente que contamos con las mismas cualidades y destrezas similares, lo cual no nos hace inferiores ni superiores. Nos han llamado “sexo débil” aun teniendo en cuenta que las mujeres vivimos más tiempo. Es importante reconocer que el sistema inmunológico femenino (X) es más fuerte que el de los hombres (Y).
Hay más viudas que viudos, y también nacen más niñas que niños. Además, el umbral de dolor que soporta una mujer supera la ficción.
Para comprobar lo anteriormente descrito, pregúntale a una madre o abuela qué siente cuando va a tener un bebé, así como con todos los cuidados que debe tener con esa nueva vida. Que te cuente la experiencia para que conozcas en vivo y en directo una verdadera mujer titán.
A lo largo de los años, las mujeres siguen demostrando que enfrentan mejor las adversidades, solucionan más rápido las dificultades, administran mejor el dinero y los recursos en el hogar, en la empresa y en los gobiernos. Si no lo crees, deja a un hombre solo unos cuantos días en el hogar, con hijos y con la nevera medio llena. Minutos después estará desesperado buscando ayuda de su esposa, suegra, madre, de la guardería más cercana, policía, fiscalía, defensoría, CIA y todo lo que termine en ‘ía’, para no ser tan exagerados.
Además, según un estudio publicado por The Lancet Public Health, los padres solteros tienen dos veces más riesgo de morir de forma prematura que las madres solteras o los padres casados. Los hombres que están sin compañía de una mujer tienden a sufrir de enfermedades tales como dolencias cardiovasculares o cáncer, mientras que las mujeres demuestran un mejor manejo del estrés y eso les permite ser más organizadas y distribuir mejor el tiempo. Las mujeres tienen grandes ventajas frente a los hombres. Una de ellas es que demuestran sus sentimientos frecuentemente, y cuando lloran recuperan el eje del equilibrio, mientras que los hombres se estresan más, debido a su insuficiente capacidad de expresar sentimientos y desahogo, y en consecuencia presentan diferentes enfermedades nerviosas, gástricas, infecciones y heredan más el desorden genético.
Parece que el mito del sexo débil se debe replantear, resaltando como premisa que el género femenino es más del 50% de la población total, un punto evidentemente a favor, pero también una cifra que nos hace cuestionar lo siguiente: ¿por qué si las mujeres son mayoría parecen una minoría en la sociedad? No hay una respuesta única a estas inquietudes, y es ahí donde es sumamente importante entender que en el contexto histórico de la humanidad se evidencian dos grandes corrientes: la evolucionista y la creacionista. En ambas podemos demostrar que el género femenino, así sea una mayoría, ha padecido a lo largo del desarrollo social un retraso en el reconocimiento de las cualidades y aportes para el sostenimiento de la humanidad. Los dos enfoques enclaustraron su poder en algún momento.
Victimizar el género femenino no es la solución. La solución es naturalizar el respeto y la convivencia por parte de mujeres y hombres. Además, no solamente las mujeres han sufrido violencia y represión en esta guerra de sexos. Los hombres también han tenido que sufrir, algunos en un porcentaje inferior al de sus congéneres.
Por ello es importante contextualizar la realidad de la violencia de género y entenderla, teniendo en cuenta que está enfrentada a la arrogancia de la masculinidad. ¡Y es que eso, señoras y señores, no tiene culpables directos!, ya que la violencia en contra del género femenino se ha venido construyendo permisivamente durante toda la existencia. Pero ¿qué es más difícil: ser hombre o ser mujer? Hay una realidad y es que la naturaleza del hombre es más llevadera, teniendo en cuenta lo que has leído hasta el momento. La naturaleza de la mujer es compleja y requiere más valentía, fuerza e ímpetu. Allí es donde evidenciamos esa realidad, la poderosa naturaleza femenina, que incluso es cómplice en la delegación más importante de la humanidad, la tarea de guardar y proteger, tarea que inicia en el proceso de fecundación, donde el óvulo espera pacientemente al mejor de los espermatozoides, lo selecciona, le da la bienvenida y lo convierte en su futuro bebé, gracias a una mujer es que hoy tú estás con vida.
En este punto, es bueno recordar que no todos los hombres son iguales ni todos son infieles, irresponsables o injustos. Hay que aclarar que no todos son machistas.
Que algunas mujeres elijan la misma clase de personas es otra cosa.
Es importante concluir este escrito empoderando la importancia de la mujer en la sociedad, dignificándola, ya que tiene encomendada la misión más hermosa de todos los tiempos: procrear, dar vida. Y si el anhelo no es tener hijos, hay otra misión relevante: la de brindar amor en todas las esferas del universo. En este punto, se comprende que ser mujer es realmente importante y maravilloso, además, si tenemos en cuenta lo bueno de las culturas ancestrales, damos por entendido que la madre tierra es femenina y que ella ha cuidado por siglos a mujeres y hombres por igual.
Los anteriores motivos me animan a pensar que definitivamente prefiero ser mujer.
Querida y querido lector si deseas conocer mas del tema de la equidad te invito para que puedas leer mi último libro: ¡Es más fácil ser hombre, pero prefiero ser mujer!
Un abrazo grande, gracias por leerme.
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*Especialista en Gerencia, Magister en Planeación Educativa, Master en Coaching y Doctorado en Educación (actualmente).
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